Sin pena de telediario
A. Burgos.- En estos mal llamados días, aciagos para el futuro de España, me acuerdo bastante de aquella tía que tenía don José María Pemán y cuya historia contó en una Tercera de ABC, espléndida como todas las suyas, cuando la televisión llegó a Andalucía. Contaba Pemán que su tía se resistía a comprarse un aparato de televisión, como hacía todo el que tenía posibles, para pasar las noches con Perry Mason o con Franz Johan. Y cuando preguntaron a la buena señora por su resistencia a comprarse el televisor, justificó su negativa diciendo:
-¿Pero cómo me voy a comprar yo ese aparato? ¿Para que se me llene la salita de gente a la que no conozco de nada?
A muchos de los que estamos quizá más preocupados que algunos de los propios catalanes por «la deriva» (que se dice en tertulianés) del separatismo, nos está pasando justamente como quería evitar la tía de Pemán: cada telediario, sea de la cadena que fuere, nos llena la salita de separatistas, a los que no solamente no conocemos de nada, sino que odiamos y tememos; quienes sin pedirnos permiso nos largan su soflama independentista y encima en su lengua cooficial, cuando saben que sus palabras van a ser escuchadas en toda la nación española y hablan todos perfectamente castellano, quizá mejor que usted y que yo, aunque con otro acento. Si nos atenemos a la doctrina del Tribunal Constitucional, cada telediario nos llena la salita de delincuentes separatistas, de sediciosos rebeldes. Para ellos no hay la que llaman «pena de telediario», sino lo contrario: hay exaltación del separatismo independentista en cada telediario. Los presentan como unos héroes, para que larguen toda la fiesta que les dé la gana contra la unidad de la Patria española. Cualquier político corrupto de los miles que hay sueltos por España a babor y estribor es presentado en la televisión como en ejecución de la «pena de telediario» famosa y ágrafa de códigos. Estos son exaltados en su rebeldía y desobediencia. Y nadie propone un «apagón informativo».
Dice Rajoy de su Gobierno, en su continuo recital de serenidad y prudencia que sabe Dios lo que camufla, que «nos van a obligar a lo que no queremos llegar». Bueno, pues en materia de exaltación de los delincuentes separatistas, en la propia TV pública no sólo han llegado ya, sino, como se dice en tertulianés, se han pasado veinte pueblos. Ya la gente conoce más que al presidente de su propia comunidad al de la autonomía catalana, al del mocho de fregona en la cabeza, que de hecho ha aplicado ya por su cuenta el artículo 155 de una Constitución que de momento se han saltado a la torera y después ya veremos. ¿A qué supresión de autonomía va a llegar Rajoy como le obliguen, si la Generalidad ya no aplican la de la Constitución de 1978 y se han erigido en otra cosa, en una especie de anticipo a cuenta (a cuenta del dinero de todos los españoles) de la República Catalana que quieren proclamar? Los reos de sedición y rebeldía que con cada telediario se nos cuelan en Modo Exaltación en la salita presentan el ilegal referéndum como un inofensivo juego de niños con urnas de cartón y papeletas de Ikea. Nadie dice que las familias catalanas están divididas, y que se ha hecho de nuevo trágica realidad el fandango de la guerra civil: «Tengo un hermano en los rojos/ y otro con los nacionales». Más preocupados estamos por este quilombo el resto de los españoles que muchos catalanes, exultantes. Tras cenar con un empresario catalán que pastelea tela con los separatas, un amigo me hizo la triste clasificación de esta hora. Me dijo: «Mira, ahora mismo hay tres clases de catalanes: los que son separatistas y lo dicen; los que son separatistas y no lo dicen; y los que son separatistas y no lo saben». Hasta a los empresarios les rascas un poco y te sale un Puigdemont sin exaltación de telediario.