El infierno de Dresde bajo las bombas aliadas
Rodrigo Alonso (ABC).- El bombardeo de la localidad alemana de Dresde (13 al 14 de febrero, 1945) llevado a cabo por bombarderos Lancaster de la RAF (Royal Air Force) y B-17 de la USAAF (fuerzas aéreas estadounidenses) es uno de los episodios más negros de aquellos que acaecieron durante la Segunda Guerra Mundial.
Este ataque -realizado con el objetivo encubierto de desmoralizar al pueblo germano- llevó no solo a la destrucción de una localización de incalculable valor arquitectónico y artístico, sino también al asesinato de más de 25.000 civiles inocentes que nada tenían que ver con las acciones criminales del gobierno nazi de Adolf Hitler
La ribereña ciudad alemana de Dresde, conocida como «La Florencia del Elba», no se podía esperar aquella noche de febrero la destrucción que la iba a llegar desde el cielo en forma de miles de toneladas de explosivos.
Sangre civil
Los bombardeos aliados sobre ciudades alemanas (al igual que hizo el país centroeuropeo con sus rivales) fueron constantes desde el principio de las hostilidades. Para el año 1945 prácticamente todas las poblaciones germanas se habían visto afectadas por las ofensivas de las naciones enemigas. Especialmente la zona noroeste, ya que se encontraba más cerca de las posiciones británicas. En 1943, durante un ataque aéreo a Hamburgo (conocido como Operación Gomorra), la RAF había causado la muerte de unos 45.000 civiles y había herido a otras 37.000 personas. El mariscal Arthur «Bomber» Harris (a cargo de los ataques aéreos en tierras del Reich desde 1942 y conocido por sus hombres como «El Carnicero») envió 800 aviones que -durante cuatro noches- arrasaron la localidad lanzando sobre sus distritos residenciales 8.344 toneladas de bombas incendiarias y explosivas.
Como explica Ian Kershaw en «El final: Alemania 1944-1945», los bombardeos sobre ciudades se fueron multiplicando anualmente según iba avanzando la contienda y la Luftwaffe perdía pujanza en los cielos europeos. De este modo, durante los pocos meses que duró la guerra europea en 1945, los aliados lanzaron sobre el país gobernado por Hitler más del doble de explosivos (471.000 toneladas) que durante todo 1943. Dentro de la lista de enclaves alemanes arrasados por las bombas aliadas al final de la contienda se encuentran -a parte de Dresde- localidades como Pforzheim (17.600 víctimas) o Wurzburgo (4.000 muertos dentro de una población de 107.000 habitantes).
El auténtico objetivo de estos ataques aéreos contra ciudades era claro: Había que llevar a los civiles y a los restos de las tropas del «Führer» a la desmoralización más absoluta. Evidentemente, tras el fracaso que supuso la Ofensiva de las Ardenas (16 de diciembre, 1944 – 7 de enero, 1945), la sensación de derrota cundía entre la población y los soldados del Reich. Tanto que, desde la cancillería, Hitler y los altos jerarcas nazis se vieron en auténticos aprietos a la hora de levantar la moral de un ejército y un pueblo que eran conscientes de que la capitulación se antojaba inevitable. Dentro de la paranoia colectiva instaurada en el Reichstag se llevaron a cabo ejecuciones sumarias de no pocos combatientes acusados de derrotismo.
Pese al evidente abatimiento que hacía presa a toda la Alemania nazi -como recoge Michael Burleigh en «El Tercer Reich. Una nueva histora»- el desaliento de la población fue relativo a ojos de la RAF. Los informes de las fuerzas comandadas por «El Carnicero» Harris relatan que no había ningún indicio de que la moral de los alemanes se hubiese visto afectada por sus bombardeos. Esta afirmación podría tratarse de una justificación empleada con el fin de proseguir con su política de sistemáticos ataques aéreos sobre ciudades alemanas.
«Una fragua titánica»
A pesar de que el objetivo principal del ataque sobre Dresde era que cundiese el derrotismo en el país centroeuropeo, los aliados tenían la necesidad de justificar dicha acción de alguna forma. Como señala Antony Beevor en su obra «La Segunda Guerra Mundial», el objetivo «oficial» de la ofensiva habría sido causar una avalancha de refugiados que estorbase los movimientos de los soldados del Reich hacia el frente ruso. Práctica que también había llevado a cabo la Luftwaffe en Gran Bretaña durante los ataques aéreos de 1940. Por otro lado, tanto Churchill como «El Carnicero», querían realizar una demostración de poderío frente a sus compañeros comunistas hostigando un enclave que se había visto prácticamente libre de hostilidades durante la contienda. Es así como -según explica Tami Biddle en «Rhetoric and Reality in Air Warfare»- la RAF y la USAAF acordaron el 1 de febrero situar las ciudades de Berlín, Leipzig y Dresde en la lista de objetivos prioritarios. La ofensiva recibió el nombre de Operación Trueno.
Las condiciones para atacar la histórica ciudad alemana eran, además, sumamente favorables para los fines anglosajones. Como explica Kershaw; había buenas condiciones meteorológicas, ausencia casi total de defensas aéreas, escasez de refugios adecuados y una gran población de 640.000 habitantes. De este modo, todo eran pros a ojos de británicos y americanos para lanzar su explosivo ataque sobre los civiles.
Fue así como, el 13 de febrero de 1945, salieron hacia la localidad bañada por el Elba 796 Lancaster de la RAF en dos oleadas. La primera alcanzó el objetivo sobre las 10:30 de la noche, y se encargó de provocar los fuegos iniciales en la parte antigua de la ciudad. La segunda (más numerosa) se aprovechó de que la población pensaba que la ofensiva había terminado, por lo que los aviones británicos continuaron arrasando la localidad mediante el empleo de más bombas incendiarias y explosivas. El hostigamiento constante sobre la región ubicada a orillas del Elba llegó a provocar fortísimos vientos a ras de suelo que Beevor comparó en su obra con «una fragua titánica». Después los B-17 estadounidenses se sumaron a la macabra fiesta y tuvieron su particular oportunidad de cebarse con los supervivientes.
Es difícilmente imaginable el infierno que se desató durante las 40 horas que duró el ataque. Kershaw afirma en su obra que «las personas que se refugiaron en los refugios improvisados se asfixiaron. Los que se encontraban en las calles fueron devorados por las llamas». De este modo miraras hacia donde miraras toda la ciudad se encontraba atestada de muertos.
Cuando las hostilidades cesaron definitivamente la otrora joya del arte y la cultura se había convertido en una necrópolis descomunal. El Reich desplegó al día siguiente dos mil soldados y prisioneros de guerra que se dedicaron a limpiar la muerte que habían dejado atrás los bombardeos. Se estima que más de 10.000 cadáveres fueron enterrados en fosas comunes y otros tantos fueron incinerados en los días posteriores. Los datos oficiales de pérdidas humanas arrojadas por el gobierno nazi hablan acerca de 18.375 muertos, 2.212 heridos graves y 350.000 personas sin vivienda.
Es sumamente complicado dar una cifra exacta acerca del número de bajas que provocó este ataque. A pesar de esto se ha aceptado la estimación de 25.000 muertos como la más cercana a la realidad, cantidad que forma parte de los 500.000 no combatientes que (más o menos) perdió Alemania durante la contienda. Como afirma Beevor, la interrupción del tráfico ferroviario y militar suponían un objetivo legítimo. Sin embargo, en este caso, se impuso el «deseo obsesivo de destrucción total» de Harris.
Cuando esta política de ataques aéreos masivos salió a la luz pública, Churchill (quien estaba perfectamente informado acerca de la planificación y resultado de los mismos) se vio en la necesidad de enviar una notificación a los jefes de su estado mayor. El «premiere» británico afirmaba en la misiva que «la destrucción de Dresde sigue planteando una cuestión muy grave en contra de la forma que tienen los aliados de llevar a cabo sus bombardeos». Esta afirmación resultó sumamente hipócrita a ojos de los mandos de la RAF.
Parece ser que Joseph Goebbles -Ministro de Propaganda del Tercer Reich- al enterarse de lo acontecido en Dresde solicitó ejecutar a tantos prisioneros de guerra aliados como civiles habían muerto. Según explica Beevor, Hitler habría estado de acuerdo con esta medida, pero la llamada a la prudencia de otras personalidades como Keitel, Jodl, Donitz o Ribbentrop le hicieron replanteárselo.
Como afirman varias fuentes, al finalizar la contienda global la Unión Soviética trató de incluir los bombardeos contra civiles dentro de la lista de crímenes de guerra juzgados en Núremberg. Cosa a la que Gran Bretaña se opuso terminantemente, puesto que esto hubiese implicado sentar en el banquillo de los acusados a altos cargos de la RAF, entre ellos Arthur «El Carnicero» Harris.
«Nos daba igual bombardear Dresde que lanzar las bombas al Canal. Dresde era un simple objetivo sin más» es una de las respuestas recogidas de un piloto de la RAF con respecto a su participación en el bombardeo. Muy en la línea de las declaraciones propias de los SS acerca del Holocausto, o de los brazos ejecutores de los ataques contra Hiroshima y Nagasaki a propósito del empleo de armas nucleares contra población civil.
Lo de Dresde sí que fue un genocidio en toda regla. Ahí sí que no hay justificación posible. Una masacre totalmente innecesaria y quizá la prueba indiscutible del mal que el judaismo lleva en sus genes.
Y Tokio , 100.000 muertos en una noche, además de Hiroshima y Nagasaki