Metamorfosis a la española: La conspiración de las langostas
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
Con este inquietante y desasosegante párrafo principia uno de los libros más famosos del siglo XX, «La metamorfosis», publicada en 1915 por el judío Franz Kafka, donde narra la tremenda historia de George Samsa, un comerciante de telas que mantenía a su familia y que, tras su conversión en un repugnante insecto, es abandonado por aquellos a los que mantenía con su trabajo, que le dejan morir para quitarse el problema de encima.
Grave enfermedad ésta de sufrir una metamorfosis de esta naturaleza, enfermedad que ha sido endémica en nuestra Patria, el país de las metamorfosis, de las katarsis, de los cambios pasmosos de la noche a la mañana, que se acuesta una cosa y se levanta otra, que hacen que no reconozca nuestro país ni Alfonso Guerra ni la madre que nos parió.
En la noche el 26 de julio del año 711, Hispania se acostó visigoda y se levantó musulmana, tras unos días de pesadilla militar a orillas del Guadalete.
Una metamorfosis positiva fue la que protagonizó España en la noche del 1 de mayo de 1808, ya que se acostó convertida en un escarabajo napoleónico, y se levantó castiza y gallarda, peleando contra la gabachería desde el parque de Monteleón hasta las marismas del Guadalquivir.
Pero entre todas nuestras mutaciones históricas ocupa un lugar especial la que sucedió durante la noche del 14 de abril de 1931, cuando España, después de unas elecciones intranquilas, se encontró sobre su historia convertida en una enorme cucaracha: «España se acostó monárquica y se levantó republicana», como dijo el almirante Aznar, transmutado en abejorro parduzco.
Ay de mi España, que el 20 de noviembre de 1975 te acostaste católica y nacional, y te levantaste metamorfoseada en una España transicional, transiciónica, transicionista, en una gigantesca cucaracha democrática y librepensadora, totalmente jacobinizada. Desde esa fecha kafkiana, las metamorfosis se han sucedido a una velocidad epatante, hasta el punto de que somos ya el país más kafkiano del mundo, el paraíso de las cucarachas, que bullen invencibles por las hediondas cloacas de nuestra putredemocracia, infestando con sus correrías no solo las sentinas, las alcantarillas y los pozos negros de nuestro país, sino que incluso hacen sus espectáculos repugnantes en los hemiciclos, en los medios de comunicación, en los salones versallescos donde también cambian de piel las serpientes de la democracia.
España se acostó siendo España el 20 de noviembre de 1975, y se levantó transformada en un enorme escarabajo, que movía patética y ridículamente sus patas asquerosas en un desolador vacío, ante la indiferencia de los españoles, ante la burla de los luciferinos, ante el regocijo de los milicianos redivivos.
Caso pavoroso el de nuestra Patria, que nos nutría y mantenía con su historia, sus tradiciones, sus valores, con la riqueza producida en sus territorios, con su incomparable patrimonio espiritual y moral, transmutada hoy en un horrendo insecto, en una asquerosa langosta, debido al abandono, a la apostasía, a la traición y las incontables felonías de sus hijos.
Metamorfosis de fábula la que tenemos con Felipe, con el que la monarquía española se ha transmutado en un ejemplar que escapa a cualquier clasificación… metamorfosis en la que España se acuesta consagrada al Corazón de Jesús y se levanta consagrada al Señor de las Moscas.
España tuvo a Isabel la Católica, pero a la mañana siguiente nos cayó de un meteorito rojo la Letizia, prodigiosa metamorfosis de lo que antaño fueron reinas católicas.
Y, ¿qué decir de los gloriosos tercios de Flandes, transmutados en cipayos de ONGs otánicas, que van de Mogadiscio a Sarajevo, mientras en nuestros solares las hordas antiespañolas campan a sus anchas?
Es cierto que los tarancones ya habían hecho su trabajo metamórfico antes de 1975, pero el aleteo de los insectos se elevó a clamor estruendoso a partir de ese año, hasta el punto de que la Iglesia española ya es pasto de reputados entomólogos.
Cucaracheo cósmico el de la nefasta noche del 28 de abril pasado, durante cuyo transcurso un país que clamaba por un movimiento identitario que mandara a las cloacas del inframundo a Sánchez y su plaga de langosta se levantó convertido en un repugnante insecto frentepopulista cuya asquerosidad ningún entomólogo ha sido capaz de describir, posiblemente porque no han caído en la cuenta de que los demonios, además de cuernos y garras, también se pueden metamorfosear en insectos de caparazón queratinoso.
Y españoles, españolitos todos, que de ser nacionalcatólicos ahora somos gay-abortistas-refugees-etarras welcome, en prodigiosos cambios que nos han llevado del requeté al bildutarra, de las adoraciones nocturnas a las libaciones after hours, del «¡Santiago y cierra España!» al silencio de los corderos, del vivaspaña a la plurinación de los países pluriespañados, que se debate patas arriba víctima de su enorme caparazón consumista y borreguil.
Ay de mi España, ¡ayayay!, cuyos hijos se acostaron leones un día malhadado y se levantaron corderos, borregos de ojos acuosos listos para el matadero, gorrioncillos pussycats que devoran lindos gatitos.
Plaga bíblica ésta que devasta nuestra Patria, con muchos españoles convertidos en langostas arrasadoras, hasta el punto de que, al igual que existe el «Día de la bestia», y el «Día de la marmota», también es una realidad en nuestros lares el «Día de la langosta», título de una novela publicada en 1939 por otro judío, Nathanael West, ambientada en Hollywood, y cuyo título original ―Los estafados― nos cuadra a la perfección.
La langosta es un paso más allá en la tragedia de ser una cucaracha, ya que encarna la imagen más icónica de la destrucción, de una tierra desnuda de todo lo que sea verde y esté vivo: o sea, España.
¿Cómo se han operado estas aterradoras metamorfosis? Como se dice en la novela de Nathaniel, «Hay pocas cosas más tristes que lo realmente monstruoso», porque cuando ves venir la langosta, arrasando todo a su paso como la marabunta, no puedes hacer nada, y entonces la única solución es convertirte en otra inútil y repugnante langosta.