Baltasar Queija, la épica historia del legionario en el que se inspira la canción del “Novio de la muerte”
Un camarero español (de Huelva, para ser más exactos) que apenas superaba el metro cincuenta de altura y cuyos huesos acabaron en el Tercio de Extranjeros (la actual Legión) por una mezcla de casualidad y falta de liquidez. Quizá esta sería la forma más idónea de definir a Baltasar Queija Vega, el primer militar de este cuerpo (creado por Millán Astray para combatir contra los rifeños en primera línea de batalla) que cayó en las tierras del norte de Marruecos. Su historia podría haber sido olvidada, pero es a día de hoy famosa porque (según cuenta la leyenda) unos versos que este soldado había escrito antes de morir en batalla (hallados, por cierto, en su cadáver) fueron los pilares sobre los que se edificó la tonadilla más famosa de la que, en la actualidad, es una de las unidades de élite de nuestro ejército: el «Novio de la muerte».
El triste fallecimiento de Baltasar Queija se produjo el 7 de enero de 1921, en plena campaña del ejército español en Ceuta y Melilla. Y fue además una muerte que, aunque inauguró la lista de los caídos en la futura Legión, podría haber caído fácilmente en el olvido. Sin embargo, su historia se evoca cada vez que (en pleno 2017 como estamos) los caballeros legionarios entonan el «Novio de la muerte» en ocasiones tan especiales como las procesiones de esta Semana Santa. Gracias a ellos, las vivencias de este héroe no caerán jamás en el olvido ya que, al fin y al cabo, su vida y su muerte están ligadas de forma ineludible al devenir de uno de los himnos militares más famosos del Ejército.
El niño se hace legionario
Baltasar Queija de la Vega (quien se inscribió en el ejército español como Baltasar Queija Vega) vino al mundo el 26 de marzo del año 1900 en el pueblo de Minas de Riotinto (Huelva). Al menos, así lo afirma Antonio García Moya (subteniente de infantería ligera) en su dossier «El primer muerto de la Legión». Nuestro protagonista, futuro poeta y héroe del Tercio de Extranjeros, fue uno de los ocho hijos de Baltasar Queija y Josefa Vega.
A día de hoy, no se conoce demasiado sobre su infancia más allá de que viajó hasta Santa Cruz de Tenerife para ganarse la vida como camarero. En esas andaba cuando, allá por el año 1920, este español se enteró casi por casualidad de la creación de la Legión Española.
Esta unidad (llamada entonces Tercio de Extranjeros) había nacido apenas unos meses antes de la mano del coronel José Millán Astray. Un hombre que, harto de ver como los soldados enviados desde España a combatir en Marruecos morían a cientos por carecer de experiencia para enfrentarse a los rifeños, ideó un cuerpo entrenado específicamente para resistir las duras condiciones de África. El cual, curiosamente, fundó siguiendo el ejemplo de la Legión Extranjera francesa e incluyendo en su ideario muchas similitudes con el código samurái.
Desde el principio no hubo requisitos a la hora de permitir el acceso a esta unidad. Para los mandos, valía igual un español que un marroquí. De hecho, su fundador jamás despreció a los africanos, pues consideraba que «un extranjero vale por dos soldados, uno español que ahorra y otro extranjero que se incorpora».
Hacia África
Fue en octubre cuando Queija se dio de bruces con un cartel de reclutamiento de la Legión Española. Un pasquín en el que se podía ver la silueta de un combatiente bajo el siguiente rótulo: «Alistaos en el Tercio de Extranjeros». Junto a este, se incluía una extensa información sobre las pagas y las bondades de la nueva unidad: «En la Legión encontraréis un buen haber, primas de enganche, comida sana y abundante, excelente vestuario…».
La información, según parece, fue sumamente atractiva para Baltasar, quien decidió hacer el petate y unirse para empezar a combatir en África, donde los rifeños estaban dando más de un quebradero de cabeza a España.
«A ello ayudaría la sustanciosa prima de enganche de 700 pesetas pues, el 9 de octubre, firmó con el Tercio de Extranjeros un compromiso por cinco años. Antes de embarcar recibiría 2,5 pesetas diarias como viático, suficiente para la manutención hasta llegar a Algeciras, donde embarcó rumbo a África», explica el autor en su dossier. Una vez allí fue asignado a la 6ª Compañía de Ametralladoras de la Segunda Bandera», explica el experto.
Esta unidad que estaba equipada con las famosas Hotchkiss de 7mm. «Era un arma por toma de gases, sencilla y con un mecanismo fiable, aunque necesitaban un cartucho de mayor calidad que los rifles de cerrojo, a pesar de tener el mismo calibre», explica Luis E. Togores en «Historia de La Legión española: La infantería legendaria. De África a Afganistán».
Como explica pormenorizadamente García Moya, Queija escuchó al llegar a Ceuta las palabras de bienvenida del mismísimo fundador de la Legión, Millán Astray. Unas frases que ofreció a los primeros hombres que se alistaron para combatir por España. ABC recogió aquellas palabras en sus páginas. «¡Venís a morir! La Legión os abre sus puertas, os ofrece olvidos, honor y gloria. Vais a enorgulleceros de ser legionarios. Podeis ganar galones y alcanzar estrellas. Pero a cambio lo tenéis que dar todo sin pedir nada. Los sacrificios han de ser constantes y los puestos más duros y de mayor peligro serán para vosotros. Combatiréis siempre y moriréis mucho. ¡Quizás todos! ¡Caballeros legionarios! ¡Viva el Tercio! ¡Viva la muerte!».
¿Leyenda o realidad?
A partir de ese momento, nuestro protagonista recorrió una buena parte de los alrededores de Ceuta con su unidad. Así, hasta que el 1 de enero se posicionaron cerca de Beni Hassan, donde se asentaron a pesar de verse atacados por una ola de frío.
«El siguiente día comenzaron las patrullas entre el Zoco el Arbaa [Tetuán] y Xeruta, a veces dando protección a los convoyes de la zona, o efectuando reconocimientos y vigilando las diferentes vías de comunicación», añade el experto. En estas jornada fue precisamente donde se generaría una de las leyendas más famosas relacionadas con Queija, la que afirma que recibió una misiva en la que se le informó de que su amada había fallecido.
Así narró el mismísimo Millán Astray este episodio (no exento de cierta leyenda) en su obra «La Legión… Al Tercio»: «Parece una novela, mas sus compañeros lo aseguran: Cierto día, a los muy pocos de salir al campo, dicen que recibió una carta fatal. Allá en su pueblo acababa de morir la mujer de sus amores, y el poeta, en la exaltación de su dolor, se emplazó a sí mismo invocando el unirse a la muerta con la primera bala que llegase».
A pesar de lo heroico del suceso, el que el mismo fundador de la Legión señalase en el texto el carácter novelesco de este hecho ha hecho que algunos historiadores se cuestionen la veracidad del mismo.
El combate final
Poco después, el 7 de enero de 1921 (una jornada como cualquier otra para nuestro militares) se sucedió el trágico pero inevitable suceso: la primera muerte de un Caballero Legionario desde que este cuerpo fuese formado. Aquel día empezó de la forma habitual: con una aguada. Es decir, con la salida de una unidad de las defensas establecidas para buscar agua en algún acuífero cercano. Algo necesario en aquel (habitualmente) seco ambiente. En este caso, la operación corrió a cargo de una pequeña escuadra de la 6ª Compañía. Y entre los seleccionados se encontraba -como no podía ser de otra forma- Queija.
Una operación, como ya hemos afirmado, habitual. Sin embargo, la situación se complicó cuando, durante la aguada, la escuadra fue ataca de improviso por un grupo de rifeños. «En medio de la noche -eran las once y media- fue atacada por un grupo rebelde: sonaron “siete disparos”. Posiblemente, el objetivo fuera apoderarse del armamento», añade el militar.
Aunque fueron pocos los tiros, valieron para acabar con la vida de Queija, que cayó gravemente herido frente a sus compañeros. Estos, por su parte, apuntaron sus fusiles y devolvieron la salva a los asaltantes, que prefirieron escapar de la zona a mantener un innecesario tiroteo contra la unidad española. Una vez que la zona estuvo asegurada, los legionarios se llevaron a su compañero hasta la base, pero no se pudo hacer nada por él, pues murió poco después.
Los versos de la muerte
Su fallecimiento, explicado en multitud de telegramas e informes de forma clara, cobró entonces cierto tinte de leyenda. Y es que, se cuenta que, cuando sus compañeros encontraron el cadáver de Queija, hallaron en los bolsillos de su camisa un papel con el siguiente poema: «Somos los extranjeros legionarios / El Tercio de hombres voluntarios / Que por España vienen a luchar». Algo que, a día de hoy, es difícil de corroborar. No obstante, esto le hizo ganarse el apodo de «El poeta», un sobrenombre que le ha acompañado hasta hoy.
«Nadie puede afirmar ni negar que lo fuera [poeta], pero el primer jefe del Tercio de Extranjeros calificaba al primer legionario fallecido en combate como poeta. Consultadas fuentes versadas1 en la historia de La Legión acerca de la producción poética de Queija, ninguno ha podido aportar nada al respecto. Aquellos versos son un misterio y nada podemos decir de ellos aparte de la duda de su existencia», determina el experto.
Millán Astray, por su parte, también ayudó a extender esta idea. «Fieles al juramento, al lema legionario y al honor militar, cuando llegó la hora del supremo sacrificio lo consumaron con heroico desprendimiento. Su bandera es ya gloriosa, sus hazañas son de todos conocidas; la Medalla Militar penderá arrogante en su sagrada insignia patria.
¡Salve, legionarios que disteis la vida por España. Todos se descubren respetuosos ante vuestro inmortal recuerdo! Baltasar Queija de la Vega, el infantil poeta, fue el primer legionario que murió en combate. Era un niño, de inteligente mirada y espontánea presteza. Hizo los versos, de todos conocidos, de exaltada pasión y espíritu guerrero; fue el trovador de la 2 a bandera, y cantó, como el cisne, para luego morir».
Además, en palabras de García Moya, el oficial también extendió la idea de que el joven había fallecido combatiendo cuerpo a cuerpo contra los rifeños, quienes estaban deseosos de quitarle su fusil. Con todo, Millán Astray también escribió en el borrador de su expediente unas sencillas palabras que denotan la importancia que tuvo para él la muerte de nuestro protagonista: «Enterradlo con la mayor solemnidad».
Fuera como fuese, Baltasar pasó a formar parte desde entonces de los legionarios que se reunieron con su amada. Y sus versos, según se afirmó posteriormente, fueron en los que se basó la letra del popular «Novio de la muerte», posteriormente interpretado por Lola Montes y adaptado por Millán Astray a la unidad como canción extraoficial.
El «Novio de la Muerte»
Nadie en el Tercio sabía, quien era aquel Legionario tan audaz y temerario que en La Legión se alistó.
Nadie sabía su Historia, más La Legión suponía que un gran dolor le mordía como un lobo el corazón.
Más si alguno quien era le preguntaba, con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera; soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tan leal compañera.
Cuando más rudo era el fuego y la pelea más fiera, defendiendo a su Bandera el Legionario avanzó.
Y sin temer al empuje del enemigo exaltado, supo morir como un bravo, y la Enseña rescató.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente murmuró el Legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera; soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tan leal compañera.
Cuando al fin le recogieron, entre su pecho encontraron una carta y un retrato de una divina mujer.
Y aquella carta decía: “…Si Dios un día te llama, para mi un puesto reclama, que a buscarte pronto iré”.
Y en el último beso que le enviaba, su postrer despedida le consagraba:
Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi Bandera.