Las relaciones euro-mediterráneas: la historia de una complicidad
JUAN E. NICOLÁS ADÁN.- Las relaciones entre la UE y sus vecinos del sur del mediterráneo, tal y como se entienden en el marco geopolítico actual, tienen su origen el la Declaración de Barcelona, firmada en 1995 por la Unión Europea y por los llamados doce ´terceros países mediterráneos (TPM)´ (Argelia, la Autoridad Palestina, Chipre, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Malta, Marruecos, Siria, Túnez y Turquía). Esta Declaración marca la voluntad común de los dos márgenes del Mediterráneo por establecer una zona de paz, estabilidad y prosperidad, y por dotar de una mayor profundidad a la relación entre el norte y el sur del Mediterráneo. Esta primera fase así iniciada fue progresivamente concretada con la firma de Acuerdos de Asociación de carácter bilateral ente la UE y la mayoría de los TPM (entre 1998 y 2006 se firmaron Acuerdos de Asociación con Túnez, Marruecos, Israel, Jordania, Egipto, Argelia y Líbano). Dichos Acuerdos de Asociación tenían una naturaleza fundamentalmente comercial, estableciendo compromisos, sobre todo por parte de los países del sur, de armonización legislativa con el fin de crear en 2018 una zona de libre intercambio comercial entre la UE y los países del Mediterráneo.
Quizás tras ver que los vecinos del sur perdían interés en el proceso de diálogo euromediterráneo, la UE incluyó a estos países en la denominada Política de Vecindad, una segunda etapa a través de la cual se potenciaban las relaciones entre la UE y un grupo privilegiado de socios (los arriba mencionados, junto con el Cáucaso sur, Moldavia, Ucrania y Bielorrusia) que pasaban a una «nueva velocidad», convirtiéndose en vecinos privilegiados, y en el cual se potenciaban, al menos en teoría, los aspectos de gobernabilidad y derechos y libertades fundamentales, que tomaban un mayor protagonismo. Y finalmente, se añadió una tercera etapa: el Estatuto Avanzado, con el que se terminaba de crear una «primera categoría» de socios, con los cuales establecer lazos aún más estrechos. A día de hoy sólo se ha otorgado dicho estatuto a Marruecos, si bien la decisión política está tomada por la UE para otorgarlo a Túnez y a Israel.
Este recorrido por las tres grandes etapas de las relaciones euromediterráneas es fundamental para entender las bases sobre las cuales se han ido fraguando dichas relaciones. A este respecto, resulta claro que la UE ha dado una importancia fundamental, en primer lugar, a la creación de una zona de libre comercio en el Mediterráneo, con el fin de ampliar mercado y de obtener nuevos socios para el establecimiento, con condiciones favorables, de empresas europeas (recordemos las tres mil quinientas empresas italianas y francesas que en la época de Ben Ali operaban en Túnez) ; y en segundo lugar, pero no por ello menos importante, la UE ha dado prioridad al mantenimiento de una zona de seguridad y de estabilidad mediterránea, en la que los países del sur del Mediterráneo garantizaran un control de los flujos migratorios sobre todo provenientes de los países sub-saharianos (no en vano la UE firmó numerosos acuerdos de inmigración con sus vecinos del sur, en los que se ponía el acento fundamentalmente en aspectos de seguridad y control de los flujos migratorios, en lugar de en estudiar y solventar la raíz de dichos flujos, que no es otra que la pobreza extrema de los países de origen). Esta zona de seguridad y estabilidad implicaba también tanto que la situación política interna de los países árabes fuera estable y sin grandes cambios, para así reducir el riesgo de conflictos, como que los movimientos islamistas fueran controlados por los regímenes en el poder.
En este contexto, los regímenes autoritarios árabes eran el socio perfecto para los intereses europeos: regímenes que colaboraron en el establecimiento de una zona de libre comercio benévola con la UE (recordemos que la firma de los acuerdos de asociación no implicó ni el equilibrio de las balanzas comerciales, siempre favorables a la UE, ni siquiera el aumento en términos absolutos de las exportaciones de los TPM hacia Europa); regímenes que aseguraron una estabilidad política en sus países, a través de la puesta en práctica de sistemas autocráticos y represores, perpetuándose en el poder; regímenes que controlaron (y reprimieron en muchos casos) el Islam, llegando a utilizar la pertenencia a grupos islamistas como justificante del encarcelamiento de presos políticos que en muchos casos poco o nada tenían que ver con el islamismo; y regímenes que regularon, en función de sus negociaciones con la UE, el flujo de inmigrantes al que tanto temía y sigue temiendo la opinión pública europea. En definitiva, la UE encontró en estos regímenes los interlocutores idóneos para llevar a cabo su agenda política, con el bajo coste de no hablar (o al menos, de no ejercer presión) acerca de los asuntos que incomodaban a los autócratas: los
derechos fundamentales y las libertades de sus ciudadanos.
Sin embargo, los recientes eventos en Túnez y Egipto (el caso Libio merece un tratamiento aparte) han cambiado el curso de los acontecimientos. Los regímenes apoyados explícita e implícitamente tanto por la UE como por sus Estados miembros (el pueblo tunecino tiene grabado en su retina las visitas de Sarkozy o de Berlusconi al depuesto Ben Ali, así como sus declaraciones felicitando los progresos realizados por este último en materia de derechos humanos) han caído (Túnez, Egipto) o se han visto debilitados (Siria, Jordania). Las transiciones llevarán su tiempo, se ha iniciado el camino sin retorno hacia sistemas plurales y participativos. Y, consecuentemente, el contexto geopolítico ha cambiado. En este nuevo contexto, la UE ensalza los principios y valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales, que aparecen como prioritarios en las agendas políticas. Así, Túnez y Egipto no cesan de recibir a representantes políticos de las instituciones de la UE, y también de sus Estados miembros, con el fin de transmitir el apoyo de los hermanos europeos hacia sus socios del sur en su voluntad de cambio político.
No obstante, este discurso, esta nueva solidaridad, despierta muchos recelos en el pueblo árabe. Digo en el pueblo, no en las instituciones, ya que las mismas están encantadas con los nuevos paquetes financieros que la UE ofrece como apoyo a las revoluciones y a las transiciones democráticas. Pero el pueblo siente que este apoyo no es del todo sincero, desinteresado y transparente. Observa atónito este cambio repentino de discurso y no quiere que los europeos se mezclen en sus asuntos, ahora que soplan vientos de libertad. Quieren liderar su propio proceso. Sin embargo, parece difícil que la UE deje que esto suceda, dados los intereses geopolíticos en juego. Y esos intereses no giran en torno a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Giran, sin duda alguna, en torno al comercio, a la seguridad y a la estabilidad.