Gotas sobre el mar: El ejemplo de los catalanes libres
Está a punto de cerrarse sobre España el círculo vicioso del pueblo embrutecido y de la baja política, un círculo que arrastra a las sociedades hacia su miserable fin.
A la vista de los resultados, España sólo puede salvarse mediante la utopía de convertir a toda la población en masa a la verdad y a la inteligencia, o mediante un cataclismo que lo simplifique y resuelva todo, en el viejo sentido de la tragedia humana, que de todo final hace un principio.
Pero en esta hora crítica, debemos tener en cuenta que toda dificultad es siempre relativa: depende de los motivos que nos impulsan a actuar. Por eso resultaría imperdonable el derrotismo. Y no se trata de soñar, que también; se trata sobre todo de reformar la sociedad en que vivimos.
Empeñarnos en una especie de cruzada contra la decadencia y el engaño. Entender que si las desgracias que han caído sobre España no han servido para cambiar el corazón de todos sus ciudadanos, es porque en muchos de estos anida precisamente el odio a lo español. Y que lejos de contemplar impotentes los progresos del mal, los espíritus libres estamos obligados a defender nuestro suelo –el de nuestros antepasados y nuestros hijos- retornando a la fuente de las tradiciones y de un destino común honroso.
Repasando la actualidad española es evidente que se impone una nueva disciplina. Un comportamiento como el que están llevando a cabo esos corajudos catalanes que expresan su sentimiento español oponiéndose a la barbarie y a la nesciencia con las inmateriales armas de sus convicciones y de su amor por la libertad. Una lucha sacrificada y generosa, prácticamente en solitud, que constituye todo un ejemplo para el resto de sus compatriotas, que tal vez no lo están reconociendo ni apoyando como debieran.
En estos tiempos de ausencia moral, de vacío judicial y político, intelectual y religioso, su actitud abnegada, su activismo y rebeldía civil, representa el modelo a seguir en los restantes territorios. Enfrentarse a la corrupción de las instituciones y a las taras sociales, a la permanente humillación, es el único camino que nos dejan los liberticidas.
Sería estimulante y alusivo que fuera precisamente en Cataluña donde se iniciara ese movimiento civil de recuperación.
Abandonados por el Estado, los catalanes libres, conscientes de que en la defensa de sus derechos les va su dignidad –y tal vez su vida- han decidido, con la grandeza de sus convicciones y lo menguado de sus fuerzas, corregir la deriva, evidenciando las paradojas –trágalas y leyes del embudo- judiciales, el sectarismo de sus dirigentes y el papelón de esbirros que les ha tocado a las fuerzas de seguridad.
En tanto acaban de caerse del caballo y ver la luz de la revelación unificadora tantos grupúsculos alternativos e identitarios como proliferan, inmersos en la cuasi esterilidad de su ensimismamiento, el pueblo sano debe presionar para hacer cumplir las leyes o reemplazarlas por otras más justas, señalando y extrayendo de sus poltronas ideológicas a aquellos jueces incapaces de aplicarlas y a aquellos políticos incapaces de imponerlas.
A partir de ahora -en tanto, repito, se organiza un partido político operante, con fe en la unidad y en el destino universal de España-, al pueblo sano sólo podrá inspirarle un único pensamiento: regeneración nacional, y cárcel para quienes nos llevan infiriendo afrentas desde hace décadas.
Bien sabe Dios que los espíritus libres no han sido nunca crueles ni vengativos. Pero ya hemos vuelto a comprobar en la carne de nuestra historia la suerte que les está reservada a quienes no se defienden de la maldad. Y ya que hemos pecado de incautos por no atacar antes de que nos atacaran, hemos de hacerlo ahora. Te comeré o me comerás: esa es, hoy, la única ley aquí. Y la única alternativa que nos deja la antiespaña.
¡ Desperta ferro!
Estamos en manos de FABRICANTES DE MISERIA.
Les recomiendo lean ese libro, que describe como los neocomunistas “han conseguido” la ruina de muchos países hispanoamericanos.
Te refieres al de Plinio Apuleyo Mendoza, Plaza&Janés, 1999. Es igual. Es la hora de ponerse en marcha.