Tras el resultado de las elecciones italianas del domingo, nos alarma sobre todo la alarmante psicopatía de analistas y tertulianos, su incapacidad de interpretar las reacciones sociales fuera del guión mentiroso que les ha sido impuesto en nombre de las democracias liberales europeas, su incapacidad de empatizar con los de casa antes que con los de fuera. Denunciar hipócritamente el creciente apoyo que reciben en toda Europa las formaciones que ellos llaman de extrema derecha, como si se tratara de una forma perversa y desconectada de la realidad de ejercer el derecho al sufragio, prueba la existencia en nuestras sociedades de dos realidades paralelas que unos comentan desde la distancia y otros, en cambio, sufren cada día. El voto masivo en Europa a los partidos que llevan en su programa la lucha contra la inmigración, no es la constatación de un estado de perversión moral de los europeos, como tratan de hacer creer, sino la consecuencia de un drama social que se vive en muchos países y que está generando un estado insoportable de inseguridad y desafío a las identidades nacionales.

Un suceso ocurrido días atrás en Italia debería servir para que muchos de esos comentaristas entendiesen el por qué del apoyo electoral a formaciones en las antípodas de las que defienden “fronteras abiertas” y sociedades multiculturales. Por desgracia, de nada servirá. Sus anteojeras son el precio a pagar por defender que algunos europeos privilegiados vivan de espaldas a los efectos menos poéticos de la inmigración, porque no tienen que sufrirla, y que otros, los más desfavorecidos, tengan que sufrirla en propias carnes.

Un auténtico episodio del Far West se ha vivido este fin de semana en el barrio Gianchette del municipio italiano de Ventimiglia, cuando dos bandas rivales de inmigrantes ilegales tomaron literalmente la ciudad para enfrentarse violentamente entre ellos, causando daños en decenas de vehículos y viviendas. Los ilegales, que viven en tiendas de campaña junto al río Roja, se negaron unos días antes a ser evacuados hasta un centro de Cruz Roja, donde se les garantizaba alojamiento y comida gratis, por temor a ser identificados por la policía, lo que hace sospechar que muchos de ellos cuentan con antecedentes criminales.

“Hemos sido tomados como rehenes por esta gente”, gritaban los habitantes en medio del asedio. “Son los amos de la ciudad”, denunciaban.

Señalan que la ciudad se ha convertido en escenario diario de robos, reyertas y otros delitos. El estallido del último caso de violencia se produjo en una de las zonas más concurridas. Una lluvia de piedras y botellas destrozó vehículos y ventanas.

“Cuando vieron que me inclinaba, me arrojaron una piedra que, de haberme alcanzado, me habría matado”, ha declarado Mario C., que culpa a las autoridades italianas del clima de terror que se vive en el lugar.

Hace una semana, un grupo de libios golpeó salvajemente a un africano, destrozándole la mandíbula, para robarle el teléfono móvil y el dinero que portaba. Los habitantes de Ventimiglia subrayan también el consumo abusivo de alcohol por parte de los ilegales.

A pesar del peligro para la higiene y el orden público, ninguna institución se ha implicado en la limpieza del lugar donde viven docenas de extranjeros, incluidos mujeres y niños.

No es extraño pues que, en medio de esta situación dantesca, la Liga Norte fuese la fuerza política más votada en las elecciones del pasado domingo en Ventimiglia, logrando el 29.66 por ciento de los votos. Debacle al mismo tiempo para el Partido Demócrata, la formación del alcalde de la ciudad, Henry Ioculano, que apenas alcanzó el 11.25 por ciento de los sufragios. Los ciudadanos castigaron de esta forma la desastrosa gestión migratoria de los partidos del sistema.

No es eurofobia, es supervivencia y búsqueda de la seguridad que los partidos de siempre están muy lejos de garantizar a los europeos.