Fray Gabilondo, confesor
Anoche tuve un sueño muy gratificante. En la pantalla, tipo púlpito de potera, aparecía el hermano revestido de roquete, y se tocaba lo que no debía con un bonete. Sobre la baranda en la que apoyaba su figura señera, si bien sobredimensionada, se veía un ferraiolo de mucho estilo. No me pregunten el porqué, les mentiría y no viene al caso. Son cosas de la vida y sus interferencias consabidas que a veces nos desorientan.
Con tanta puntilla y encajes, me daba que era servita, oblato, o simplemente comboniano de infantería (los pisahormigas). Hablaba de los peces de colores con tanto entusiasmo como lo hiciera en su día Rodríguez de la Fuente, si bien no decía nada de cárcavas, de carroñeros, ni de lobos… lo que contribuyó a que le malinterpretase, porque poco a poco bajaba el tono a límites inaudibles y se centraba en los peces rojos…
Decía cosas muy aparentes, exigía concordias, amores y perdones… se deshacía en amores a los prójimos y a las prójimas y en reproches a Vox… Oía algo así como perdón. ¿Pedía perdón? ¿O Paredón? Diría que lo último, pero ya se sabe lo de los audios.
Al fondo a la derecha, donde los váteres de toda la vida –anda que no han tenido tiempo para ponerlos al fondo a la izquierda, que es donde entonan- asomaba la carita del Suárez Illana, el mascarón que viaja debajo del bauprés y de su botalón en la proa del PP. Su boca abierta expresaba admiración ilimitada y se deshacía en rubores y arrobos. ¡Cuánta candidez de un solo trago!
Por el cielo, al atardecer –di blu, di pinto di blu, ah, Modugno, qué tío- volaban las almas de las mártires concepcionistas, beatificadas, sí, las violadas, torturadas y asesinadas cruelmente por sus compañeros y compañeras de él, pero él, el mismo, miraba para otro lado, hacia el progreso que nos procuraron los socialistas, los comunistas, al fin los todos rojos, durante aquellos años de malos voluntos, de malas compañías, que se blanquean al sol, se pretenden blanquear, claro, con silencio, mientras vuelve la burra al trigo, y a profanar sepulturas y a que miremos hacia donde él lo hace con carita de bueno irredento.
¡Menuda ocasión para pedir perdón, hermano, para saldar esa cuenta pendiente que descuadró el orate del Rodríguez Zapatero!