Del Brexit a los Estados Unidos de Europa
Con el Bréxit y otras zarandajas, hemos detenido la construcción de un gran estado europeo que ilusione e integre a nuestros nietos.
El modelo que supone los EE.UU. de América, se consideraría una utopía si se mira desde la perspectiva del complejo tablero de países que hoy componen la Unión Europea. Nuestro marco identitario está plagado de enfrentamientos, intereses contrapuestos, y desconfianzas muy recientes. No ayudan, desde luego, a ese objetivo, actuaciones tan absurdas como la de Bélgica, acogiendo al golpista Puigdemont, o fallos judiciales en Alemania que desprecian sentencias del Tribunal Supremo español.
¿Tiene ilusión y sentido el proyecto europeo?
No obstante, la ilusión del proyecto europeo que se inició con el Tratado de Roma, hace más de 60 años, mantiene aún la esperanza, pues el 70% de los europeos consideran que la UE es un lugar estable dentro de un mundo turbulento y caótico. Pero el propio lema de la Unión: “in varietate concordia”, -unida en la diversidad- señala precisamente la mayor debilidad para lograrlo, la diversidad. Y es que tenemos diferentes lenguas, razas, culturas y, lo único que nos unió siempre que era el mensaje cristiano, lo hemos arrinconado en pro de una peligrosa laicidad. Ahora, tras la alarma que suscita el Bréxit y la irrupción de políticas contrapuestas para enfrentar el fenómeno de la inmigración irregular, es difícil soslayar la inquietud por el futuro del proyecto. Cada vez es más necesario que, en un mundo volcado hacia objetivos económicos, se logre hacer entender a los ciudadanos que los diferentes intereses de cada región lo deberían ser también de la totalidad.
Por tanto, para lograr que cale en el pueblo el orgullo de una patria común, será preciso desterrar el extremismo nacionalista que ha aparecido de repente con gran fuerza. Están tornando unos arquetipos folklóricos excluyentes apoyados por los EE.UU, y Rusia, los grandes detractores del proyecto europeo. A ninguno le interesaría enfrentarse, en un planeta globalizado y cada vez más competitivo, a un rival de la talla de la Unión, que, como se observa en los epígrafes del siguiente cuadro, está en condiciones de superar a los demás:
En 2016 la UE era, en número de habitantes, la tercera zona más poblada del mundo tan sólo por detrás de China y la India, y tenía una esperanza de vida de 81 años, una de las mayores del planeta influida por el elevado nivel de atención a la salud y a la educación.
También se desprende de esos datos, que la UE, con un menor endeudamiento y balanza comercial excedentaria, supera ampliamente a los EE.UU. que sigue siendo la primera potencia mundial, pero con síntomas preocupantes.
La Unión Europea podría ser una superpotencia en muchos otros aspectos, además de los que ya señala ese cuadro estadístico. Lo somos sin duda, si se considera aisladamente el aspecto mercantilista, y quizá podríamos serlo también en la influencia política internacional, si contáramos con un respaldo militar unificado. La meta alcanzada al formar un “mercado común” para la libre circulación de personas, mercancías y capitales fue un éxito innegable, pero la percepción general es que hay cada vez más obstáculos para avanzar: Se han presentando inopinadamente circunstancias como el Bréxit, los problemas con la política de fronteras frente a la inmigración, o la deriva hacia los extremismos regionalistas y nacionalistas, como señalábamos antes.
Contamos con la mayor riqueza y diversidad cultural del mundo. Un valor que no han podido destruir las dos pasadas guerras mundiales. Pero enfrentamos también fuertes debilidades, como desequilibrios económicos regionales y grandes diferencias de renta per cápita. Por ello se requiere el fomento de una mayor movilidad interna que corrija esos desequilibrios y con ella, dosis de tolerancia y generosidad. Ahora que el inglés deja de ser idioma oficial, una nueva lengua común vehicular, como quiso ser el esperanto, ayudaría en esa labor.
Los ciudadanos, “el pueblo soberano”, como gusta llamarnos un buen amigo, estamos hartos de discusiones que enrarecen el ambiente entre los países. No queremos más bréxit, ni oasis para golpistas, ni frentes populistas nacionalistas… Queremos unos Estados Unidos de Europa más unidos, altruistas, filantrópicos y ensoñadores. Que se dejen llevar de verdad por el lema de la ilustración: libertad, igualdad y fraternidad. Una Unión basada en lo económico, por grande y poderosa que logremos hacerla parecer, no despierta pasiones entre la gente, ese, en los versos de Rubén Darío, “vulgo errante, municipal y espeso”, a veces tan exigente, que aspira a ver crecer en Europa un alma nueva con una ilusión común.
Es un sueño, desde luego, ¿pero qué nos queda sino soñar? El Reino Unido siempre ha sido un freno y quizá el Bréxit fuera una gran oportunidad. Al despertar podríamos mirar orgullosos la bandera de las 12 estrellas blancas sobre un cielo azul sin contaminar, entre acordes de la Oda a la Alegría de Ludwig van Beethoven.
Vamos a ver qué ocurre con el Brexit y luego habrá algo más de claridad. Hasta que eso se decida ls opiniones son inútiles
Yo creo que a los europeos no nos vendría mal ser una nación más fuerte y unida
Los orígenes de Europa están inextricablemente unidos a su condición de cristiana con sus caminos de Jerusalén, Roma, Santiago…La Cristiandad es su causa fundacional. El legado que representa el Evangelio fielmente interpretado por San Benito la conforma, y es lo único que realmente puede conseguir la auténtica unión entre sus países, mucho más allá que las proclamadas libertad, igualdad fraternidad cuyo cumplimiento ha fallado tantas veces como desgraciadamente se ha podido comprobar. Europa es algo especial, es un árbol de hondísimas raíces que son sus tradiciones, sus referentes históricos, SU cultura, impresionante en todas sus facetas, con un pasado ancestral,… Leer más »
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