La definición de la pluralidad
La sociedad vasca y catalana, además de estar marcadas por la diversidad habitual en toda sociedad moderna abierta y compleja (una diversidad social, política e ideológica, de religión y de moral, de cultura, de hábitos y costumbres, etc.), lo está también y en un grado muy notable por otra clase de diversidad que afecta a sus cimientos nacionales, esto es a la lengua, cultura, procedencia, identidad colectiva y sentimientos nacionales. Pero lo más singular del caso vasco, y también del catalán, a este respecto, es que esa clase de pluralidad se da en un grado muy superior a la media conocida en países occidentales similares al nuestro, como Escocia, Quebec o Flandes o Valonia.
La particularidad del pluralismo vasco y catalan se manifiesta en estos tres hechos: 1) que es ya una sociedad mayoritariamente mestiza, 2) que está escindida como ya se ha dicho en cuestiones básicas de su identidad colectiva, y 3) que alberga un alineamiento político-electoral muy condicionado en el fondo, si bien de forma compleja, por los dos hechos anteriores. Todos los países modernos tienen el pluralismo 1 y son mestizos en mayor o menor grado. La mayoría de los estados del mundo, que son plurinacionales de hecho, tienen un pluralismo 2 más o menos acusado. Mientras que en los estados verdaderamente nacionales como Portugal y en naciones como Quebec, Escocia, Flandes, Valonia y Galicia, etc. el pluralismo 1 es muy reducido; en todos esos casos, la homogeneidad de la población (de origen, lengua materna, tradición cultural, etc.) es bastante elevada, con porcentajes de la misma entre el 75% y el 90%.
En estas Comunidades los pluralismeos 1 y 2 son muy relevantes y a consecuencia de ello hay un acentuado pluralismo 3 . Pero tal vez lo más peculiar de su pluralismo no son las diferencias existentes que atañen a la identidad colectiva y a los sentimientos y lealtades nacionales. Su rasgo más singular puede residir en que, en dichas diferencias y a través de ellas, se manifiesta una quiebra social en asuntos básicos para la cohesión de la comunidad política que pretende ser. Lo más peculiar es, por tanto, el hecho de que, a resultas de su pluralismo, se dé un patente conflicto interior en cuestiones básicas para la convivencia comunitaria.
La definición de la nación en la doctrina central nacionalista tiene una sustancia etnicista que le incapacita para satisfacer las expresiones del pluralismo de estas sociedades que no sintonizan con los postulados del nacionalismo vasco sobre todo. En esto, también ocurre que la incompatibilidad doctrinal entre ambos términos se plantea muy radicalmente mientras que, históricamente, en la práctica política, esa radicalidad se diluye en continuas negociaciones y en muy diversos apaños o acomodos.
La doctrina central nacionalista piensa la nación vasca y catalana en los términos unívocos mazzinianos: un territorio, una lengua, un pueblo, una única idea nacional. Dicha de otra forma, no está pensada para asumir la diversidad profunda que caracteriza hoy día a estas sociedades. Precisando aún más, la piensa así a largo plazo, esto es, como resultado del éxito de su oferta política, tras un largo proceso de integración y como fruto de su capacidad de asimilación al ideario independentista. El conjunto del nacionalismo en estas regiones rara vez se sale de tal modelo, si bien es patente asimismo una preocupación por suavizar o camuflar sus aristas más antipáticas.
El problema estriba en que esa aspiración asimiladora, aun cuando se piense en términos de voluntariedad y de respeto de los procedimientos democráticos del estado de derecho y de los derechos individuales, ya denota en sí misma un juicio negativo de la diversidad y pluralidad actual. A tenor de su doctrina, el nacionalismo no puede dejar de considerar la diversidad profunda existente como “una realidad molesta”, como “algo a superar o a hacer desaparecer”. Lo cual no sólo plantea un conflicto profundo de valores con quienes la consideran una riqueza del conjunto de la sociedad, que se debe mantener aunque sea una permanente fuente de conflictos. Ante todo y sobre todo es una grave y mutua desconsideración hacia quienes tienen un sentimiento nacional distinto al del otro.
Ya hace tiempo que el conflicto vasco no puede entenderse si se ignora este nuevo aspecto del mismo: la demanda de reconocimiento y respeto por parte de quienes se sienten menoscabados por el nacionalismo vasco en su identidad personal y colectiva en el territorio en el que éste es la fuerza hegemónica y a la inversa, que no ocurre en el nacionalismo catalan. Cosa que por cierto conecta con un cambio de paradigma en todo el mundo occidental en lo que hace al tratamiento de las identidades diferentes (Kymlicka 1996). Antes se aceptaba la perspectiva de la pérdida de la nacionalidad a cambio de otras ventajas, como ya dijo Marx en su día a propósito de la sociedad provenzal. Entonces no había otra opción sino la elección entre la asimilación o hacer las maletas y el éxodo. Ahora se trata de hacer compatibles en una misma sociedad una pluralidad de bienes distintos (I. Berlín), incluidos los diferentes bienes nacionales, aunque sean conflictivos entre sí. Así lo exige una visión de la justicia y de la vida buena indudablemente más civilizada y satisfactoria.
La convicción “revisionista” a este respecto, por parte de los líderes del nacionalismo, sería una condición necesaria para que pueda cuajar en todo su mundo un sentimiento favorable al federalismo multinacional. Pues tal vez la mayor ventaja de este sistema, como ya se ha dicho antes, es su mayor capacidad de adecuación a ese rasgo singular de la sociedades vasca y catalana que es su diversidad profunda.
*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca