Manifestación de ‘manteros’ por las calles de Madrid (El Mundo)

Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Resido en una urbanización ubicada en una ciudad a las afueras de Madrid. Cuando me adentro en el porche por la mañana, distingo allá al fondo, en su garita, a un portero sudamericano, y, si observo los jardines que rodean la piscina, también veo laborar allí a otro trabajador amerindio.

Cuando salgo de garaje, las primeras personas que observo transitar por la calle son indefectiblemente de origen extranjero: musulmanes, subsaharianos, caribeños, asiáticos… Inmigrantes que vienen de una comisaría cercana, muy posiblemente de arreglar papeles.

Si antes de salir a la calle se diera la circunstancia de que he recibido un paquete, ya sea de correo o de alguna mensajería, en la inmensa mayoría de los casos quien me lo entrega es también inmigrante.

A estas alturas del día, me sigo asombrando de que en un país haya tantos autóctonos que no quieren trabajar en ninguna de esas actividades. Lo más curioso es que los barrenderos que limpian las calles que rodean a mi urbanización sí son españoles, compatriotas que, al parecer, no rechazan un trabajo tan duro y mal considerado como ese.

Si resulta que una mañana tengo que acudir a mi centro médico asignado, puedo atestiguar que prácticamente todo su cuadro clínico está formado por médicos sudamericanos. Bondad graciosa.

Ya camino de Madrid, cuando tengo que repostar gasolina, con no poca frecuencia también es sudamericano quien me atienden en la estación de servicio. Otro trabajo que rechazan los autóctonos. Cosas veredes.

En el camino, empiezo a observar que, cada vez mayor frecuencia, cuando me detengo en un semáforo y observa a los coches, ya sea a mi derecha o a mi izquierda, tampoco son españoles. ¡Qué cosas!

Un grupo de inmigrantes protesta ante la Secretaría de Inmigración, el pasado abril (El Mundo).

Desde luego, la apoteosis está reservada para las calles del centro de Madrid, que componen una Babelia informe donde puedes dar la vuelta a Madrid en 80 mundos. Si no más.

Por allí pululan caribeños con pinta estrafalaria, siempre pegados a sus móviles, conformando “maras” desasosegantes; musulmanas embutidas en su largos vestidos, siempre arrastrando su churumbeles y hablando entre ellas; indígenas del altiplano arrastrando paqueterías… Y, por encima de todo, la impactante sensación, cuando entras en cualquier establecimiento hostelero, de que estás en un país extraño, de que por un extraño arte de magia has caído en pleno Macchu Picchu, dado que prácticamente en todos los camareros son sudamericanos.

Da igual que sea una taberna cara, de pedigrí pijo, o que el pedigrí provenga de ser una fundación muy antigua, lo cual le da un aire castizo y chotinesco. El otro día, en la taberna que probablemente sea la más antigua de Madrid, que conserva todo su sabor castizo, de diez camareros, solamente uno era de los nuestros. Im-presionante.

Manteros senegaleses protestan por la muerte de un compañero en Lavapiés.

Si mis padres levantaran la cabeza, y aterrizaran en el centro de Madrid, lo que más llamaría su atención sería ver esta Babelia informe, esta selva multirracial cuyo parecido con esos bares imaginativos de la Guerra de las Galaxias no es pura coincidencia. Sin ir más lejos, yo, a mi edad, me considero muchas veces un alienígena en estos pagos madrileños, pues conocí muchos años una ciudad completamente distinta.

Muchas veces me pregunto en que trabajarán esos inmigrantes que se pasan todo el día por las esquinas hablando por el móvil, aunque me imagino de dónde vendrán sus ingresos, dada la tendencia española a la solidaridad y la acogida.

Todo esto sucede en un país que ostenta el segundo lugar entre los países con más paro de Europa, pero donde, al parecer, somos tan vagos que rechazamos muchos trabajos, por lo cual los empresarios no tienen más remedio que recurrir a la mano de obra foránea. Y es que parte de nuestra leyenda negra ha sido que somos el país de la sopa boba, lo cual, unido a la sanidad universal, es un toque de campanas para las muchachadas de pobrecitos que vienen buscando ollas calientes y catres perfumados.

Pero, claro, ya es del dominio público que si los empresarios no contratan a españoles es porque éstos reclaman más salario y mejores condiciones laborales, con la amenaza de la denuncia sino se cumplen las normativas legales. Y, claro, los pobres empresarios no tienen más remedio que recurrir a mano de obra esclava, que hacen esos trabajos por mucho menos salario, y a los que se explota sin misericordia.

Por esto, me sorprende que los partidos de izquierda, tan celosos de los privilegios y derechos de los trabajadores, sean justamente los que más alientan esta inmigración descontrolada que repercute tan negativamente en la mano de obra española.

Inmigrantes del Aquarium desembarcando.

Pero, ojo al dato, que todo da la impresión de que para ir a peor. Es ya de todo punto conocido que el ascenso de Pedro Sánchez al poder ha sido un auténtico golpe de estado, perpetrado por los gerifaltes del Nuevo Orden Mundial, que lo han colocado en la Moncloa para que active y acelere el programa globalista con el que se pretende destruir nuestro país. Y para conseguir esto está empleando dos medios fundamentales: las cesiones a los independentistas, y la promoción salvaje de la inmigración masiva.

Es muy sencillo de explicar: sabiendo que Italia y Grecia se iban a cerrar a la recepción de inmigrantes que llegan cruzando el Mediterráneo, era necesario abrirles otra puerta. ¿Dónde?: pues en España, y para esa misión encumbraron al traidor Pedro Dolfos, con la colaboración de Rajoy, quien recibió la orden de que no dimitiera en la moción de censura para que las izquierdas y los indepes tomaran el poder por asalto. No en vano, una de sus primeras medidas fue la aprobación de la sanidad universal, lo cual, unido a la recepción del barco «Aquarius» y a la retirada de las concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla, ha producido un devastador efecto llamada.

Inmigrantes en Cartagena.

Devastador que esta gentuza se interese por los pobres inmigrantes que, siguiendo tácticas militares, agreden a las fuerzas de seguridad para invadir nuestro país, recibiendo subsidios y «alohas» con guirnaldas y ayudas, en vez de cárcel, en vez de mandar allí al ejército, que no pasa de ser un florero de la mundialista OTAN; devastador que se nos intente ocultar en los medios de comunicación que muchos de los inmigrantes que iban a bordo del «Aquarius» pertenecían a «Boko Haram» y al ISIS, y que entre los que asaltaron la valla con violencia había soldados nigerianos traídos en avión desde Lagos, la capital de Nigeria.

«Refugees welcome», decía en la pancarta que hemos soportado tres años colgando de la fachada del Ayuntamiento de Madrid. Tres largos años, pero esto no ha sido óbice para que los escasos refugiados que han llegado se los hayan llevado a Guadalajara. Toma ya.

Devastador es que, mientras en casi todos los países europeos hay partidos identitarios que defienden a sus ciudadanos de la inmigración masiva que consume recursos económicos y causa inquietud en las poblaciones, en España seamos el país de la solidaridad, el único que no defiende sus fronteras, habiendo incluso gentuza antisistema que pide su abolición.

En fin, que, a la vista de estos acontecimientos, queda claro que el principal motivo por el que Soros ha provocado el golpe de estado en España ha sido para que este infame gobierno frentepopulista permita la pavorosa invasión de inmigrantes que estamos padeciendo, y así Europa siga recibiendo estos flujos de musulmanes y africanos que acaben de liquidar la corrupta civilización occidental, cuya decadencia y degeneración ya son francamente apocalípticas.

Aborto, bajísima natalidad, eutanasia, inmigración masiva, desiertos demográficos: ya divisamos debajo de nuestros pies el horror de los infiernos.