Gotas sobre el mar: La credibilidad de Pablo Casado
Aprovechando su reciente intervención en el Foro de ABC, Pablo Casado ha advertido que “no podemos seguir desandando ante un Gobierno que huye y es rehén de los mayores enemigos de la nación española”. Así mismo, tras enumerar los ejes de su programa –defensa de la Nación, Estado de Derecho, seguridad, libertad individual, propiedad privada y familia-, ha expresado lo perentorio de activar el artículo 155 “con la duración necesaria y la amplitud que se requiere. Y la implicación del Estado suficiente”.
De paso planteó una serie de propuestas legislativas encaminadas a frenar las veleidades separatistas y las actuaciones violentas de quienes tienen como objetivo la confrontación civil y la división social, denunciando a su vez “el revisionismo histórico”, porque “no estamos de acuerdo con la ley de Memoria Histórica. Se tiene que derogar”.
Bien. A lo que Pablo Casado no se ha referido en su discurso es a la petición de perdón que, en nombre propio y de su partido, debe a todos los españoles de bien, sobre todo a sus votantes, por haberlos traicionado, pues estos no olvidan que lo que ahora reivindica y propone pudo hacerlo durante los años en los que su Gobierno, con holgada mayoría y Rajoy al frente, gobernó la Nación.
Por lo tanto, la paradoja del señor Casado consiste tratar de vender una mercancía que no tiene o que, en caso de tenerla, no desea en realidad servirla, ya que cuando los españoles se la encargaron no se la dio. Y es difícil que la memoria de la población medianamente informada le compre lo que ha demostrado no tener o no querer suministrar.
Que se erija en garante de derechos y libertades quien fue portavoz de un partido al que los españoles le otorgaron amplio poder para erradicar las atrocidades zapateristas que han formado esta ciénaga, y que no sólo no las zanjó de raíz sino que las dotó de alas y vigencia, resulta escarnecedor para muchos y sarcástico para unos cuantos más.
Al parecer, el líder del PP se ha caído súbitamente del caballo y ha tomado repentina conciencia de que la vida social, política y económica de Cataluña y del resto de España es un caos, algo de lo que no tenía por lo visto conocimiento unos pocos meses atrás, cuando su grupo político gobernaba.
Pero ocurre que la sociedad española lleva décadas esparciendo malos olores y los vientos de las sucesivas primaveras no bastan para purificarla. Y es el caso que los españoles libres recurrieron en su día al partido del señor Casado, sin éxito, para expeler las miasmas que infectan el aire de nuestros campos y ciudades, y que tienen su origen en el corazón de unos votantes y unas izquierdas resentidas e hispanófobas y en la deslealtad de unas derechas asimiladas.
¿En qué país ha vivido hasta ahora Pablo Casado? A los ojos de sus electores nada hace tan odioso a un gobernante como la violación de sus derechos, y resulta que esa vulneración de las prerrogativas ciudadanas, en toda su escala, se viene dando, con la impunidad de los infractores, sin que la casta política haga otra cosa que mostrar cada día que pasa mayor desprecio a la dignidad de los españoles.
Por si no fueran suficientes los numerosos síntomas que hacen de España una sociedad enferma, el golpe separatista que viene sucediéndose ininterrumpidamente en Cataluña desde hace años, aparte de subrayar la carroña que supone hoy la transición, ha de convertirse ineludiblemente en la tumba de este parlamentarismo que ha legislado o aceptado leyes a favor de su casta y en contra de los intereses patrios.
Desde el inicio de este golpe de estado permanente, todos los políticos cuya soldada depende de la ciudadanía han venido desaprovechando una ocasión de oro, la última, para reivindicar su honor y su lealtad a la Nación. Y el PP, señor Casado, cayendo paulatinamente en la inoperancia y la mansedumbre más denigrantes -con algunas excepciones-, ha demostrado, sobre todo durante los años de gobierno rajoyanos, que España, sus raíces, símbolos y tradiciones son para él asuntos menores, y por eso los ha abandonado a los piquetes de las izquierdas resentidas.
Ustedes, señor Casado, pudiendo hacerlo, no aplicaron la ley contra los golpistas, ni acabaron con el adoctrinamiento a que son sometidos a diario los niños y jóvenes de aquella región tan querida, ni evitaron que Puigdemont escapase, ni controlaron a la sectaria TV3, ni a los mozos de escuadra, ni aplicaron a tiempo y con firmeza el artículo 155.
Al contrario, convocaron precipitadamente unas elecciones regionales dando oportunidad a que los mismos golpistas renovaran su mayoría. Con ello el PP reveló que, por naturaleza, es incapaz de defender a la ciudadanía de los ataques a la libertad llevados a cabo por esta recua de separatistas, liberticidas y filoterroristas que campean inmunes por nuestras calles e instituciones.
Y eso tiene un nombre: traición. Traición a España, a los españoles libres en general y a sus electores en particular.
Hemos venido confirmando, señor Casado, el declive gradual de un PP corrupto, carente de vigor político, de vigor ideológico, de vigor moral, sin convicciones para enfrentarse a las ilegalidades, sin visible elocuencia, sin fuerza de persuasión para enfrentarse a la representación de acontecimientos y sentimientos que hoy se manifiestan abyectamente en el tejido social.
Un PP, señor Casado, sometido a una idea europeísta y atlantista equívoca, y subordinado al extravío de Bruselas y a la cultura anglosajona (esa que nos usurpa Gibraltar), y por lo tanto claudicante y disolvente, carente de soporte ideológico. Ninguna fuerza política puede sostenerse mucho tiempo si se le priva de tal soporte. Sin legitimación ideológica toda fuerza política corre el riesgo de transformarse en una mera estructura de poder. Y algo así, hasta que no se pida perdón pública y solemnemente, como la ocasión requiere, no es merecedor de nuestra confianza.
La política que ustedes han seguido, señor Casado, resaltada con Rajoy, no ha tenido nada de ideología de derechas y sí de zapaterismo o socialdemocracia. El conformismo rajoyano ha conducido a la confusión y al estupor de sus votantes, cuando no a un extendido pesimismo colectivo o incluso a un pasotismo conducente al conformismo. A una opinión generalizada que viene a decir que todos los políticos son iguales, se aprovechan del poder y apenas se distinguen en su comportamiento corruptible y desleal.
Por lo tanto, ahora que por culpa de unos y otros ha dejado de funcionar el sistema y ha fracasado la transición es cuando, en buena lógica, se ha de pensar en una alternativa que sustituya a la podredumbre, y no en reforzar unos procedimientos que nos llevaron a ella. Que la cosa esté como está es en parte culpa de esta inacción del PP, cuyos rasgos políticos parecen asustarse de tener ideología o de enorgullecerse por carecer de ella.
El modelo que de la mano de los resentidos nos están vendiendo ustedes, no es el adecuado para la España unida y vigorosa por la que luchan los ciudadanos libres, porque conduce a una integración subalterna -una lacayuna supervivencia- en el limbo de la plutocracia multinacional y en manos de oscuros ingenieros etnocidas, expertos en acabar con los atributos humanos mediante el señuelo de una falsaria felicidad sustentada en atractivos tecnológicos y de consumo.
Como no podemos resignarnos a ser bultos manipulables dentro de este fenómeno socioeconómico global que aumenta el despotismo y acentúa las contradicciones entre ciencia y ética, estamos obligados a romper con el reciente pasado y buscar otras opciones. La partitocracia que padecemos viene demostrando hasta la saciedad su ausencia de valores y de amor a la Patria y, si los tienen, nada les cuesta olvidarlos en aras de una estrategia que mira de reojo al estáblismen para recabar su aquiescencia.
Su partido, señor Casado, ha sido permisivo con los terroristas, con las traiciones nacionalistas, con las trampas sectarias de las izquierdas…, y proclive al Nuevo Sistema o subyugado por él. Ha sido, pues, culpable y cómplice de la catástrofe. Y no ha tenido la lucidez ni la hidalguía de pedir perdón por todo ello. En consecuencia, no demande a los españoles de bien que le concedan su confianza.
Sería suicida repetir el error y confiar de nuevo en cualquiera de los que, haciendo de la política una profesión indecente, han descompuesto y traicionado a España.