Feria de Valladolid: Roca Rey gobierna por mayoría
La revolución tiene cara de niño y valor de hombre. La revolución responde a los apellidos de Roca y Rey. Andrés es su nombre. Su historia no es otra que la de un joven que se atrevió a creer que ser torero es posible en el siglo XXI de los gadgets. Pero la máquina más agitadora ha llegado del Perú. Y el pueblo lo sabe. No ha habido en toda la feria de San Lorenzo una entrada más saludable que la de ayer, con un ambientazo de lujo. En el Paseo de Zorrilla se mascaba el runrún de los grandes acontecimientos, aunque la presentación del ganado no fue acorde para tal expectación. Hubo animales indignos, de caras paupérrimas. Si el toreo pide respeto, lo primero es no faltar al respeto al toro… En las gradas, donde no se hablaba de otra cosa que de Roca, algunos se ilusionaban pensando en que el Jaguar de Lima pegue un zarpazo y, ya que es el que llena, también sea el que mande y exija seriedad en el ganado que se lidie. Eso también sería una verdadera revolución hoy.
Cuando apareció el primero, no subió el listón de la vellosinada de la tarde anterior. De vergüenza el pitón derecho. Pero El Juli caldeó el ambiente en el saludo y el quite mixto. Brindó a Vargas Llosa -acompañado por Isabel Preysler-, que debió de pensar que aquello era un homenaje a «La Fiesta del Chivo». No andaba sobrado de fuerzas el de Domingo Hernández y se defendía. Y el madrileño tiró de oficio y técnica en una labor batalladora.
A la salida del segundo crecieron las protestas. Los plátanos que adornaban su cara provocaron hasta la reacción de unos chavalillos en la grada: «Pero si eso lo toreo yo». Algo va mal cuando se oye «eso», porque lo primero que un toro tiene que transmitir es respeto. Y los primeros en perdérselo son las figuras que se enfrentan a tal materia. Para más inri, tampoco le acompañaba el poder al torete, que iba y venía desclasado a la muleta de Manzanares, certero con la espada.
El tercero también andaba en el límite de trapío. Pronto lo olvidaron los tendidos con el impactante saludo de Roca y el fuego que encendieron las templadas gaoneras, como si «Descarado» -daba risa el bautismo- ya estuviese picado.
Y lo cierto es que no salió sangre ni para un análisis. Volaron luego cinco chicuelinas, con una arrebujada media. Un silencio sepulcral se apoderó de los tendidos tras el brindis y el principio por estatuarios. La palabra callada dio paso a un «¡ay!» que paralizó los corazones cuando el toro casi se lo lleva por delante. Por ese palo siguió Roca Rey, que improvisó una espaldina. Se plantó luego a torear sobre la derecha: con mando y templanza, lo prendió a las telas.
Por el izquierdo se vencía, pero el limeño dominó el viaje con la muleta a rastras. Un ayudado, otra espaldina y unos afarolados desataron un clamor. Soberbio Roca, que se extendió en una intensa obra, viendo embestidas boyantes por todos lados. No fue un ejemplar superior ni mucho menos, pero sí bueno y con fondo para aguantar el poderío del limeño, que siguió y siguió con otros asentados derechazos y un cambio de mano infinito. Puro gobierno. Tras coger la espada, se entretuvo en unas bernadinas de «lexatin» cambiándole el viaje y un pase de pecho amanoletado. Su mirada era de «aquí mando yo». Y de un espadazo envió a «Descarado» a otra vida.
El Juli imantó a su muleta al cuarto, al que oxigenó con inteligencia entre tanda y tanda. Hubo muletazos con temple y relajo, pero pinchó y se esfumó el trofeo.
Manzanares cautivó a la verónica con el aparente quinto, el mejor del sexteto en hechuras y juego. Si ya metió la cara en el capote, resultó excelente en la muleta. El alicantino lo aprovechó a su manera, con gusto y elegancia, sin terminar de cuajarlo. El espadazo en la suerte de recibir propició la doble pañolada.
Por si había alguna duda de su ambición, Roca echó las dos rodillas por tierra en el sexto, de positiva presencia.
Lástima que se lesionara. Era candidato al pañuelo verde, pero se mantuvo en la arena y enseñó su buena condición.
El peruano tuvo el mérito de sostenerlo en muletazos que se antojaban imposibles en una faena brindada al Nobel y su pareja. Ambos ondearon con pasión sus pañuelos para solicitar la oreja. Tres cosechó en total el amo y señor de la taquilla y los ruedos. El gobierno y la Moncloa del toreo suyos son esta temporada. Y por mayoría popular… Si alguien lo duda, que repase entradas y triunfos, triunfos y entradas.