Roberto Calvi: ‘el banquero de Dios’
A. Pérez.- Posiblemente nunca se sepa quién mató a Calvi, el banquero que lavó ingentes cantidades de dinero procedente del narcotráfico y de la mafia, que financió las operaciones anticomunistas encubiertas del Vaticano en Polonia y Centroamérica, que se asoció con la logia masónica P2 y que promocionó con grandes sumas de dinero el imparable ascenso político del socialista Bettino Craxi. El 5 de junio de 1982, Calvi envió una carta desesperada a Juan Pablo II en la que garantizaba al papa que no revelaría nada de lo que había hecho en interés de la Iglesia.
También le ofrecía importantes documentos. La carta no tuvo respuesta y el cadáver de Calvi apareció colgado del puente londinense de Blackfriars sobre el río Támesis dos semanas después, el 18 de junio de 1982. La policía británica cerró el caso como suicidio, pero lo reabrió años más tarde y dictaminó que fue un asesinato. Un tribunal romano absolvió en junio de 2007, por falta de pruebas concluyentes, a cuatro acusados de participar en el crimen. Aunque el caso no se dio por cerrado porque los fiscales apelaron. Hay, además, otro proceso en marcha, en el que figura, como presunto autor intelectual del asesinato, el fundador de la Logia P2, Licio Gelli. Pero han pasado ya 28 años, los principales protagonistas de la época han fallecido y todo parece cada vez más oscuro y lejano en el tiempo. La muerte de Calvi está destinada a ser uno de los grandes misterios del siglo XX.
Uno de los motivos de la rápida expansión del Banco Ambrosiano fue la relación de Calvi con Michelle Sindona, el banquero de la mafia. Sindona tenía abiertas las puertas del Vaticano gracias a su condición de asesor oficioso del papa Pablo VI en cuestiones económicas (aún no eran públicas sus conexiones mafiosas) y trató de crear con Calvi algo parecido a un holding bancario católico, capaz de rivalizar con la banca pública laica y privada. Calvi y Sindona se distanciaron poco después. Para entonces, Calvi contaba ya con un nuevo aliado: el arzobispo Paul Marcinkus, director del Instituto de Obras Religiosas (IOR), el banco del Vaticano.
El IOR, fundado como Comisión para las Causas Pías por León XIII en 1887, se había convertido en un banco importante y muy especial por dos circunstancias históricas. La primera tuvo lugar en 1929, cuando se firmaron los acuerdos del Tratado de Letrán que garantizaron la soberanía pontificia sobre unas pocas hectáreas alrededor de la Basílica de San Pedro, e indemnizaron a la Santa Sede por la pérdida de los antiguos Estados Pontificios. El dinero de la indemnización proporcionó una enorme liquidez al IOR, que empezó a invertir sin escrúpulos. La segunda circunstancia fue una ley italiana de 1962 que impuso a la Iglesia católica cargas fiscales sobre los rendimientos del capital. El IOR reaccionó desviando al extranjero la mayor parte de sus actividades.
Paul Marcinkus llegó a Roma en 1950 para estudiar Derecho Canónico. Hizo rápidamente amistades en la curia, y cultivó muy especialmente la del arzobispo Montini, secretario de Estado, que le acogió en la sección anglófona de su departamento. Pocos años después de convertirse en papa, Montini encomendó a Marcinkus la organización de sus viajes (en uno de ellos, en Manila, Marcinkus evitó con grandes reflejos que el pontífice fuera apuñalado por un demente), Pablo VI le nombró obispo en 1968 y en 1971 le asignó la dirección del IOR.
El obispo Paul Marcinkus y el banquero Roberto Calvi establecieron una relación estrechísima. Calvi se acostumbró a asesorar a Marcinkus y a cubrir las pérdidas en las que éste incurría regularmente: al director del IOR no le gustaba invertir, sino especular en Bolsa. Ninguno de los dos hacía ascos al blanqueo de dinero sucio a través de su red bancaria internacional. Les protegía Licio Gelli, gran maestre de la logia masónica P2 que gozaba de crédito ilimitado en el Banco Ambrosiano. También recibía del banco millones a fondo perdido un dirigente socialista, Bettino Craxi, que se convirtió en los años ochenta en la figura hegemónica de la política italiana.
El brevísimo pontificado de Albino Luciani, Juan Pablo I, fue un mal momento para el tándem Calvi-Marcinkus. Su inesperada muerte, y el hecho de que no se le practicara la autopsia al cadáver, suscitaron enormes especulaciones. Se habló de asesinato y Marcinkus fue de inmediato el principal sospechoso. Libros como ‘En nombre de Dios’, de David Yallop, y ficciones cinematográficas como la película ‘El Padrino III’ abonaron la tesis de la conspiración homicida.
En 1978, la llegada al papado del polaco Karol Wojtyla, contra todo pronóstico, cambió radicalmente la situación. Juan Pablo II estaba muy vinculado al Opus Dei, una organización religiosa en situación de precaria influencia en los asuntos de la Iglesia (Pablo VI detestaba al Opus y no había querido concederle una posición autónoma en la jerarquía eclesiástica) pero económicamente muy fuerte. El Opus Dei, visto como una fuerza conservadora desde el punto de vista religioso, insistía en que los liberales como Marcinkus abandonaran el IOR; al margen de cuestiones religiosas, en el mundillo económico vinculado al Opus se sabía que el IOR iba derecho al desastre y, según numerosos testimonios incluidos en el sumario del caso Calvi, se ofrecía a enderezar los balances contables.
Para Juan Pablo II, sin embargo, la máxima prioridad era la lucha contra el comunismo. El Vaticano empezó a enviar grandes sumas de dinero para subvencionar las actividades subversivas del sindicato polaco ‘Solidaridad’ y a los grupos paramilitares y a las organizaciones anticomunistas centroamericanas. Cuando el IOR no podía (por falta de recursos o para mantener un mínimo de discreción) ocuparse directamente de las transferencias, Calvi y el Banco Ambrosiano se hacían cargo de la tarea. El IOR llegó a acumular una deuda superior a los 1200 millones de dólares con el Banco Ambrosiano, que nunca fueron reembolsados.
El agujero creado en el Ambrosiano por las necesidades de Marcinkus (y del propio papa) empezó a descubrirse en 1981. Calvi sufrió una primera condena de cuatro meses en arresto domiciliario por delitos monetarios. El banquero, sintiéndose acosado, se convenció de que sólo un acuerdo con el Opus Dei podía salvarle. Pensaba que el Opus era capaz de movilizar el dinero suficiente para recapitalizar el IOR y devolver el dinero adeudado al Banco Ambrosiano; a cambio, la Obra podría asumir un control directo sobre el IOR y las finanzas vaticanas. La idea figura en muchas de las cartas escritas por Calvi en esa época, aunque no existen pruebas de que el Opus Dei participara en el proyecto de ‘rescate’ financiero.
El 11 de junio de 1982, Roberto Calvi abandonó Italia desde Trieste, a bordo de un yate. La nave atracó en Isola (Yugoslavia) y el banquero tomó un avión privado hasta Klagenfurt (Austria). Llevaba un pasaporte falso a nombre de Gian Roberto Calvini que le había proporcionado Ernesto Diotallievi, uno de los jefes de la delincuencia común romana. Con Calvi viajaban Flavio Carboni, empresario de la construcción y ex socio de Silvio Berlusconi en Cerdeña, y Silvano Vittor, contrabandista italiano afincado en Yugoslavia. Calvi quería ir a Zúrich, pero Carboni y Vittor le convencieron para que tomara otro avión privado y se dirigiera a Londres. Allí le buscaron alojamiento en el Chelsea Cloister, un ruinoso bloque de apartamentos, más propio de indigentes que de rutilantes banqueros.
Roberto Calvi dedicó su última semana de vida a recopilar varios documentos comprometedores para numerosas personas e instituciones. Esperaba una respuesta a la carta que había enviado a Juan Pablo II, en la que le advertía contra “los enemigos internos” dirigidos, según él, por el secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. Confiaba aún en salvar al Banco Ambrosiano y su propia vida. El 18 de junio, Carboni y Vittor le dejaron solo en el Chelsea Cloister. La última persona que vio a Roberto Calvi con vida fue el pintor Cecil Gerard Coomber, residente en el edificio. Hacia las diez de la noche del día 17, el pintor se cruzó en el pasillo con el banquero Calvi, a quien acompañaban dos hombres que hablaban italiano.
A las 7:30 horas del día 18, un empleado del diario ‘Daily Express’ descubrió un cuerpo que colgaba del puente de Blackfriars. La Policía comprobó que se trataba de Roberto Calvi. Llevaba encima dos relojes Patek Philippe, 15000 dólares en divisas y unos cinco kilos de piedras preciosas repartidas entre los bolsillos de la chaqueta y los del pantalón. El primer informe forense determinó precipitadamente que se trataba de un suicidio por ahorcamiento.
En 1988, sin embargo, los tribunales británicos e italianos establecieron que Roberto Calvi había muerto asesinado. Carboni, Vittor, Diotallievi y el temido y sanguinario capo mafioso, Pippo Caló, además de una antigua amante de Carboni, fueron acusados de homicidio. Según la Fiscalía de Roma, los cuatro acusados conspiraron para que dos sicarios, siguiendo sus instrucciones, cometieran el crimen. Continuando con la hipótesis de los fiscales: los dos desconocidos convencieron a Calvi para que les acompañara hasta un barco que, a través del Támesis, le llevaría a alta mar y desde allí embarcaría en otro con rumbo a Sudamérica, donde estaría a salvo. Todos los indicios apuntaban a que Roberto Calvi, en efecto, subió a una embarcación y que debieron asesinarle en ella por estrangulamiento. Después colgaron su cadáver del puente Blackfriars. Como la marea estaba alta, el cuerpo se hundió en el agua hasta las axilas.
El Opus Dei fue convertido en Prelatura personal pocos meses después de la muerte de Roberto Calvi. Casi al mismo tiempo, un amigo personal de Juan Pablo II, el eclesiástico Pavel Hnilica, compró a Carboni los “documentos comprometedores” que guardaba Roberto Calvi antes de morir. No se supo más de ellos. Hnilica murió en 2006 y, como suele decirse, se llevó el secreto a la tumba.
En 1987, la policía italiana cursó una orden de búsqueda y captura contra el cardenal Paul Marcinkus, acusado de fraude y estafa: sin embargo, Marcinkus exhibió su pasaporte vaticano, que le confería inmunidad diplomática y siguió tranquilamente al frente del IOR hasta 1989. Desde 1991 fue presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Se jubiló en 1997 y murió en Arizona en 2006. Bettino Craxi murió exiliado en Túnez en 2000 y Licio Gelli, de casi 90 años, condenado por numerosos delitos, permaneció varios años recluido en arresto domiciliario a la espera de juicio por el caso Calvi, veinticinco años después de su asesinato.