El misterio sin resolver de Jonestown: el suicidio con cianuro de 918 hombres, mujeres y niños
C. Cervera.- En 1955, el pastor Jim Jones creó una secta denominada el Templo del Pueblo, cuya mayor parte de seguidores eran de raza negra. De afiliación comunista, el reverendo Jones adquirió cierta notoriedad por su lucha contra el racismo y la defensa por los derechos de los homosexuales (incluso Harvey Milk, activista y político homosexual, simpatizaba con el movimiento). De hecho, Jim Jones y su esposa Madeleine adoptaron a seis niños de diversas razas, para fundar así su «familia del arcoíris» y criarlos de forma comunal.
En medio de la psicosis nuclear que produjo la Guerra Fría, Jones trasladó su comunidad desde California a Sudamérica. En la remota Guyana fundó Jonestown (Pueblo Jones), una granja de 140 hectáreas que pretendía sobrevivir a la guerra nuclear y a los peligros de unos EE.UU. –decía– cada vez más desbocados y próximos a su final. Su cóctel doctrinal, que mezclaba pasajes de la Biblia, textos de Marx y el credo evangélico Pentecostal, atrajo a una comunidad de cerca de 1.000 personas a sudamérica.
El Templo del Pueblo y los maltratos
Al estilo de las comunas hippies características de los años 70, los seguidores de Jones cultivaba su propia comida, criaban ganado, fabricaban toda clase de productos y educaban entre todos a sus hijos. Esto es, una utopía socialista regida con mano de hierro por Jones. «Jonestown es un lugar dedicado a vivir por el socialismo, por la equidad económica y racial. Estamos viviendo de una forma común increíble», se escucha en una grabación que fue recuperada por el FBI. Lo que al principio era simplemente un estilo de dirección demasiado autoritario fue mutando hacia abusos y maltratos.
Desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, los miembros de la secta trabajaban sin descanso, niños incluidos, bajo temperatura cercanas a los 38 °C. Según los testimonios de ex integrantes de la secta, las comidas consistían en nada más que arroz y legumbres, de inferior calidad a los alimentos que recibía Jones y su familia próxima.
En caso de desobedecer las órdenes, Jones encerraba a los indisciplinados en una caja de madera minúscula. Según los testimonios más crudos, las palizas eran frecuentes, así como el uso de un «hoyo de tortura» donde Jones tiraba a los niños desobedientes en mitad de la noche. Asustaba a los niños haciéndoles creer que había un monstruo en el fondo del pozo y, en caso de que fueron ya mayores para creer en cuentos de miedo, los amarraba desnudos para electrocutarles los genitales.
Como es evidente, para salir de Jonestown no bastaba con pedirlo en recepción. Los que intentaban escapar eran drogados, mientras que guardias armados patrullaban el pueblo día y noche para asegurarse de que las órdenes de Jones se cumplieran. A raíz de los testimonios cada vez más inquietantes, la CIA investigó la forma de acabar con este «paraíso socialista».
El asesinato de un congresista de EE.UU.
En 1978, el congresista del Estado de California, Leo Ryan, y una comitiva que incluía a varios periodistas, familiares de miembros de la secta y un desertor de la comunidad, visitaron Jonestown. Originalmente, el líder de la secta les acogió con cordialidad y preparó un recibimiento musical para sus huéspedes. Tras varios días de visita cada vez más tensa, donde el congresista sufrió un atentado con arma blanca, Ryan invitó a todo aquel que quisiera abandonar la comunidad a regresar con él en su avioneta. Varios miembros del Templo del Pueblo aceptaron aparentemente la invitación y se reunieron con la comitiva del congresista. No obstante, durante la reunión los miembros de la secta sacaron armas de fuego y dispararon contra Ryan y los demás.
Ese 17 de noviembre destrozaron el avión y asesinaron al congresista, a tres periodistas e hiriendo a nueve personas.
Después de acribillar el cuerpo del congresista y dejarle irreconocible, los fanáticos regresaron a la comunidad: era la hora de alcanzar un nuevo nivel de horror.
El suicidio colectivo era una idea recurrente en el Templo del Pueblo. Desde hacía varios meses, Jim Jones organizaba una vez cada dos semanas «pruebas de lealtad», donde simulaba suicidios masivos, que incluían la ingesta de falsas pociones de veneno. Jones las llamaba «noches blancas». Aquellos que vacilaban en tomarse el líquido eran obligados a beberlo bajo la amenaza de que, si no cumplían con la orden, se les dispararía. «Durante estas noches blancas, Jones le daba a los miembros de Jonestown cuatro opciones: huir a la Unión Soviética, cometer un “suicidio revolucionario”, quedarse en Jonestown para luchar contra los invasores o huir hacia la selva», reveló el mencionado informe del FBI.
Cianuro con zumo de uva
Jim Jones había perdido la cabeza y estaba dispuesto a llegar hasta el final con tal de no vivir el final de su ciudad. Tras el asesinato del congresista, Jones reunió a toda la comunidad y advirtió el final del sueño socialista: «Hemos obtenido todo lo que hemos querido de este mundo. Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados».
A continuación, los hombres cercanos al líder repartieron frascos llenos de cianuro, mezclado con zumo de uva, a las más de 900 personas que formaban la comunidad. Mujeres, hombres y niños bebieron el cianuro potásico, cuyos efectos provocan una muerte especialmente dolorosa. Pero Jones no. El líder aguantó en pie hasta el final increpando a los miembros de su comunidad por morir «sin dignidad», puesto que pocos pudieron contener los gritos de dolor. Él, por si acaso, se quitó la vida con el disparo de una escopeta.
Mientras el ejérico americano descubría cientos de cadáveres en la granja, los familiares de los fallecidos asaltaron las viviendas de la secta en distintos lugares en busca de respuestas. Pero lo cierto es que incluso hoy faltan respuestas y resulta un misterio lo que realmente ocurrió en los últimos días de Jonestown. La prensa calificó el suceso como «el mayor suicidio colectivo» de la historia, pero en realidad no está claro cuánto hubo de suicidio y cuánto de asesinato. A través de sus noches blancas, Jones dejó claro que no existía la posibilidad de negarse a tomar el cianuro; eso, sin mencionar que los simulacros habían transmitido la falsa sensación de que la secta solo trataba de probar a sus miembros pero sin dañarlos.
Un año después de la masacre, Michael Prokes, jefe del gabinete de prensa de la secta, se reunió con un grupo de periodistas de todo el país para explicar lo que había ocurrido en Jonestown. Es decir, un intento por blanquear y justificar el horror. No en vano, ante una de las preguntas de los periodistas, Prokes abandonó la sala y se pegó un tiro en el baño. «Los compañeros que se quitaron la vida lo hicieron porque no tenían elección y no querían permanecer en los infestados guetos de Norteamérica», había asegurado poco antes de suicidarse.