Francisco Alcedo: La épica muerte del capitán español que se negó a postrarse ante la Pérfida Albión en Gibraltar
Ni todas las victorias son gloriosas, ni todas las derrotas son vergonzosas. Si algo demostró el capitán Francisco Alcedo y Bustamante fue que es posible ser elevado hasta el pedestal de héroe de la patria a pesar de ser vencido en batalla.
Así lo demostró en 1782 cuando se negó a retirarse del Gran Sitio de Gibraltar tras haber sido violentamente herido. Y lo mismo sucedió después del combate de Trafalgar contra la Pérfida Albión. En esta última contienda, de hecho, el marino se batió gallardamente contra los hombres del sobrevalorado Horatio Nelson hasta que una bala de cañón le destrozó la espalda y acabó con su vida. Incluso entonces (y según narran algunas fuentes) se cuenta que sus últimas palabras dejaron boquiabiertos a sus subordinados: «He dicho que orcen, que quiero arrimarme más a ese navío de tres puentes, batirme a quemarropa y abordarle».
Francisco Alcedo y Bustamante vino al mundo en 1758 en Santander. Poco después, tras sentar plaza de Guardiamarina en 1774, se hizo conocido por ser un muchacho «aplicado y estudioso» (según narra el Ministro de Marina español del siglo XIX Francisco de Paula Pavía y Pavía en su obra «Galería biográfica de los generales de marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación»). Con esa reputación se embarcó primero en el navío «Paula» y, posteriormente, en el jabeque «Gamo». En los años siguientes (y hasta 1780) trasbordó de bajel en bajel y se fue curtiendo en los mares.
Sin embargo, no fue hasta la década de los 80 cuando Alcedo participó en su primera contienda con nombre y apellidos. Esas que son recordadas por los marinos siglos después. «Se halló en la expedición contra Panzacola [Pensacola] en 1781, mandando la lancha armada de su fragata, protegiendo el desembarco de las tropas». La contienda (en la que el archiconocido Gálvez se ganó el apodo de «Yo solo») le hizo ganar prestigio. Y, además, le permitió foguearse y prepararse para lo que le esperaba.
«[Luego] pasó á la Habana, y se encontró en el combate que su fragata empeñó con dos fragatas inglesas armadas en corso, las cuales tuvieron que rendirse tras de una tenaz resistencia. Regresó Alcedo á Cádiz, y trasbordó al navío San Vicente, de la escuadra del general D. Luis de Córdoba, con la cual cruzó sobre los cabos de San Vicente y de Santa María», añade el experto.
Gibraltar: derrota épica
Alcedo vivió una de sus aventuras militares más destacadas (y más heroicas, todo hay que decirlo) durante el Gran Sitio de Gibraltar (1779-1783). La última ocasión en la que -como narró nuestro compañero Estaban Villarejo en un reportaje publicado en 2014- España trató de conquistar la región a sangre, fuego y cañón. Y -por si fuera poco- de la amistosa mano de los entonces aliados franceses. Aquella intentona dio sus primeros pasos el 21 de junio de 1779 cuando (tras la pertinente declaración de guerra a los «british») se notificó desde España al gobernador de Gibraltar que tocaba romper relaciones y que, a partir de ese momento, las comunicaciones entre ambas regiones finalizaban. Que se daba rienda suela a las tortas, vaya.
Posteriormente, los más de 14.000 españoles iniciaron la fortificación de los alrededores de Gibraltar. Los «british» no se andaron tampoco con medias tintas y (suponemos que con alguna que otra parada para el té de rigor) «reorganizaron sus defensas, racionaron alimentos y, al amparo de la oscuridad, empezaron a evacuar a los habitantes a la vecina costa de Marruecos». Así lo señala el experto Thomas E. Chávez en su dossier «Vender cara la victoria del enemigo: España, el escenario europeo y la independencia de los EE.UU.». A su vez, comenzó un bloqueo marítimo que -a cargo del castizo Antonio de Barceló- buscaba que ni un solo bajel inglés suministrara vituallas a los defensores. Al fin y al cabo, si les mataban de hambre, se evitarían los disparos.
Nuestro héroe español, Alcedo, participó activamente en los sucesivos bloqueos con el objetivo de evitar que los ingleses llevaran alimentos hasta la sitiada Gibraltar. Así lo explica el escritor Manuel de Marliani (coetáneo del militar) en su obra «Combate de Trafalgar. Vindicación de la armada española contra las aserciones injuriosas vertidas por Mrs Thiers en su historia del consulado y el Imperio». En dicho libro, afirma escuetamente que «hizo la campaña del Canal de la Mancha» y que colaboró en el «bloqueo de Gibraltar» sobre el navío «San Dámaso». Estas tareas las hizo rindiendo órdenes al capitán de navío Domingo de Nava (mandamás en el bajel). Comandante que, a su vez, se hallaba enmarcado en la escuadra de Luis de Córdova.
Para desgracia rojigualda, el bloqueo fue roto en varias ocasiones. Por ello (y por otras tantas razones políticas) a los nuestros se les ocurrió, tres años después del inicio de las hostilidades, que lo mejor era tomar Gibraltar por las bravas y mediante un gigantesco asedio.
Como lo extranjero siempre suele tener más aceptación que lo nacional por estos lares (ya lo dice el refrán, nadie es profeta en su tierra) los mandos españoles aceptaron el plan de un ingeniero francés llamado D’Arçon. Este propuso atacar la «city» con unos nuevos barcos llamados baterías flotantes. Unos gigantescos ingenios marinos que se acercarían remolcados hasta el emplazamiento «british» y, a base de plomo y pólvora, desmontarían los cañones enemigos.
Su poderío y su tamaño eran innegables. Y, según se creía, su grueso armazón resistiría el fuego inglés. Sin embargo, el plan no convenció ni un pelo al duque de Grillon (al mando del sitio de Gibraltar). Así lo afirma Chávez en su obra: «Puso serias objeciones al plan. Tan seguro estaba de su fracaso que declinó toda responsabilidad al respecto mediante un escrito redactado antes del ataque». La movilización se planeó para el día 13 de septiembre de 1782, tal y como recuerda el artillero José María Cienfuegos Jovellanos (presente en la contienda) en sus memorias: «Éramos unos 40.000 hombres, 10 baterías flotantes y 47 barcos de línea, entre franceses y españoles». Aquel día haría válida la maldición del número 13 (venida desde la época de los templarios).
Durante el asedio a Gibraltar, Alcedo fue asignado a la lancha del «San Dámaso», y recibió órdenes de proteger las baterías flotantes. Labor que llevó a cabo con gallardía incluso cuando fue herido gravemente en combate.
Su honor hizo que no consintiese ser evacuado a pesar de los impactos que recibió desde Gibraltar. «Fue herido Alsedo y no fue consentido retirarse hasta el inmediato día 14, cuando se concluyó la acción», explica Pavía. Gregorio Lasaga también hace referencia a este combate en su obra «Compilación histórica, biográfica y marítima de la provincia de Santander». En ella, recalca que nuestro héroe sufrió «un vivísimo fuego de la plaza hasta las ocho de la mañana». Para su desgracia, y la de España, fue imposible tomar la plaza.
Poco después (el 19 de diciembre) el heroico Alcedo trasbordó al navío «San Pascual», a cargo de Gerónimo Dueñas, para servir a las órdenes de teniente general Juan de Lángara. «Restablecido de su herida, se embarcó de ayudante del general D. Juan de Lángara en el navío San Pascual. El gobierno premió los servicios de Alcedo con ascensos harto merecidos, promoviéndole á teniente de navío en 21 de diciembre de 1782», añade Lasaga en su obra.
Hasta la última gota de sangre en Trafalgar
Sus capacidades marinas le acabaron valiendo el ascenso a capitán de navío en 1796. Desde entonces participó en multitud de combates hasta que fue llamado (como capitán del navío de línea «Montañés») a formar parte de la armada franco-española que se enfrentaría a los buques ingleses de Nelson en la batalla de Trafalgar (1805). El 21 de octubre, el de la lucha, su bajel acabó en el centro de la formación. El meollo de la batalla, vaya. Aunque un poco escorado a la izquierda de aquellos buques que, posteriormente, sostendrían el avance enemigo: el «Santísima Trinidad» (más conocido como el «Escorial de los Mares» por sus gigantescas dimensiones) y el «Bucentaure» (el insignia francés de Villeneuve).
En las primeras horas, Alcedo vio como el navío de línea de 74 cañones «Bellerophon» le atizaba una descarga de cañón a las 12:25. Por suerte, los daños no fueron graves. Su verdadero calvario llegó media hora después. Fue entonces cuando el «Achilles» inglés (también de 74 cañones) se acercó a su navío lo suficiente como para tenerle a tiro de pistola. El tronar de los cañones enemigos copó entonces el aire. A este ruido le siguió de forma instantánea una lluvia de balas que impactaron en el «Montañés» causándole graves estragos en su «gente, casco y aparejo» (según dijo el informe de batalla posterior).
Alcedo reaccionó ordenando a sus marinos mostrar la banda a su enemigo. Y es que, además de notar hasta en el alma los zurriagazos, se había percatado de que el oficial contrario quería situar el lateral de su bajel (su parte mejor artillada) frente a la popa del «Montañés». De no evitar esa maniobra, una treintena de cañones «british» tendrían a tiro la parte trasera del buque español, la más débil de todo el barco.
El capitán español lo intentó, pero no lo consiguió. Y el resultado fue el que cabía esperar: el «Montañés» recibió una serie de andanadas que le dejaron maltrecho. A pesar de ello, Alcedo continuó en el alcázar del buque dando la orden de responder al fuego con fuego. Así se mantuvo hasta que (como explica Francisco de Paula Pavía y Pavía) ocurrió lo peor: «Seguía el Comandante alentando á su tripulación y expidiendo las órdenes más oportunas para la acción en que estaba empeñado, cuando una bala de cañón, cogiéndole de lleno en la espalda, lo dejó muerto en el acto, también murió á poco su segundo D. Antonio Castaños, en quien había recaído el mando, y no pocos individuos de.su dotación, siendo acribillada el casco y aparejo.
Una bala maciza escupida desde un bajel inglés surcó el cielo y le golpeó en la espaldaEsa bala maciza escupida desde el bajel inglés surcó el cielo y le golpeó en la espalda, llevándose su vida. Según se dice, sus últimas palabras helaron la sangre de aquellos que las escucharon: «He dicho que orcen, que quiero arrimarme más a ese navío de tres puentes, batirme a quemarropa y abordarle». Así se afirma, al menos, en las obras «Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana» (publicada en 1930) y «Retablo biográfico de montañeses ilustres» (escrita por Leopoldo Rodríguez Alcalde en 1978). Nuestro héroe murió, pero su leyenda nunca lo haría. Y es que, a pesar de fue derrotado por los «british», jamás se planteó rendirse ante la Pérfida Albión. Tras la contienda, el «Montañés» (que lamentó 20 muertos y 29 heridos) tuvo la suerte de poder escapar de los ingleses, quienes aplastaron a la flota combinada.
La vida que Alcedo dedicó a la marina, su valentía, su arrojo y su gran naso son recordados hoy en el Museo Naval con un retrato que guarda más historia de la que, en principio, podría parecer. La de un gallardo marino que demostró a los «british» que con España no se juega.
Si la penosa y apesebrada industria cinematográfica española no estuviera tan ocupada filmando pestiños sobre la guerra civil (siempre desde la óptica comunista, por supuesto), bodrios sobre gente marginal, homosexuales, travestis, drogatas, etc, quizá le quedara algo de metraje con el que poder plasmar en pantalla parte de la largísima lista de héroes Españoles y sus irrepetibles proezas y hazañas. De tener EEUU una historia tan rica y épica como la nuestra, sin duda que estaríamos saturados de barras y estrellas más de lo que ya estamos, si es que esto es posible. Pero claro… eso fomentaría el orgullo y… Leer más »