Las lecciones del milagro sobre el río Han
Hace casi 60 años estaba en el mapa como país recién nacido, golpeado por una guerra fratricida que, en los papeles y en la separación, todavía no termina. Lloraron a los millones que murieron en el conflicto, lloraron la división de muchas familias, pasaron hambre y no tuvieron avances como la televisión hasta varios años después que los países de América Latina. Pero ahora las calles de Corea del Sur están repletas de modernos rascacielos, de pantallas gigantes, de consumidores que tienen y exigen productos de última tecnología y que gozan de uno de los mejores estándares de calidad de vida del mundo. Y están también repletas de carteles y banderas que anuncian, con un notable orgullo, que esta vez la Cumbre del G-20 es aquí.
Es que para las generaciones que vivieron la época del esfuerzo y hasta de la pobreza, que su país sea parte del selecto grupo de países es un logro enorme, explicó una estudiante de la Universidad de Seúl durante una reunión con la prensa extranjera. Estar en cualquiera de los “G” (7, 8 o 20) es visto como una recompensa al duro trabajo de las últimas décadas.
Se habla del “milagro sobre el río Han” -por el río que atraviesa Seúl- el que tomó apenas unas décadas. Porque Corea del Sur creció a un ritmo vertiginoso y sin detenerse desde mediados de los 60 a fines de los 90.
La Hyundai, la famosa automotora coreana, es un ejemplo de la rapidez del crecimiento y la capacidad que ha tenido Corea del Sur para adaptarse a los nuevos tiempos. Comenzó como una empresa constructora que quería ser fundamental para la reconstrucción del país. Terminó en pocos años convertida en la primera compañía en armar un auto “made in ROK (Republic of Korea)”. Cuando se lanzó a la aventura automotriz puso su acento en aumentar la producción, y a medida que han surgido las exigencias del mercado, ha reenfocado sus esfuerzos para satisfacer al consumidor y para tratar de responder a sus requerimientos, comenta Frank Ahrens, gerente de Comunicaciones. Ya no les interesa ser los que más venden, sino que ser los más confiables, aseguran sus ejecutivos.
El golpe bajo vino con la crisis que en 1997 hizo tambalear a las economías asiáticas -y las que estaban en algún grado ligadas a ellas-. Pero otra vez Seúl se sacudió las dificultades, y hoy está entre los mercados más importantes del mundo.
¿Cómo lo hizo? La respuesta casi automatizada de los que llevan años estudiando y viviendo el fenómeno -y sin excepciones- es la educación. Y los recursos humanos, que es el único recurso natural en abundancia que tiene este país. Porque no hay materias primas, y el alimento también escasea. Por eso es que han buscado la solución en alianzas comerciales con países como Chile (el primer TLC al otro lado del Pacífico) para suplir esas necesidades.
La clave ha sido la fuerte inversión en educación, investigación y tecnología, que ha logrado construir una base y ha dado la ventaja a su país, dice el profesor Kim Won-ho, decano de Estudios Internacionales de la Universidad de Hankuk y especialista en las relaciones entre Latinoamérica y Corea del Sur.
Inversión educacional
Hoy, cerca del 90% de la fuerza laboral sudcoreana tiene algún grado universitario, apunta el portavoz de Kotra, la agencia de promoción de comercio coreana. Y la inversión es a todo nivel: también la presión familiar por sacar un título universitario es enorme, dijeron alumnos de la Universidad de Seúl. En Corea, aseguran, es “muy importante demostrar tu intelectualidad” antes de ingresar formalmente al mundo laboral.
Lo que no dicen los expertos es que el carácter de los sudcoreanos es uno de los grandes aliados de su desarrollo. La disciplina y la idea casi subconsciente de que necesitan trabajar duro para conseguir sus metas se nota hasta en el movimiento de las calles. De pasada, muchos dicen que es una herencia del régimen militar de los 70.
Pero también pensar en grande. Los avances junto con el orgullo de lo logrado ha convertido a Corea del Sur en un país que apuesta en proyectos ambiciosos, a ser una especie de laboratorio de proyectos que con dificultad encuentran respaldo económico en otros lugares, como un nuevo plan de inversiones en tecnologías verdes que en un plazo de unos cinco años les permita exportar su experiencia.