En torno a España y la UE (I): La UE, es decir, Alemania, amordaza a España
Antonio Ríos Rojas*.- A raíz de lo acontecido estos últimos días con el caso Puigdemont, los medios de comunicación más o menos “constitucionalistas” se reparten básicamente dos posturas. Una primera que nos llama a la calma y nos dice que no hay que ser catastrofista, que existen aún otras vías para detenerlo u otras causas por las que juzgarlo. No pocos de los que optan por esta primera vía justifican incluso la decisión del juez alemán de que “el procés” ha sido llevado a cabo sin violencia y que por ello está demás hablar de rebelión. No faltan en esta primera vía quienes justifican también las palabras de la ministra alemana con el método ya conocido y propagado en nuestras escuelas: “es su punto de vista, válido como cualquier otro”.
En cambio, una segunda vía califica de inaceptable la decisión del juez y de intolerable las declaraciones de la ministra de justicia alemana. Estos últimos son llamados por los primeros “catastrofistas”, pensando que llamar inaceptable a lo inaceptable o intolerable a lo intolerable es una catástrofe de consecuencias imprevisibles. Y es que la tolerancia es el principio rector de los que recorren la vía primera (Gustavo Bueno nos lo ha enseñado), la vía que ustedes han reconocido ya como la vía progre, que en España es la vía PSOE, PODEMOS y PP. Intolerancia (ellos la llaman por sus complejos “tolerancia 0”) sólo puede tenerse con los intolerantes, y calificar de intolerable la decisión del juez alemán es un intolerable catastrofismo.
No voy a hablarles de unos hechos que todos ustedes conocen hasta la saciedad. Me permito sólo decirles que de las interpretaciones de esos hechos oídas estos días ha sido la de Gabriel Albiac, expresada en pocas frases en dos tertulias con Jiménez Losantos, la que me ha resultado más sensata, más clara, sucinta e irrefutable.
Lo que ha pasado es de una gravedad inmensa, y creo que de haber sido el agraviado cualquier otro país que la cobarde y acomplejada España actual, la situación hubiera supuesto el comienzo de la disolución de la UE.
Si el gobierno alemán tuviera vergüenza y el de España honor, a los hechos de todos conocidos tendría que haber seguido más o menos lo siguiente. Lo resumiré con brevedad: En primer lugar, Merkel tendría que haber obligado a su ministra socialdemócrata a rectificar públicamente todas y cada una de sus palabras, y especialmente pedir perdón al Gobierno español por su afirmación de que Puigdemont será libre en un país libre como Alemania. De no producirse esas declaraciones por parte de la ministra, el gobierno de España debería exigir una rectificación pública a la ministra, digo rectificación y no aclaración, tal como Rajoy exigió por dos veces a Puigdemont tras declarar la independencia de Cataluña.
Tanto los actos de Puigdemont como las palabras de la ministra no ofrecen interpretaciones posibles. De no producirse tal rectificación, España habría de iniciar una ruptura de las relaciones diplomáticas con Alemania, e incluso amenazar con un referéndum para la salida de España de la UE. Ahora bien, ¿qué implicaría esto?, ¿qué consecuencias tendría la justa exigencia de rectificación al gobierno alemán? Ni más ni menos la de que Cataluña vería medio abiertas las puertas de la independencia, y además las de su ingreso en la UE. El sueño catalán de ser independientes de la atrasada España, formando parte además de la UE, se convertiría en mucho más, en un sueño húmedo, pues a lo primero se sumaría la posible salida de la rancia y retrógada España de una UE que no fue hecha para acoger a países represores que mantiene a presos políticos. La parousía, el sueño húmedo del independentismo catalán.
La UE no podría seguir albergando en su seno a un país cuyo atraso cultural, moral, su reticencia al progreso y a las democracias avanzadas se habrían evidenciado al dudar de Alemania como la punta de lanza de una Europa sublime y progresista. El independentismo catalán ha encontrado un aliado, nada menos que en la socialdemócrata ministra de justicia de Alemania, es decir, en el mismo gobierno alemán.
A la cobardía natural, al acomplejamiento patológico, a la falta de orgullo y de dignidad del Gobierno actual y de toda la oposición, se le sumarían las cavilaciones prudentes, rajonianas, “políticas”, que un conflicto diplomático con Alemania podría acarrear.
Y ¿cuál es la conclusión de todo esto? La manifestación –por fin- de que España no es un miembro de la UE sino una sierva de la UE, es decir, de Alemania, un lacayo de Alemania. ¿Manda, pues, Alemania? No.
Alemania es la administradora sin tacha de los poderes económicos de unas élites que tienen en las leyes del mercado al inventado Dios invisible al que adoran. España es, pues, sierva de la inflexible administradora. No le compete un honor más grande, es decir, no ha podido caer más bajo.
Ahora cabe preguntarse ¿por qué Alemania ha actuado así? Alemania sí, no sólo el juez, sino la ministra a través sus declaraciones, y Angela Merkel con su quietud eckhartiana, mística y contemplativa, al consentir las palabras de su ministra socialdemócrata. ¿Por qué por primera vez en cuarenta años un Estado de la UE humilla públicamente a otro Estado miembro?
Sinceramente yo dudo de que Alemania sea consciente de la humillación que ha cometido. No es consciente porque lo que Alemania ha dicho no es sino la aplicación natural y espontánea de los presupuestos ideológicos sobre los que se funda la UE. Y aquí está la clave. Aquí están ya las respuestas. Casi todos –yo también en mi último artículo- pensábamos que la decadente Europa de la UE tenía aún algo de decencia y de justificación, y era la defensa de las fronteras de cada Estado miembro, tanto de los ataques interiores como exteriores. La actitud de Alemania ha mostrado que esa no sólo era una cuestión menor, sino completamente prescindible. Poca importancia puede tener una frontera si lo que está tras ella ha dejado de tener soberanía y se pliega sumisa al dictamen de la UE, es decir, de Alemania.
Mantener las fronteras, establecer con visos de muy larga duración una canonización de Estados a fin de evitar las guerras era un fin falso, o al menos un fin prescindible, cumplidas algunas circunstancias. Tras cuarenta años, se ha destapado al fin la verdad de la UE, de ahí la importancia reveladora de las palabras de la ministra alemana; quizás esta sólo ha sido una enviada del Espíritu Santo europeo que habló por boca de la ministra, anulando la voluntad de esta. Se ha destapado el tarro de las esencias, y son más hediondas aún de lo que muchos veníamos oliendo. El combustible que mueve el motor de la Europa de la UE es esta amalgama de ideas: libertad, tolerancia, acogida, integración, multiculturalidad, no violencia, plenitud y fundamentalismo democrático.
Hubo una etapa en la que para mantener este combustible, las fronteras eran necesarias. Ahora ya no lo son, las fronteras, las soberanías son de papel, de adorno. Lo sabíamos muchos, pero ahora, el pestazo es insoportable. Ha triunfado el utopismo protestante contra el realismo católico. Ha triunfado la libertad de conciencia, contra un sentido más responsable, universal, católico, de la idea de libertad.
Puigdemont es la encarnación de esos valores, el nuevo Lutero. Merkel está encantada. Se ha destapado al fin lo que era y es la UE. Esta tiene su razón de ser en difuminar toda diferencia entre países, culturas, en menguar, y a su tiempo extirpar, las soberanías de países que poseían una estructura más real y más antigua que la sublime e ideal “Europa”. Difuminar y extirpar raíces e historia a fin de convertir a Europa y a los europeos en voraces consumidores. Si la globalización consumista manda ya no tiene sentido hablar de soberanía de los Estados. Si la administradora del ideal de la Europa consumista sublime, Alemania, le dice a otro Estado que está de acuerdo con que Puigdemont sea libre en un país libre, los Estados dejan de tener razón de ser. La verdad es esta: ¿qué más le da a la UE que Cataluña se independice? Eso no alteraría la esencia que por fin se ha destapado de la UE: la globalización salvaje y sus consecuencias. La frontera catalana no sería tal, pues son más abiertos de mente y de espíritu para consumir los productos UE (democracia, libertad, solidaridad, empatía, multiculturalismo) que la vieja España inquisitorial. Pase lo que pase con Puigdemont, se ha destapado el tarro de las esencias. Igual alguien se apresura en los próximos días a cerrar el bote podrido, pero los que dudaban y hayan sufrido arcadas por la peste, no volverán jamás a dudar.
Ya he escrito en artículos anteriores (“Una historia de amor” y “El evangelio independentista”) que nadie ha vendido mejor que el independentismo catalán las palabras libertad y democracia a las mentes pueriles de hoy. Al utopismo adolescente del independentismo hay que añadir el saber aprovechar la ocasión de que nunca las mentes europeas estuvieron tan manipuladas. El espíritu demócrata y tolerante ha hecho suyo el principio evangélico de que sólo los niños y los ignorantes y no los sabios “soberbios” tienen cabida en el reino de los cielos, es decir en el reino del progreso y la democracia. El independentismo catalán es un eficaz predicador de este espíritu, e incluso ha sembrado su grano en el campo de la llamada extrema derecha europea, pues también ésta necesita aliados que sean diestros en el manejo de las palabras libertad y democracia. Puigdemont, Rovira… son los perfectos misioneros; como vendedores de pócimas curadoras han paseado sus carros por todos los pueblos de Europa vendiendo los bálsamos curativos de libertad y democracia. Han vendido el producto a destajo. Y ha calado, ha gustado. A Puigdemont se le vio en Bruselas en la ópera, asistió a “El elixir de amor” de Donizetti. En esta ópera, el farsante Dulcamara vende una pócima de amor que sólo contenía vino. Igual Puigdemont se vio reflejado en el farsante Dulcamara cuya pócima contenía sólo vino.
¡Cómo no van a estar contentos quienes lo prueban! ¿Se habrá visto reflejado el farsante catalán con el farsante Dulcamara? No creo que la poca vergüenza del primero dé para tanto. Por cierto, a VOX le cabe exigir ahora a muchos con los que coquetea en Europa –entre ellos AFD- que se alejen de esta peste independentista catalana. ¿Tendrá valor VOX de hacerlo o sólo seguirá acusando –como bien hace- a la decadente Europa?
Así pues, sintetizando, lo que ha acontecido es de importancia radical. Por primera vez se ha puesto de manifiesto públicamente que el conservar las fronteras, era un chantaje a los Estados, una fachada de la UE, algo secundario de lo que puede prescindirse si no se prescinde de lo esencial: globalización, erradicación de las identidades nacionales, supresión de las soberanías de los estados.
A la ministra alemana se le ha escapado la verdad de una forma demasiado natural; insisto, quizás ha sido el Espíritu Santo europeo quien ha tomado posesión de ella. La verdad de fondo que ha salido de su boca es que el ser humano, al menos en el mundo rico, alcanzará la plenitud, el estado pletórico del bienestar liquidando a la vieja Europa, sustituida por una Europa sublime en la que la libertad, la tolerancia, el respeto a otras culturas, la integración de todos, nos lleva al estado pletórico de consumo. Es el fin de lo que según Gustavo Bueno había sido Europa y la historia misma: la dialéctica de los Estados o de las partes que funcionaban similarmente a los Estados. Anulando la antítesis de toda dialéctica, es decir, el conflicto, la guerra, la dialéctica como tal queda abolida, aconteciendo el Estado pletórico que nos sirve en bandeja el fin de la historia europea. Fin de la historia. El hombre alcanza el Paraíso consistente en que la humanidad redimida levita en el confort del sofá del piso n.70 de tal rascacielos, entonando cánticos celestiales, que invocan a la solidaridad, a la libertad, al derribo de fronteras… que se resumen en un himno glorioso: El fin de la historia. Pero con ello no hemos llegado al fin de esta historia que les cuento. En tres días la segunda parte.
*Articulista de La Tribuna del País Vasco