Gotas sobre el mar: La única altermativa
España padece hoy tres gravísimos problemas: la índole de unas izquierdas que a su execrable condición añade una patológica hispanofobia; la sumisión a esta naturaleza infame por parte de una derecha asimilada, y la indigencia cultural y moral de un sector mayoritario del pueblo. Los graves y copiosos conflictos con los que cargan los españoles libres en esta hora no son sino la consecuencia de esta trinca de obstáculos.
La ambición del poder y el poder en sí son una de las expresiones más evidentes del mal. Tal vez la mayor de todas. En el rencor de las izquierdas antiespañolas, en la complicidad de esa derecha abducida por ellas, en la bárbara violencia con la que actúan los siniestros elementos extraños presentes en todas las manifestaciones y asonadas ve el pueblo reflejados sus odios y miserias. Esa gran parte del pueblo son sus votantes.
El mundo, desde su comienzo, ha sido dominado por los malos. El mundo, hasta su fin, será dominado por los malos.
El pueblo bajo ama a los hombres crueles y le gusta tener miedo. De ahí que una plétora de gentes trafique públicamente con las cosas más sagradas en absoluta impunidad, sin ser inquietados. Si a eso añadimos que en todas las clases de tontos predominan los siervos y los hipócritas, tenemos la ecuación resuelta: estamos moribundos porque unos diabólicos matasanos no cesan de inocularnos gérmenes infecciosos y nadie previene ni procede con la ciencia de curar.
Esos seres corruptos, aún después de repartirse con insaciable avaricia lo que sería suficiente para mejorar las necesidades de todos, están muy lejos de sentirse satisfechos y quieren convertir su casta en algo permanente. La ambición, el abuso y la soberbia, no miden su prosperidad por el bienestar particular, sino por la humillación del prójimo. Necesitan víctimas a quienes poder tiranizar, cuyas desgracias realcen su vanagloria, cuyo cobarde silencio encumbre su jactancia.
Es inútil creer que las izquierdas resentidas pueden atender las quejas sobre aquello que derruye nuestra patria, pues ellos son sus destructores. La constante humillación al estado de derecho, a la libertad, al pueblo y al humanismo cristiano; la inmigración descontrolada, las leyes de género, la connivencia con los separatistas y terroristas, etc., son el resultado de su objetivo: el exterminio de la probidad, de la justicia y de la razón.
Las izquierdas resentidas siempre vuelven al poder más alborotadas y confusas por su sectarismo, y más extremistas que se fueron. Ahora no sólo disfrutan con el golpe de estado permanente de los separatistas, con los vacíos legales que hacen de nuestra patria una sociedad sin ley en múltiples aspectos, con el asalto masivo a las fronteras de la nación por un grupo de salteadores metódicamente coordinados o por la vergonzosa impunidad con que son protegidos por ellas.
También se ciscan en los derechos y en la defensa de las fuerzas de seguridad y con ellas del resto de ciudadanos libres, o se hallan obsesionadas con secuestrar a la infancia y a la juventud para educarlos a su manera, en su tribu indecente y pervertida. Y ello es así porque su ceguera funcional, esa ideología malsana que les impide distinguir la realidad, va permanentemente dirigida a acumular ruinas sobre ruinas y a amenazar de múltiples formas a quienes se expresan nombrando la verdad, oponiéndose a lo políticamente correcto.
Pero si lo políticamente correcto nos impide decir la verdad, es necesario acabar con lo políticamente correcto, porque, como suele decirse, aunque tengamos derribadas las torres debiéramos tener enteros el honor y la voluntad.
Y pues resulta intolerable que nos persigan por pronunciar las palabras proscritas, imponiéndonos dogmas pertinaces o doctrinas conculcadoras de nuestros derechos básicos, debemos oponer nuestras ideas al pensamiento débil, al buenismo hipócrita, de la misma manera que estamos obligados a desahuciar a los poderes públicos que malgastan los recursos de todos destinándolos a controlar nuestra sexualidad y nuestro pensamiento o a recompensar a los salteadores.
Ahora bien, como toda situación conflictiva tiende a equilibrarse según la relación de fuerzas, las izquierdas resentidas lograrán sus objetivos en la medida en que los ciudadanos no representemos un empuje capaz de hacerles frente. Por eso, más allá de recriminar a los culpables, y dado que ni censuras ni lágrimas remedian la desgracia, es imperativo restaurar la sensatez, con revivido vigor en nuestros valores y convicciones, entendiendo que nos hallamos ante un renovado frentepopulismo.
A la vista de tantos gobernantes hechos de insidia y engaño, la única alternativa pasa por la concienciación social, es decir, por la rebelión civil. Que los ciudadanos abandonen sus indecisiones y se empeñen en una lucha diaria contra los espíritus rastreros y los psicópatas totalitarios enmascarados tras la demagogia de las grandes palabras.
Porque una nación –como una persona- desfallece cuando ya no experimenta la influencia de la moral o del sentimiento religioso, y porque cuando se destruye la libertad se consume la virtud.
La libertad es el único valor que convierte a la vida en digna de ser vivida.
La cartera, al hombre-masa moderno decadente y degenerado, sólo le duele la cartera.