Una fe más de santos que de iglesias
Desde que resido en Madrid, no he vuelto a vivir una Semana Santa tan plena y sentida como cuando me hallaba en mi luminosa tierra gaditana. Allí todo era diferente, más entrañable y emotivo. Puedo ser un “pecador “empedernido y un débil mortal, pero jamás he perdido ese trasfondo de los que hemos “mamado” la religión y no hemos podido olvidar el sabor de esa “bendita leche”. No sé cómo andará el patio en mi tierra natal después de tantos años de dominio socialista y su correspondiente carga de laicismo, pero supongo que el Nazareno de mi Ísla, el “Greñuo” de Cádiz, la Macarena, la Esperanza de Triana y El “Cachorro” sevillanos, así como otras imágenes de las restantes provincias sureñas, seguirán gozando la inquebrantable devoción en cada uno de sus pueblos.
Porque este sentimiento hacia sus imágenes sagradas que el andaluz lleva muy “jondo”, como dicen los flamencos, nada ni nadie podrá eliminarlo totalmente por mucho que se empeñen las sociedades de librepensadores, ateos, políticos renegados, universitarias exhibicionistas y demás grupos que transpiran tanto odio religioso. Una saña dura y pertinaz que nos está cansando a los católicos de poner la otra mejilla, porque hay límites que no se pueden tolerar y de continuar en esa tesitura, el famoso precepto evangélico nos podría parecer cobardía. Hasta el mismo Cristo nos dejó un testimonio de su “santa ira” con la expulsión de los mercaderes del templo. Y era Dios…
El original de la tierra andaluza, me refiero al pueblo sencillo, no ha sido nunca muy clerical y “capillita”, es decir, muy apegado a curas e iglesias, pero esa especie de “alergia” a las liturgias y ceremonias religiosas, no ha sido nunca impedimento a que sientan auténtica y hasta me atrevo a llamar fanática veneración por la imagen de algún Cristo en especial, que llega incluso al paroxismo, a un imposible llegar a más, o a una advocación concreta de la Virgen, a la que cubren de flores, engalanan, enjoyan y piropean con un amor que no es de este mundo, mientras le rezan, le lloran y le hacen promesas de estricto cumplimiento. Resulta alucinante y sorprendente como vive y siente el de esta tierra, pero el de” pura cepa”, y con ello no quiero insinuar distingos sociales, sino procedencias, este ambiente festivo-religioso de la Semana Santa. Ni he visto región donde este periodo de sentimiento y manifiesto fervor se haga tan emotivo y patente. Ni payos, ni gitanos, pobres y ricos, hombres o mujeres, difieren ante esa conmoción visceral que le produce ver desfilar a sus imágenes sagradas por sus calles, adornadas y preparadas al efecto. El que ha tenido la suerte u oportunidad de vivir estos momentos indescriptibles, se habrá percatado de la intensa emoción que embarga el ambiente y habrá sentido como un nudo atenaza su garganta. Algo inenarrable que en más de una ocasión me ha hecho sentir hasta escalofrío cuando en el silencio de la noche, el paso detiene su marcha acompasada y desde cualquier esquina o balcón se eleva el rezo hecho canto desgarrado de una saeta cuya letra se adentra en el corazón de cuantos presencian ese mágico instante y golpea fuerte en las conciencias. “Quién te llamó Nazareno,- con el nombre del “Greñúo”,- es que besó tus cabellos, – y se quedó el alma en ellos,-con la garganta hecha un “núo”. Es mi saeta preferida.
En Andalucía la fe del pueblo es más de santos que de iglesias y pienso que este posible despego hacia lo clerical, que yo no comparto, tiene su base en los años en que parte del clero de aquella tierra, equivocó su misión evangélica y se escoró descaradamente hacia el lado de los que de forma abusiva trataban a pobres y asalariados. Tiempos de sueldos de hambre y miseria para compensar una labor agotadora de sol a sol y a veces hasta con el derecho de pernada incluido, porque era lo único a lo que podían aspirar en esos años de puro y duro feudalismo contemporáneo y claro se resentían al ver como algunos curas de entonces se sentaban en la mesa del patrono que los explotaba y participaba de su privilegiada vida. Mi región ha sido y aún sigue siendo un vergonzoso latifundio propiedad de unos pocos señores que sólo la visitan para recoger sus beneficios, organizar cacerías y pasar unas temporadas, mientras mantienen casi en guetos a guardeses y trabajadores de sus fincas. No es demagogia, ya que no habla el rencor, sino la triste experiencia. Soy nieto de bodeguero y pertenezco por nacimiento a familia de las llamadas acomodadas, pero he de reconocer que con mi padre se rompió el molde y las abusivas costumbres y de ello me siento orgulloso, aunque nos haya supuesto una vida menos cómoda. He sido testigo de cuanto expongo.
Aún hoy día muchos siguen viviendo a lo grande en palacios y mansiones madrileñas y tienen grandes extensiones de terrenos y valiosas fincas en provincias andaluzas, sin que sus beneficios y riquezas beneficien en la medida adecuada a los que las trabajan. Lo más sorprendente es que a pesar de tantos años de gobierno socialista andaluz, nada se ha hecho por enmendar este tremendo desnivel social en beneficio exclusivo de una serie de señores que ni siquiera han nacido en esa tierra, a la que sólo utilizan en muchos casos como cajero automático para atender sus continuos despilfarros económicos. Creo que los políticos, que tanto presumen de democracia y justicia social, han olvidado sus deberes y no han sabido entender el latido del pueblo, al plegarse ante los oropeles y abusos de apellidos y herencias que llevan ya muchos siglos mamando de la misma teta. Me duele tener que reconocerlo. Siempre ha sido considerada Andalucía, como la “cenicienta” de España y ya va siendo hora de que esa bonita región reciba el trato que se merece y ocupe el lugar destacado que le corresponde por su riqueza y extensión en el resto de España. Que encuentre de una vez su zapatilla prodigiosa extraviada y haga realidad sus sueños e ilusiones.
El andaluz, insisto, tiene una forma de ser muy peculiar. Se siente popularmente identificado con una ideología política de izquierda, que vemos tampoco ha hecho nada por él y sólo le ha servido para aumentar el número de los políticos, familiares y enchufados que se han subido al carro de los privilegios. No obstante, a pesar de tanta angustia, tanta indiferencia y tanta injusticia soportadas, el pueblo andaluz no consiente que ese desprecio y negligencia por parte de los gobiernos autonómicos y centrales y la complicidad de algunos representantes del clero, poco dados a meterse en problemas, se conviertan en ofensas hacia esa imagen sagrada que la sienten como suya y la consideran ajena a los tejemanejes sociales y a los dominios eclesiásticos desde tiempos inmemoriales.
A este respecto, recuerdo una bonita historia que ocurrió en mi ciudad natal, Chiclana de la Frontera, en los tiempos del Frente Popular. Aunque en el pueblo no hubo ejecuciones, ni quemas de iglesias y demás lindezas propias de los llamados tolerantes en los seriales y películas, sentían cierta aversión popular hacia cuestiones de iglesias y curas. No quemaban los templos, pero tampoco los pisaban. Mi madre solía contarnos que mi padre, abogado y Secretario del Ayuntamiento, iba a misa y comulgaba diariamente en una iglesia cercana a nuestro domicilio, aún existente, llamada de San Telmo, antes de incorporarse a su despacho. Los trabajadores del campo y la bodega les esperaban todas las mañanas en la puerta, no entraban, para que mi padre les indicara la faena a realizar. No tuvo problemas de ejercer su cargo en un municipio regido por un alcalde comunista, a pesar de las protestas que le llegaban a éste de sus jefes de partido en Cádiz para que lo retirara de su puesto. Cosa curiosa estuvo en él hasta meses antes de su muerte, cuando le diagnosticaron el cáncer, bajo ediles monárquicos, socialistas, frente populistas y hasta franquistas en sus últimos momentos, pues murió en 1937, cuando la ciudad pertenecía desde hacía meses al bando nacional. Esto da una idea de la singular y distinta manera de operar en la vida por parte del andaluz. Al menos puedo dar fe en lo concerniente al chiclanero.
Otra anécdota que avala mi teoría es la protagonizada por un grupo de trabajadores de ésta mi ciudad natal, que al enterarse que se había ordenado por parte de un dirigente del sindicato obrero, quemar esa noche al Cristo, una de las imágenes más queridas en la ciudad, (junto al Nazareno de las monjas), se trasladaron a escondidas a la ermita con la intención de salvar tan preciada imagen. No llegaban a diez los reunidos. Tras ímprobos esfuerzos y procurando hacer el menor ruido, lo descolgaron de su altar y lo intentaron sacar, pero en ese instante advirtieron voces y golpes en la puerta queriéndola forzar. Eran los encargados de la sacrílega tarea. Los portadores de la imagen quedaron sorprendidos e indecisos, mientras arreciaban los golpes y se oían improperios. Viendo todo perdido, optaron por jugarse la vida y abrir las puertas para salir con la imagen a hombros como en una silenciosa y emotiva procesión. Los de fuera, ante tan insólito espectáculo y muestra de fe y de valor, avergonzados de lo que iban a hacer, soltaron sus palos, palas y demás objetos y se arrodillaron abriendo una calle para dar paso a tan insólita comitiva. El Cristo se salvó y aún continúa en su iglesia y en el corazón de mis paisanos. Una muestra más que elocuente de que la fe de los pueblos gaditanos y me figuro que al de otros muchos andaluces, es más de santos que de iglesias, lo cual no me parece mal, ya que este nexo es en ocasiones el único que mantienen con la religión y las alturas celestiales.
Termino con algunos párrafos sacados del Pregón de la Semana Santa malagueña de este año, pronunciado por el actor Antonio Bandera que, define y muy acertadamente la esencia del alma andaluza, su fe y su Semana Santa: “Un pueblo indomable, con un alma rabiosamente libre y un corazón de poeta, que encuentra en la Semana Santa un marco perfecto para expresar su fe de una forma sensual, en su búsqueda por la belleza….Una comunidad que no quiere perder sus raíces y que frente a un mundo que pretende globalizar nuestros sentimientos, se aferra a su identidad, a su forma de entender la vida, a su manera de relacionarse con lo trascendente, con lo espiritual”. ¡Malagueño y con dos… dedos de frente, apasionado de su fe y enamorado de su tierra!. No como otros actores españoles que hoy alardean de lo que hace poco tiempo renegaban.