La deshonrosa alianza del Rey de Francia con los musulmanes para destruir al Imperio español
C. Cervera.- A Francisco I de Francia le pasó como a los políticos malos. Lo que dijo al principio de su reinado quedó obscenamente desfasado en pocos años: «Si me eligen emperador, dentro de tres años entraré en Constantinopla o habré perecido», prometió Francisco durante la carrera por hacerse con la Corona imperial en 1520. Muy al contrario, en menos de una década iba a estar tan desesperado como para aliarse con el némesis de la Cristiandad del periodo, el temido Imperio otomano, una fuerza musulmana que amenazaba con arrasar toda Europa.
De la prisión a una alianza peligrosa
Carlos I de España fue finalmente quien se hizo con el trono del Sacro Imperio Germánico, a lo que Francisco I intentó resarcirse en una nueva campaña en Italia, allí donde Francia anhelaba extender su dominio desde Milán. El impulsivo Francisco condujo a su ejército a uno de los mayores desastres en la historia de Francia, la batalla de Pavía (1525), donde murieron 10.000 soldados franceses y suizos (incluidos los comandantes Bonnivet y La Tremoille) y cayeron prisioneros 3.000 hombres, entre los cuales se contaba lo más granado de la nobleza: Saluzzo, Montmorency, Enrique de Navarra y el propio Francisco I. Al igual que el resto de caballeros, el Rey francés padeció los estragos de los arcabuces españoles en la refriega. Derribado de su montura, el monarca fue capturado por el soldado vasco Juan de Urbieta cuando trataba de zafar su pierna de debajo del moribundo caballo. En un principio, el vasco no supo distinguir la calidad de su botín, pero se frenó de degollarlo al vislumbrar su cuidada armadura.
Francisco I fue llevado preso a Madrid y permaneció en la Torre de los Lujanes y en el Real Alcázar hasta que accedió a firmar el ignominioso Tratado de Madrid. El acuerdo obligaba a Francisco I a renunciar al Milaneso, Génova, Nápoles, Borgoña, Artois y Flandes. Durante su estancia en Madrid, donde recibió trato cortés, escribiría a su madre: «Todo se ha perdido, menos el honor y la vida». Si bien, estaba a punto de perder también el honor a ojos de la Europa cristiana.
La liberación de Francisco impuso la llegada a Madrid como rehenes de los dos hijos mayores de éste: el delfín, Francisco, cuya salud quedó maltrecha en su prisión y murió en extrañas circunstancias con solo 18 años; y el futuro Enrique II. Lo cual no impidió que el Rey de Francia, una vez en suelo patrio, se desdijera de todo lo firmado, presentando un acta notarial efectuada en secreto ante algunos nobles franceses donde alegaba la nulidad del documento. Era como decir que había cruzado los dedos de las manos mientras juraba. Además, el Rey Cristianísimo dio luz verde a la alianza que los diplomáticos franceses habían cerrado en su ausencia con el sultán otomano Solimán «El Magnífico».
Con el rey preso, Luisa de Saboya, la reina madre, organizó la continuidad del Estado, la contraofensiva contra Carlos I y buscó nuevas alianzas para combatir a España. La regente convenció a Enrique VIII de Inglaterra para que finiquitara su alianza con Carlos mediante una desorbitada cifra económica. Asimismo, un antiguo comunero español llamado Antonio Rincón ejerció el papel de intermediario entre galos y turcos en un auténtico pacto con el Diablo. Poco después de la batalla de Pavía, la reina madre aprobó la apertura de la primera embajada francesa en Turquía y el envío de ricos presentes a la Sublime Puerta en señal de amistad. Lo curioso es que ese primer embajador francés no llegó vivo a Estambul, pues el pachá de Bosnia hizo asesinar a la comitiva diplomática cuando cruzó su territorio.
Como primera reacción a la petición de alianza, Solimán se ofreció a enviar una expedición para rescatar a Francisco I de MadridAsí se las gastaban los turcos. Francia estaba demasiado desesperada por lograr la alianza como para protestar por la atrocidad. Se limitó a destinar un nuevo embajador en la Sublime Puerta. El sultán turco, Solimán «El Magnífico», también había nacido en 1494, como Francisco, y estaba llamado a compartir el mundo conocido con Carlos, que había accedido al poder casi al mismo tiempo que el turco. La rivalidad estaba servida y sus fuerzas estaban parejas, salvo en lo que se refería a las batallas marítimas en el Mediterráneo, en la que los turcos dominaban desde hace un siglo. Como primera reacción a la petición de alianza, Solimán se ofreció a enviar una expedición para rescatar a Francisco I de su prisión madrileña.
A la demanda francesa de ayuda inmediata, Solimán derrotó a la coalición imperial y húngara en la batalla de Mohács, que supuso la desaparición de hecho del reino magiar hasta el siglo XIX y un golpe crítico a la única potencia balcánica que resistía, con astucia y salvajismo, al avance musulmán. Además, el turco estuvo cerca de conquistar Viena, en 1529, tras una fulgurante ofensiva a cargo de 120.000 hombres. Y solo tres años después, el sultán volvió a marchar sobre Viena, aunque esta vez el propio Carlos I acudió al frente de un ejército levantado a contrarreloj, en parte con el dinero del rescate de los hijos de Francisco, ya liberados. Solimán se retiró antes de la llegada de las fuerzas imperiales, privando al mundo de lo que hubiera sido el combate del siglo: los dos emperadores del planeta, frente a frente.
El Papa Clemente VII se une a la conjura
La alianza de Francia y el Imperio otomano, ampliamente criticada en Europa, puesto que Francisco I tenía el título de Rey Cristianísima, llevó a que ambos países se coordinaran en las ofensivas contra el Imperio español y sus aliados a partir de entonces. Mientras las fuerzas imperiales contenían a los turcos en Hungría en 1527, una alianza entre Venecia, una parte de Suiza, el Papa Clemente VII y Francia se unieron para formar la llamada Liga de Cognac (o Liga Clementina) con el objetivo de expulsar a los españoles de Italia.
Hasta el último momento, Carlos I y su hermano Fernando de Habsburgo, el archiduque de Austria, intentaron convencer sin éxito al Papa de que aparcara por el momento las diferencias en Italia y ayudara a frenar la acometida musulmana. La apatía de estos estados cristianos frente al desastre húngaro, que llevaba siglos conteniendo el avance musulmán, convenció a Carlos I de atacar al integrante más débil de la alianza, al menos en lo militar: el Papa Clemente VII. La campaña llevó a las tropas españolas a arrasar Roma el 6 de mayo de 1527, cuando la muerte del comandante imperial, Charles de Borbón, dejó sin gobierno al ejército. El Emperador lamentaría la imagen que dieron sus tropas, muchas de ellas mercenarios luteranos, en este saqueo al corazón de la Cristiandad; pero el mensaje quedó claro entre aquellos que se atrevieran a desafiarle.
Pero Francia no se conformó con usar al Papa en contra de los intereses de la Cristiandad en los Balcanes, sino que estrechó la alianza militar con los turcos a un nivel casi fraternal. En 1536, tuvieron lugar varias expediciones marítimas franco-otomanas contra los territorios hispánicos en Italia y las Islas baleares. Las flotas turcas ayudaron en el ataque a Niza y otras poblaciones aliadas de España en 1542. Tras incendiar Reggio, la flota del corsario Barbarroja fue recibido entre gritos de júbilo cuando se refugiaron en el puerto francés de Marsella.
Todos los puertos franceses en el Mediterráneo quedaron abiertos para los musulmanes y los corsarios berberiscos durante estas operaciones. El célebre historiador Cesáreo Fernández Duro describe con gruesas palabras la estancia de Barbarroja en otro puerto galo:
«No era allí huésped (en Tolón); era amo. No consentía que se tocaran campanas en las iglesias; de noche ponía en tierra destacamentos a correr los caseríos y veredas, con objeto de secuestrar campesinos de reemplazo de los remeros que morían; cometía toda especie de violaciones, recibiendo raciones al completo de su gente y 50.000 ducados mensuales de sueldo».
A la muerte de Francisco I la alianza se mantuvo en pie. Enrique II, que había estado preso en España, heredó de su padre el odio hacia España y su amistad con los otomanos. Francia fue una de las grandes potencias católicas ausentes durante la Santa Alianza organizada entre Roma, España, Génova, Venecia y otras repúblicas italianas, que devino en la batalla de Lepanto de 1571. Austria y Portugal se abstuvieron de participar porque mantenían en ese momento treguas con los turcos, pero al menos se mantuvieron neutrales. Francia, no lo hizo. Tras la derrota musulmana, Francia y los rebeldes holandeses vendieron materiales para que la flota del sultán pudiera ser reconstruida cuanto antes.
A la vista de sus ventajas, la alianza de Francia fue imitada pronto por los príncipes protestantes de Alemania. En una carta de Solimán fechada en mayo de 1552, el sultán manifestó al Elector de Sajonia, al duque de Prusia y a otros príncipes protestantes que «no tienen nada que temer de Turquía». El sultán incluso estudió ayudar a Lutero en su reforma religiosa, lo cual hizo de forma indirecta.
Con los protestantes en la Guerra de los 30 años
El siglo XVII vivió todo tipo de acrobacias diplomáticas igualmente impactantes. A pesar de soportar un siglo de guerras religiosas entre calvinistas y católicos, el estadista que sacó de su letargo a Francia, el Cardenal Richelieu, no tuvo escrúpulos a la hora de aliarse con el bando protestante en la Guerra de los 30 años. Su condición de clérigo católico no impidió que sus tropas se pusieran a disposición de los enemigos del Imperio español y de los Habsburgo, aliándose con holandeses, suecos y demás fuerzas protestantes.
La religión perdía poco a poco toda su importancia de puertas para fuera, mientras que de puertas para dentro la intolerancia hacia otras confesiones en países como España e Inglaterra seguía en puntos críticos. El paso de la Edad Media a la Edad moderna concibió este tipo de contradicciones y una red de alianzas hasta entonces inverosímiles, incluso en España.
Carlos I tuvo entre sus tropas a soldados luteranos mercenarios por exigencias militares, y a príncipes alemanes protestantes como aliados. Además, desde 1547 autorizó igualmente varias treguas con el salvaje Imperio otomano.
Tras la batalla de Lepanto (1571), su hijo, Felipe II, firmaría también varias paces secretas con los turcos, de manera que el conflicto entre estos dos gigantes fue lentamente desarticulado y entre 1593 y finales de siglo apenas hubo enfrentamientos. Eso por no hablar de que el propio Felipe II impulsó una alianza con el shah de Persia, también musulmán, finalmente poco fructífera, para abrir un frente a los otomanos en su propio territorio.
Y es que la «realpolitik» crea extraños compañeros de cama.
La alianza de Francia, con los musulmanes, antes que con Cristo, es igual de Hipócrita, que la del PNV Gobierno vasco, de 1936 y ahora, que como los franceses se dicen católicos, pero se aliaron con el marxismo en 1936, para su independencia fallida. para ellos primero Francia Y primero Euzkadi y luego si les queda algo , Luego Dios. Ahora son igual de Hipócritas, que se aliaron con el PSOE, en su día para aprobar el aborto. Vaya católicos de tercera, que son de los que se condenan, por malos católicos e Hipócritas. Y luego muchos de esos hipócritas… Leer más »
Una oportunidad de oro perdida para España el dejar libre al rey de Francia. Algo así no se presenta todos los días y debió aprovecharse para anexionarse la zona de Occitania. Le hubiera dado a España comunicación terrestre directa con sus dominios en Italia, Franco-Condado y Flandes. Y otra cosa que hubiera sido vital en siglos posteriores: población, recursos y debilitar a un rival como Francia de manera practicamente definitiva.
Francia siempre antepuso sus intereses nacionales a los de toda Europa, pero esa alianza pudo costarle muy cara también a ella, pues si los Otomanos hubieran destruido a la Monarquía Hispánica, Francia hubiera sufrido una invasión musulmana a través de España como en el 732, y Europa habría sido cogida entre dos pinzas, al Este por Viena y al Oeste por España o Italia, con lo cual la historia de Occidente podría haber sido muy diferente.