Por esto (y otras cosas) el PSOE no levanta cabeza
Jaime González.- Tiene Blanes (Gerona) un alcalde de apellido Lupiáñez al que habría que embalsamar como al Negro de Bañolas, aquel bosquimano al que los hermanos Verraux, insignes taxidermistas, disecaron para convertirle en atracción del Museo Darder. Lo que le hicieron al bosquimano no tenía nombre, por lo que su cadáver fue repatriado a Botswana, donde fue recibido como un héroe. El Negro de Bañolas era de la etnia san, mientras que el blanco Lupiáñez es de la etnia de los socialistas catalanes, estirpe política que, de tanto en tanto, nos sorprende con la irrupción de algún dirigente al que habría que encerrar en una vitrina de cristal.
Ha dicho Lupiáñez que no hay nada que una a Cataluña con España, porque sus diferencias son tan grandes como las que separan a Dinamarca de Marruecos. Lupiáñez cree que los valores de progreso, esfuerzo y dinamismo de la sociedad catalana son incompatibles con los del resto de España, de lo que cabe inferir que Cataluña se mueve en la estela de los países nórdicos (de ahí que Francesca Guardiola, hermana de Pep, sea embajadora catalana en Copenhague) y nosotros en la del Magreb. Solo le ha faltado llamarnos moros, pero como Lupiáñez nació en Granada se conoce que no ha querido mover las ramas de su propio árbol genealógico.
No cabe duda de que Lupiáñez es más raro que el Negro de Bañolas, al que los hermanos Verraux disecaron sin más motivo que su singular apariencia. En consecuencia, y en justa reciprocidad, habría que embalsamar al alcalde de Blanes en acto de desagravio al pobre bosquimano, que era más lúcido y cuerdo que Lupiáñez de aquí a Marruecos. O de Cataluña a Dinamarca, que según él están más cerca.
El PSC le ha desautorizado, pero eso carece de relevancia, porque la gravedad no está en lo que salió por su boca, sino en lo que esconde en su cabeza. Ignoro cuántos Lupiáñez hay entre los socialistas catalanes, pero con que haya una docena ya es bastante para certificar que el virus del soberanismo ha doblegado las defensas de un partido que presumía de ser el gran vertebrador de España y que ahora apuesta por la plurinacionalidad para escapar de sus propias contradicciones. Lo de Lupiáñez no es una anécdota, sino una grave y cada vez más frecuente anomalía que obliga a desconfiar del socialismo en legítima defensa.