Nos gustan los números
Galileo Galilei dijo alguna vez: «Las matemáticas son el lenguaje en el que Dios escribió el universo».
Al contemplar algo que nos impresiona por su belleza: un objeto, una flor, un animal, o una persona; la mayoría de los seres humanos solemos coincidir en esa apreciación. Normalmente lo que es hermoso para unos lo suele ser para todos. Esto se debe, a que nuestra evaluación de la hermosura requiere unas determinadas características. La principal regla, que se adapta a la norma para que algo nos produzca la sensación de belleza, tiene que ver con las proporciones y las relaciones matemáticas. La naturaleza lo llevaba escrito con ese lenguaje de Dios del que hablaba Galileo; pues es el modo más elemental de organización y desarrollo. Por ello los seres vivos lo aplican para ser bellos y eficientes.
Ya hace más de seiscientos millones de años, con la llamada explosión cámbrica, vemos aparecer millones de seres pluricelulares cuyo desarrollo se produjo conforme a tres simples teorías matemáticas relacionadas entre sí: la sucesión de Fibonacci -0,1,1,2,3,5,8,13,21,…-, la razón áurea, y un número irracional, llamado número áureo, representado por la letra griega, fi=1,6180…, en honor al escultor Fidias.
¿Cuál es la singularidad de los datos numéricos? Nuestra numeración, la arábiga, se cree que tuvo su origen en la India hace más de veinticinco siglos. Pero desde mucho antes los antiguos egipcios eran capaces de ordenar millones de caracteres. Era un sistema decimal –los dedos de ambas manos- con signos y símbolos para cada uno de los números actuales, excepto el cero, que apareció por primera vez en el siglo IV a. C. en Babilonia. La aritmética elemental o la matemática, proyectada en nuestra vida moderna por y para casi todo, no fueron sin embargo una inquietud que surgiera en los albores de la humanidad, pues los pueblos primitivos apenas tenían esa conciencia numérica. Tal es así, que si preguntáramos a uno de aquellos pastores nómadas del sudoeste de África, cuántas ovejas tenía; si eran más de tres, se llevaría las manos a la cabeza y diría: “Muchísimas”. No es ese el único caso de despreocupación por los números. Para algún pueblo de Indochina, aún hoy, sólo utilizan dos conceptos numéricos: poco o mucho, lo que les pone en manos de fácil engaño por comerciantes sin escrúpulos, cuando realizan cualquier tipo de intercambio.
Bien pues a partir de ahí, los hombres nos hemos basado en el valor de los números como medio de liberación o de opresión. El engaño de los números, arrastra vicios y pasiones en quienes depositan en ellos esperanzas de suerte o temor a desgracias; y también, a veces, son fuente de mitos y creencias absurdas. No se alarmen por lo que digo, pues añadiré a continuación que los números han constituido una gran parte de mi formación académica en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, y yo me siento muy alejado de cualquier rumbo mitológico.
Lo que denominamos suerte es un invento humano que no se corresponde con la realidad. Los números en los que depositamos nuestra esperanza de ganar, al participar en un juego de azar, van a ofrecernos mejor o peor fortuna en función exclusivamente de las causas que los condicionan; y esa causalidad, que no casualidad, será lo que moverá la probabilidad hacia uno u otro lugar de la ruleta o del bombo de la lotería. Porque haber acertado varias veces en una de esas tómbolas, no representa ninguna garantía de que el número elegido, sea el día de nacimiento de la esposa o la edad del hijo, influyeran en el resultado.
Sin embargo, seguimos empeñados en profundizar en el análisis de los números, y nuestros matemáticos ya los han clasificado en: abundantes, deficientes, felices, perfectos, primos, semiperfectos, sociables… Como a mí me llamaba mucho la atención lo de los números felices, hice el cálculo y comprobé que el año en que nació mi nieto mayor, el 2011, lo era, así que, cuando lo supo se puso muy contento; mientras tanto había un gesto de contrariedad en mi otro nieto, nacido tres años más tarde, pues el 2014 no es un número feliz. Para más inri, aunque esto no se lo dije, ese número es uno de los deficientes. ¡Qué cosas! Pero, miren ustedes por donde, mi nieto es eficiente y se siente muy feliz.
En cuanto a los números perfectos, tampoco parece que aventuren nada especial. Los tres primeros: 6, 28 y 496, aplicados a años de nuestra era, apenas marcaron hitos significativos en la historia del mundo, al menos que nosotros conozcamos. El 6 fue un año común que, según el calendario juliano, empezó en viernes. Por destacar algo, diríamos que en esa fecha nació Nerón. En el año 28, que fue bisiesto, falleció San Juan Bautista; y en el 496, también bisiesto, se inició la mítica dinastía de los merovingios con Clodoveo I. No nos debiera agobiar entonces que tengamos que esperar hasta el 8.128 para encontrar el siguiente año que se corresponderá con un número perfecto.
Peor es cuando los números tornan hacia lo que se denomina numerología. Aquí se acabaron los cálculos y comienzan la magia y la especulación. ¡No dejemos que nos asuste la palabra! No se trata más que de buscar relaciones numéricas sobre la influencia entre lo espiritual y lo natural. Básicamente utilizan tradiciones trasmitidas de generación en generación por magos o videntes; y aunque los primeros matemáticos se esforzaron por encontrar relaciones científicas entre los aconteceres físicos y espirituales, hace ya mucho tiempo que se desterró esa disciplina, relegándola a la categoría de superstición.
Quienes utilizan esa técnica, afirman que los Ángeles usan la numerología angelical para enviarnos mensajes. Asombra, por lo menos a mí me asombra mucho, el tono seguro y dogmático que suelen emplear para adivinar con esos números nuestro futuro, los males que nos aquejan, o las soluciones mágicas para curar nuestra enfermedad.
Pero tengo que reconocer que los argumentos en que se basan, utilizan señales que nos hacen pensar. ¿Por qué si te acuestas pensando en despertar a una hora concreta, encuentras que ocurre exactamente así?
En mi caso he vivido además muchos años, con un número en la mente, es con el que nos nombraba cuando tenía diez años, uno de mis profesores; él se dirigía así para llamarnos, en lugar de utilizar nuestro nombre de pila. Era ciertamente curioso comprobar que cuando leía un libro, conducía un coche o me paraba delante de un edificio, siempre ocurría que el número de la página, el del kilómetro de carretera, o el de la calle, se correspondía con mi número mágico. Luego, ocurría lo mismo con otros aconteceres; todo parecía aventurar que, aquel número, tendría una influencia decisiva en mi vida. Pero terminé por olvidarlo y el cúmulo de casualidades no fue suficiente para convencer a un escéptico. Así que, en mi opinión, estos números angélicos, como los denominan los videntes, no son más que un modo de ganarse la vida unos cuantos, a costa de la ignorancia y la superstición de quienes creen en esas adivinaciones.
Un artículo fantástico.
Tiene razón con él vicios de las apuestas. Uno siempre cree que apostando su preferido va a ganar, pero quien gana es el Casino
Juan Mata Hernández: Ruego disculpen un error involuntario. Las fechas de nacimiento de mis nietos son en realidad el 2008 y el 2011, así pues el número feliz es el 2008 y no el 2011 como yo indicaba. Tampoco lo es el 2014.
Pues me gustaría saber si el 1964, que es el mío, es feliz. Alguien me lo puede confirmar
Pues el 1964 no es un número Feliz. Sí que lo es este año, el 2019
Una gozada de artículo. Gracias.