A.R.- “Ellos son las viruelas de sus reyes: todos las padecen, y los que escapan quedan por lo menos con señales de haberlas tenido”. (Francisco de Quevedo,  autor del panfleto que representó la respuesta oficial contra la rebelión catalana de 1640). Cuando te alegras de que los primeros nacidos del año en Cataluña sean de origen extraeuropeo. Cuando te levanta el ánimo que suba el paro en Cataluña y se empobrezca su población. Cuando de la prensa catalana lo único que te interesa son las necrológicas y las páginas de sucesos. Cuando tu sentido de pertenencia a una civilización no se ve perturbado ante la imagen de un burka paseando por una calle de Salt. Cuando pierdes media hora en los supermercados diseccionando cada producto para que no te cuelen ninguno procedente de Cataluña. Cuando cambias de cadena si tropiezas con algún periodista catalán, por muy disfrazado que vaya, es que entonces tenemos un serio problema de convivencia con los catalanes.

La cuestión es que, hasta ahora, las reglas de esa convivencia la habían marcado los separatistas catalanes, en estrecha connivencia con los políticos que dicen representar a todos los españoles, y así nos ha ido. El siempre lúcido Ignacio Camacho acierta de lleno cuando señala que la cuestión de fondo sigue desenfocada: el independentismo no es un problema de Cataluña sino de España y lo tiene que resolver la sociedad española, que es a la que corresponden las decisiones soberanas. Es la nación entera la que debe decidir cómo afronta el cuestionamiento de su concordia, puesta en solfa por un ejercicio insólito de deslealtad que invalida cualquier apuesta de confianza. Y ya no es posible fingir normalidad ni esperar el regreso a la razón de unas instituciones catalanas que en cuanto recobren la capacidad de autogobierno pondrán en marcha el procés 3.0., la nueva fase de construcción de la distopía identitaria.

Antes de seguir es importante una aclaración. Muchos lectores de este medio suelen atribuir al sionismo la responsabilidad en la creación de ese clima de disolución moral que padece Europa y que al parecer sólo unos pocos tienen la facultas de percibir. Uno de ellos nos dio la clave. Una “opinión pública” que cree que la tendencia sexual no importa, o que abortar es un derecho, es capaz de creer cualquier cosa. El sistema educativo ha creado compartimentos estancos. Mientras en el de matemáticas o física promueve el análisis y el razonamiento, en los de ciencias sociales, historia o educación en “valores” prohíbe el análisis y el razonamiento, estableciendo una educación dogmática, acrítica, que se resume en la siguiente frase: “Permitid todo lo que el sistema permite y no permitáis lo que el sistema no permite, y obedeced ciegamente”. Es decir, “no penséis según qué determinados asuntos”.

Nuestros sionistas no llevan largos tirabuzones ni visten sus cabezas con sombreros negros de ala ancha. Es fácil reconocerles salvo que las anteojeras nos lo impidan. Catalanes han sido los creadores en toda España de un permanente clima de opinión favorable a sus intereses económicos y que no ha hecho sino alimentar los estereotipos contra una España chusca, zafia, facha y mesetera. Hay bastantes catalanes que comandan las televisiones españolas que aparentan moderación y equilibrio, pero que en el fondo lo que hacen es evitar cualquier tipo de respuesta firme a las pretensiones de raza superior que destilan. Son los sacerdotes de la religión catalana. Lo catalán, por definición, es raza elegida.

Un ejemplo son los guionistas catalanes de las series más exitosas. Aida, por ejemplo, en la que el personaje de Mauricio Colmenero representa lo español. Por definición fascista, machista, inculto, tabernario y xenófobo. Transmiten siempre la idea de que el catalán es superior, más listo, más educado, más europeo, más demócrata por comparación con los despreciables charnegos. Esto lo hacen todas las televisiones, incluidas las nacionales y lo hacen bajo la atenta vigilancia de supervisores catalanes desplazados al efecto, no vaya a ser que alguien se salte el guión. La censura franquista era una broma en comparación.

Todo ha sido escrito antes por ilustres compatriotas y no supimos sacar conclusiones. El catalanismo, profundamente malsano, se trata de una aberración puramente retórica que debe ser perseguido sin descanso. No ganaremos nunca esta guerra si no somos capaces de hacer saber a los catalanes, de una vez para siempre, que no valen más que los demás habitantes de España y que si en determinadas cosas sobresalen las provincias catalanas, de las que no lo son, se lo deben a éstas últimas. El problema catalán no se resuelve, pues, con más privilegios económicos, sino con la restricción; no con paliativos y pactos, sino con una actitud de hierro. Somos legión los españoles a los que nos ha servido el ‘procès’ para decir ‘basta’ a tanta traición, porque nosotros preferiríamos ver a estas tierras pulverizadas antes que verlas otra vez en contra de España. Cataluña ha ordeñado y sigue ordeñando a su placer la vaca española. Podrán idearse fórmulas de convivencia muy distintas para articular la España del futuro. Hermandad política sí, pero con igualdad fiscal para todos los que quieran seguir siendo españoles. Y punto final al ordeñamiento de la vaca española. Cataluña es una comunidad más rica que Extremadura, no porque le haya tocado la lotería, sino porqué ha estado robando políticamente al resto de las regiones durante décadas. En suma, el nacionalismo catalán retrocede donde encuentra resistencia e invade cuando percibe debilidad.

El literato francés Stendhal en 1837, en una visita al norte de España, tras estar unos meses en Cataluña, escribió en su libro de viajes la sorpresa que le producía ver que todos los españoles del resto de las provincias estaban obligados a comprar los paños catalanes (que eran más caros y peores que los ingleses) para poder hacer que la industria textil catalana sobreviviera. Hablamos del arancel del sobreprecio que todos los españoles se han visto obligados a pagar durante más de dos siglos a la industria catalana, simplemente por ser la más pujante. Evidentemente en el siglo XIX está caracterizado en España por la debilidad de la industria, dado que la política proteccionista quería tener el mercado cautivo (tanto el peninsular como el colonial y el de ultramar). El proteccionismo económico en Cataluña se mantuvo durante la Dictadura de Primo de Rivera y lamentablemente también durante el régimen anterior. Después de la guerra civil, el franquismo en su Plan de Desarrollo invirtió el 40% del dinero destinado al INI (Instituto Nacional de Industria) en Cataluña, con la factoría SEAT a la cabeza, el 20% en Vascongadas y otro 20% en Madrid. El resto, otro 20%, lo invirtió en el resto de España. El despegue económico de estas zonas fue rápido. El resto de España siguió en la miseria hasta bien entrados los años 60.

Por eso no nos cansaremos de insistir en que el boicot a las marcas y productos catalanes puede ser más o menos efectivo, pero mientras el boicot no identifique claramente a los que sirven al amo nacionalista y no alcance a todo el tinglado catalán que domina el control de la opinión pública en España y a quienes les apoyan, no hay nada que hacer. La deslealtad no se puede premiar con financiaciones a medida o proyectos que no garantizan el respeto y la igualdad entre todos los españoles.

Alain Cuenca, de la Universidad de Alcalá, añade luces sobre el traslado del domicilio de numerosas empresas desde Cataluña a otras regiones españolas. Estamos viviendo días de incertidumbre en torno a la crisis institucional provocada por los independentistas. Un hito importante de las últimas semanas ha sido el traslado del domicilio de numerosas empresas desde Barcelona a otras ciudades españolas. Se trata de otra de las trampas de la élite económica catalana para consumo de tontos. Es decir, sacrificar algunos peones para salvar la pieza principal. Estos movimientos empresariales no afectan a la economía real, ni a los ingresos de la Generalidad. Trasladar la sede social de una empresa de un punto a otro de la geografía española no cambia la actividad económica real, ni mueve el empleo, de modo que el PIB de Cataluña no se ve mermado. Evidentemente, si al cabo de unos años se desplazara también la dirección efectiva de los bancos, o se deslocalizaran las plantas de producción y distribución de las empresas manufactureras, habría pérdidas de renta, empleo y riqueza, pero eso no ha sucedido, ni es previsible que suceda.

En cuanto a las finanzas públicas, Cataluña cuenta con los impuestos que paga la ciudadanía. Por un lado, obtiene la mitad del IRPF según el domicilio fiscal de los contribuyentes, no el de sus empresas. La segunda fuente de ingresos proviene del IVA recaudado en toda España (excepto Vascongadas, Navarra, Canarias y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla), que se distribuye entre las autonomías en función de índices de consumo. Nuevamente, es irrelevante el domicilio social o fiscal de las empresas. Lo mismo sucede con los impuestos especiales, que nutren a la Generalitat con el 58% de la recaudación distribuida, nuevamente, según índices de consumo.

Por lo que se refiere a los tributos cedidos al cien por cien a la comunidad autónoma, la Generalitat grava las sucesiones y donaciones, las transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados, la tenencia de patrimonio, el juego y ha creado además algunos impuestos propios. Ninguno de estos tributos se recauda en función del domicilio social de las empresas. Por último, el Impuesto sobre Sociedades no está cedido a la Comunidad Autónoma de Cataluña y por ello, antes y después del cambio de domicilio, sigue financiando en su totalidad las arcas del Estado.

Por tanto, es verdad que la fuga de empresas a la que estamos asistiendo carece de efectos económicos y financieros relevantes.

Lo peor sin embargo es la actitud de desdén de nuestros dirigentes. No quieren resolver el problema catalán. Ni siquiera han sido capaces de realizar una lectura imparcial y objetiva de los resultados de las elecciones del 21-D.

El conflicto catalán no es un simple contratiempo político; se trata de una fractura sin reparar que va a seguir causando estragos. Frente al independentismo los electores no han optado por la izquierda ni por el PP, sino por Ciudadanos, la única formación marcadamente anticatalanista y que defendió la aplicación firme del artículo 155 de la Constitución.

Rajoy se limitó a tapar la gangrena con un apósito, ocultándola temporalmente. Pero la necrosis sigue ahí, extendiendo su infección.  Mal cirujano ha sido Rajoy. En vez de hincar a fondo el bisturí, de cara a  un completo desbridamiento y limpieza de la enfermedad, aplicando una antibioterapia intensiva, empezando por el cierre de TV3 y la disolución de los Mossos, que es lo que pedían millones de españoles, se limitó a una intervención superficial y cosmética, que por supuesto no ha sido capaz de detener el proceso gangrenoso.

Así, el paciente sigue deteriorándose y el cirujano carece de la valentía de recurrir a la amputación. Está condenando al paciente a una muerte por fallo multiorgánico, cuando pudo solucionar la tragedia con una intervención a tiempo, local pero intensiva. Los electores catalanes no separatistas recordaron a Rajoy y a Sánchez por qué pudiendo cortar el mal de raíz, no lo hicieron.

Traicionados una vez más por nuestra élite dirigente, ahora somos los españoles de a pie los encargados de hacer el trabajo que la negligencia, la cobardía, la incompetencia y la mala praxis de PP y PSOE impidieron que se llevase a cabo.

Pd.- Hubo españoles, incluso dentro del PP, que ya anticiparon de forma profética, hace más de dos décadas, el resultado de tanta desidia y entreguismo con el separatismo: “Yo creo en España y me preocupan muchísimo las diferencias que están existiendo entre las diferentes comunidades autónomas. Yo voté la Constitución y creo que el título cotavo estaba bien hecho. Hoy tengo alguna pequeña duda, porque a la vuelta de la esquina hay el conflicto de Yugoslavia, y porque creo que no tiene que haber españoles de primera y españoles de segunda. Me preocupa muchísmo que un gobierno tenga que ceder ante presiones de unos nacionalistas para mantenerse en el poder; me preocupa excesivamente que los Mossos pueda llegar a depender del señor Pujol, hoy presidente de la Generalitat, y mañana de cualquier loco que pueda asumir la presidencia dela Generalitat”. Mercedes de la Merced. Ex dirigente del PP. El País. 1994.