El “facha” de Colau: un héroe traicionado que arriesgó la vida para salvar al achacoso Imperio español
«Dotaciones de mi escuadra. Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa». Con estas tristes palabras se arrojó, en julio de 1898, Pascual Cervera y Topete a las fauces de la flota estadounidense. Un contingente superior a los maltrechos bajeles rojigualdos y que, desde hacía días, cercaba a su armada en las cercanías del puerto de Santiago de Cuba.
El almirante partía hacia la destrucción. Y lo sabía. Sin embargo, obedeció las órdenes llegadas desde el gobierno de Madrid a pesar de que nunca había apreciado la política.
El almirante Cervera fue víctima de un despropósito, pero accedió a combatir a sabiendas de que significaba la destrucción de su armada. Lo hizo por España, como él mismo dijo: «Hijos míos, el enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. Clavad la bandera y ni un solo navío prisionero. Dotación de mi escuadra: ¡Viva siempre España! Zafarrancho de combate y que el Señor acoja nuestras almas».
Por desgracia, su lealtad al gobierno no le ha valido para ganarse el respeto de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Y es que, durante el acto en el que se rebautizó el pasaje que llevaba el nombre de este militar en la Ciudad Condal como «Pepe Rubianes», la política señaló que al cómico le habría gustado que quitaran el nombre de dicha calle «a un ‘facha’».
«Esta señora ha hecho las declaraciones con animo de insultar, dividir a la población y herir a la gente. Debería dar un repaso a la historia y saber que es imposible que Cervera militase en esas facciones que ha nombrado. Es cuestión de fechas. La ideología a la que ella se refiere fue inventada en los años 20 de este siglo por los italianos», explica el bisnieto del almirante, Guillermo Cervera.
Contrario a la política
Cervera nació el 18 de febrero de 1839 en Medina Sidonia (Cádiz). Hijo de un militar que se enfrentó a Napoleón, ya desde su más tierna infancia demostró ser un gran interesado en el mar. De hecho, cuando apenas sumaba 13 años de edad, ingresó en el Colegio Naval. Por aquel entonces, cuando España todavía atesoraba territorios en medio mundo, nuestro protagonista visitó a lomos de varios bajeles La Habana o Filipinas.
Posteriormente, regresó a la Península en 1865, poco antes de que Isabel II fuese destronada. En 1876, según desvelan Ángel Luis Cervera Fantoni, Manuel Cervera Fantoni y Wayne A. Lydick en «Apuntes biográficos del almirante Cervera», fue nombrado primer Gobernador del archipiélago de Joló. Aunque volvió de nuevo cuando fue llamado a Madrid por la reinstaurada monarquía.
Fue entonces cuando se empezó a observar su reticencia hacia la política. «Cánovas solicitó a Cervera que aceptara en Madrid un destino en el Ministerio de Marina. Sin embargo, no se sentía cómodo con la idea de quedarse en Madrid, dado que su vocación de hombre de mar se encontraba a bordo de los barcos, y no en tierra», añaden los autores en su dossier. Tras servir como Comandante Militar de Marina en Cartagena, la Reina le volvió a instar a que aceptara un cargo de responsabilidad. Petición que vino acompañada de ser ascendido (nuevamente) a Ministro de Marina.
¿Cómo respondió el futuro almirante? Negándose de forma tajante: «No es conveniente para ningún Gobierno tenerme a mí de Ministro […], como modesto Oficial de Marina creo que podría ser de más valor, mandando Escuadras, Departamentos Navales o cualquier otro destino que no tenga carácter político».
Sin embargo, la monarca estaba convencida de que Cervera debía ser su ministro, y se lo solicitó de una forma tan vehemente que el oficial se vio obligado a aceptar. Pero su aventura política le duró poco. Concretamente, tres meses. «Su carácter libre e independiente no le permitía continuar con una función para la que, de acuerdo con sus propias palabras, “no había sido preparado”», añaden los expertos.
Interés desmedido
No obstante, su vida dio un vuelco el 15 de febrero de 1898 cuando, en mitad de la noche, el buque estadounidense «Maine» -que había llegado a las costas cubanas en misión de paz, aunque sin previo aviso y con algún que otro cañón de más- voló por los aires.
Sin mediar palabra, los norteamericanos echaron la culpa del suceso a los españoles y declararon la guerra a la Península. Aunque posteriormente se demostró que todo había sido un desafortunado accidente (o un trabajado montaje), a Estados Unidos le vino como anillo al dedo esta catástrofe, pues gracias a ella pudo iniciar las hostilidades y preparar a sus hombres para tomar las colonias españolas.
Ya sin medias tintas y con el cuchillo entre los dientes, les había llegado el momento de hacerse con nuevos estados a precio de ganga.
Hundimiento del «Maine»
De forma inmediata, los ojos de unos Estados Unidos ávidos de conseguir los territorios que apenas podía mantener el renqueante Imperio español se posaron sobre Cuba. Los yanquis, que ya habían intentado hacerse con la región a cambio de 100 millones de pesos anteriormente, se alzaron en armas aupados por la prensa amarillista (el mítico William Randolph Hearst) e, incluso, por unos diarios presuntamente objetivos (los de Joseph Pulitzer) que, al ver que perdían una ingente cantidad de dinero ante sus competidores, apostaron también por clamar contra España.
El plan, para desgracia de España y de Cervera, venía pergeñándose desde hacía años. Al fin y al cabo, el embajador de Estados Unidos en España había llegado a afirmar que la única enseña que podría llevar la paz a Cuba era la de las barras y estrellas: «Un solo poder y una sola bandera pueden asegurar e imponer la paz en Cuba. Ese poder es Estados Unidos y esa bandera nuestra bandera».
De la misma opinión son Carlos Canales y Miguel del Rey en «Breve Historia de la Guerra del 98»: «El interés norteamericano por Cuba se había hecho ya patente a principios del siglo XIX […] y se convirtió en algo ya explícito cuando, el 28 de abril de 1823 […] el embajador norteamericano en Madrid presentó por primera vez al ministro de asuntos exteriores, Evaristo Fernández de San Miguel, una nota en la que se aludía a la anexión de Cuba como indispensable».
Desastre anunciado
A Cervera, almirante y comandante general de una de las flotas más poderosas de España, la guerra no le pilló por sorpresa. De hecho, desde que tomó posesión de su carga como mandamás de los bajeles el 20 de octubre de 1897, se esforzó por poner a punto a unos hombres que no habían participado en un ejercicio militar desde… ¡1884!
Para su desgracia, las conclusiones que obtuvo tras aquellas prácticas no fueron demasiado halagüeñas y corroboraron sus más profundos temores. «Las plataformas de los servomotores ofrecían muy poca resistencia; los cierres de los cañones de 14 centímetros, que constituían las principales baterías de los tres cruceros, eran inseguros o incluso peligrosos; los casquillos de las municiones eran de malísima calidad, no entraban bien en los cañones y eran inseguros al dispararlos; y la tubería de los condensadores estaba defectuosa», añaden Canales y del Rey.
Barcos antiguos, bajeles a los que les faltaban las piezas de artillería principales por problemas de impagos, navíos con los fondos sumamente sucios (lo que les hacía gastar una ingente cantidad de carbón y reducía su velocidad)… Todo eso es lo que se encontró el militar cuando se le cedió el mando de la flota que debería partir hacia el ya no tan Nuevo Mundo en previsión de la guerra que comenzó con el hundimiento del «Maine».
Por el contrario, y a pesar de lo que explicaban los informes de la época en la Península, los estadounidenses contaban con una de las armadas más potentes de la época debido al grandísimo esfuerzo bélico que habían llevado a cabo a partir del año 81. La cantidad (y calidad) de los bajeles norteamericanos, como explica el general José Cervera Pery en «¡La misión imposible del almirante Cervera!», era inmensamente superior a la nuestra: «La Marina norteamericana contaba en aquellos momentos con cinco acorazados, seis monitores, tres cruceros acorazados, quince cruceros protegidos, dieciséis cañoneros veinticuatro torpederos».
A pesar de que Cervera trató de hacer comprender a sus superiores la necedad que suponía enfrentarse a la flota norteamericana, en abril de 1897 (cuando el «Maine» todavía no había hecho su aparición en escena) recibió la orden de partir a toda prisa hasta las Américas.
Hacia la catástrofe
Posteriormente (cuando se hallaba en Cabo Verde y después de la voladura del «Maine») a Cervera le fue encomendada la tarea de viajar hasta Puerto Rico, donde se esperaba un ataque de los hombres de las barras y estrellas. El almirante demostró en repetidas ocasiones su desacuerdo, así como el de toda su tripulación, ante esa decisión. Y es que, sabía que significaba la destrucción de la armada española.
Sin embargo, cuando le informaron de que debía marchar hacia allí, se limitó a acatar las órdenes en nombre de España en un mensaje enviado el 22 de abril:
«He recibido telegrama cifrado con la orden seguir para Puerto Rico a pesar de persistir en mi opinión, que es opinión general de los comandantes de los buques; haré todo lo que pueda para avivar salida rechazando la responsabilidad de las consecuencias. Agradecemos saludo Nación, cuya prosperidad es nuestro único anhelo, y a nombre de todos, manifiesto nuestro profundo amor a la Patria».
Con todo, lo hizo rechistando. Y es que, volvió a insistir en una carta fechada ese mismo día en la precariedad de sus bajeles:
«El “Colón” no tiene sus cañones gruesos, y yo pedí los malos, si no había otros; las municiones de 14 centímetros son malas, menos unos 300 tiros; no se han cambiado los cañones defectuosos del “Vizcaya” y del “Oquendo”; no hay medio de recargar los casquillos del “Colón”; no tenemos un torpedo; no hay orden ni concierto que tanto he deseado y propuesto en vano; la consolidación del servomotor de estos buques solo ha sido hecha en el “Teresa” y el “Vizcaya” cuando han estado fuera de España; en fin, esto es un desastre ya, y es de temer que lo sea pavoroso dentro de poco».
Dura elección
Finalmente, Cervera decidió viajar con su flota hasta Santiago de Cuba debido a que, según los informes que poseía, este puerto estaba libre de barcos norteamericanos. El almirante entró con su escuadra en la región el 19 de mayo de 1898.
Su idea, controvertida para muchos, fue alabada por el capitán de navío e historiador de la época Alfred Mahan. De hecho, este experto señaló que, «de haber elegido otro puerto», los norteamericanos se habrían visto sumamente beneficiados «al poder concentrarse aún más». En sus palabras, si el oficial se hubiese decantado por otro emplazamiento, los beneficios habrían sido mucho mayores para los navíos de las barras y estrellas.
Con todo, los temores del Almirante se hicieron palpables a finales del mes de mayo, cuando la escuadra norteamericana a las órdenes de William Thomas Sampson bloqueó el puerto de Santiago de Cuba con una decena de bajeles. A partir de entonces se desató la discordia entre Cervera y el gobierno de Madrid. Un enfrentamiento que terminó cuando el almirante quedó subordinado al Capitán General Blanco, quien asumió -en palabras de Cervera Pery- el mando único de las fuerzas militares de tierra y mar después de que se lo solicitaran desde la capital.
Pero ni el nuevo mando tranquilizó la situación entre Cervera y el gobierno. Y es que, mientras el primero abogaba por quedarse a resguardo del puerto y de las minas submarinos ubicadas en la bahía, los políticos peninsulares preferían que la escuadra saliera de puerto, diese cuantos más cañonazos pudiera al enemigo, y tratase de buscar un nuevo puerto para reposar. Canales y Del Rey afirman en su obra que estas discusiones continuaron hasta principios de julio de 1898.
Sin embargo, fue a partir del 2 de julio cuando, en sus palabras, «las actitudes del Gobierno de Sagasta en Madrid y del general Blanco, Capitán General de Cuba, que no habían dejado de ser sorprendentes durante lo que se llevaba de conflicto, se volvieron de una ineptitud manifiesta».
No les falta razón ya que, después de semanas dirimiendo qué diantres hacer, a principios de mes ordenador al almirante ponerle arrestos y lanzarse de bruces contra el enemigo:
«Vistos progresos enemigos a pesar heroica defensa guarnición y de acuerdo con la opinión del Gobierno de S.M. reembarque V.E. tripulaciones y aprovechando la oportunidad más inmediata salga con todos los barcos de esa escuadra, que dando en libertad de seguir derrota que considere oportuna».
La batalla
En la mañana del 3 de julio, tras obviar algunos planes de sus oficiales, Cervera se dispuso a salir de Santiago de Cuba para plantar batalla al enemigo. Y lo hizo, dando antes un breve discurso capaz de enardecer a cualquier combatiente asustadizo:
«Dotaciones de mi escuadra: Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa…
…He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel que se muere por la Patria…
…El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado todo el poderío de su joven escuadra. Pero solo las astillas de nuestras naves podrán tomar, y solo podrán arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas, que han sido y son de España…
…Hijos míos, el enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. Clavad la bandera y ni un solo navío prisionero. Dotación de mi escuadra: ¡Viva siempre España! Zafarrancho de combate y que el Señor acoja nuestras almas».
En un intento de atraer el fuego contra él, y permitir así huir al resto de la flota, Cervera dirigió el buque en el que él mismo enarbolaba la bandera (el «Infanta María Teresa») contra el insignia americano, el «Brooklyn». El plan le salió bien a medias. Y es que, aunque logró que su enemigo directo y otro bajel norteamericano (el «Iowa») le desjarretaran varios tiros la acometida provocó un incendio en el navío del español que le obligó a virar y embarrancar. Allí, los supervivientes (entre ellos, nuestro protagonista) fueron llevados hasta uno de los buques de las barras y estrellas.
A partir de ese momento, el desastre se cernió sobre la armada española. Los buques rojigualdos, que tenían órdenes de intentar huir pegados a la costa, fueron cayendo uno tras otro.
El «Vizcaya», el segundo en salir de Santiago de Cuba, varó tras recibir una ingente cantidad de tiros por parte de los enemigos. El tercero (el «Colón») logró burlar a los enemigos gracias a su rapidez. Pero, para su desgracia, acabó apresado después de que el carbón de calidad que llevaban en las bodegas se acabase y los maquinistas tuviesen que cambiarlo por otro (lo que le hizo perder velocidad).
«El “Texas” intentó tomarlo a remolque sin darse cuenta de que la tripulación había comenzado a inundarlo antes de abandonarlo, el buque dio la vuelta y se hundió», completan los autores españoles. El siguiente fue el «Oquendo», que terminó también varado.
Los últimos en dejar la seguridad del puerto fueron el «Furor», que se hundió tras recibir multitud de impactos, y el «Plutón». «El “Plutón” no corrió mejor suerte. Lanzado a toda máquina contra el enemigo, disparando sus cañones, fue detenido por una cortina de fuego. Uno de los impactos hizo estallar las máquinas y el pañol de municiones y el navío se hundió», finalizan Canales y Del Rey en su obra. El resultado fue el esperado: más de 250 muertos por nuestro bando, y solo 1 por el norteamericano.
Esta tipeja cuyo nombre me niego a pronunciar y también la corte de tipejos que le acompañan, todo juntos no les llega a la suela de los zapatos a cualquier patriota y persona decente de este país,
Hija de mil padres y analfabeta, decir facha a un héroe de nuestra historia como el Almirante Cervera, para cogerla y meterle la cabeza en un cubo de mierda a ver si aprende historia.
No debería de haber salido Cervera del puerto de Santiago de Cuba. Tenía que haber desobedecido las órdenes de Madrid y haber hecho como Blas de Lezo en Cartagena de Indias en 1741. Es verdad que en caso de resistir y prolongar la guerra o incluso hacer retirarse a los yanquis en una guerra de desgaste, desde Madrid los irresponsables políticos le hubieran crucificado, pero cualquier cosa menos el inútil sacrificio que supuso aquella batalla.
Que hombres de tanta valía dieran sus vidas para que ahora España esté en manos de la chusma más vulgar y ridícula que vieran los siglos…
La verdad es que dan ganas de repudiar de la nacionalidad Española. Me niego a respirar el mismo aire y vivir bajo el mismo cielo que la masa de indigentes mentales que ha puesto a gobernarnos a la actual basura mierdocrática.