Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Sabido es que Franco protagonizó uno de los mayores milagros de la historia militar del mundo, pues de prodigioso hay que considerar el pasmoso fenómeno de que un militar mediocre ―como dicen los rojos―, con un ejército en clara inferioridad de condiciones, ganara la Guerra Civil, no perdiendo nunca una batalla, ni en Marruecos, ni en la contienda española, hasta el punto de que la única capital de provincia tomada por los frentepopulistas fue Teruel, y les duró un mes escaso.

Sin embargo, el general victorioso en tantas batallas sí ha perdido una, un combate que amenaza gravemente todo el conjunto de sus empresas victoriosas, una refriega que por su importancia capital tiene un poder lo suficientemente mortífero como para dar al traste con su gigantesco triunfo en los campos de batalla: me refiero a la batalla de las ideas, de la comunicación, de la propaganda, que ha perdido hasta el punto de que esta derrota ha provocado el enorme movimiento tectónico que ha levantado desde el inframundo el enorme Himalaya de mentiras con el que la ideología rojiluciferina quiere desvirtuar su memoria y su legado.

Habrá quien diga que Franco no tiene la culpa de que la España posterior a él haya sido conquistada y lobotomizada por maléficas castas de políticos y pseudointelectuales rebozados en mentiras y engaños sobre nuestro pasado, pero esto no es del todo verdad, porque, además de que el Movimiento Nacional nunca elaboró una ideología sólida con sus principios, Franco no se dio cuenta de que, mientras ese vacío ahuecaba su Régimen, la ideología marxista se apoderaba sibilinamente de la cultura y de las Universidades bajo su mismo mandato, hasta el punto de que las algaradas de la Universidad Complutense del año 1956 pueden considerarse el principio del fin, el principio de la alevosa memoria histórica. Tan es así, que al año de su fallecimiento la casta de los progres puso el grito en el cielo ante la alabanza que Solzhenitsyn hizo en la Televisión de la España de Franco.

Esta «Batalla del Himalaya» ha tenido como arma estratégica la manipulación del lenguaje, arrojando como bombas de racimo una serie de vocablos sobre Franco, una sarta de calificativos que, tras repetirlos durante más de cuarenta años, han pasado a ser epítetos del Caudillo.

Junto a fascista, otro vocablo que repite el rojiprogrerío para referirse a Franco es el de genocida, otra de esas palabrejas caídas del Himalaya como una gigantesca bola de nieve. Es meridianamente claro que esta patulea comunista de hoz y Martini sabe de sobra que el genocidio de nuestra guerra civil lo produjeron ellos, pues es algo que se sabe hasta en Honolulú, que conocen hasta los bosquimanos, pero estos tipejos procreados en las covachas y madrigueras de la dictacracia son así, pura mentira, engañifa a espuertas, y los que se creen de verdad que la España de Franco fue genocida es que son megaignorantes, botarates de chupachups salidos de algún Tavistock de esos.

Y aquí tenemos el «Everest» de este «Himalaya», que viene a afirmar que la España de Franco fue un apocalipsis de horror, de torturas, de masacres sin cuento… un gigantesco holocausto, donde un crudelísimo dictador llenó las cunetas de media España de cientos de miles de víctimas, cunetas cuyo número solo es superado por el horror de los jemeres rojos de Camboya.

Sobre esta mentira que figura en el Everest del Himalaya de las engañifas, ya he escrito largo y tendido ―especialmente en mi libro EL HIMALAYA DE MENTIRAS DE LA MEMORIA HISTÓRICA―, pero, bajando nuevamente al barro, los historiadores que se han molestado en desarrollar la ardua labor de contar actas y registros en los archivos de España, dan una cifra que en ningún caso supera las 23.000 víctimas, muy lejos de los rojiprogres que las cuentas por centenares de miles, llegando a redondear hasta el medio millón, sin aportar datos ni documentos rigurosos, sin haber escudriñado en archivos. Hasta leí a alguna bruja miliciana que ¡Franco mató a un millón de españoles!

23.000 pueden parecer muchas, pero no dejan de ser pecata minuta al lado de los 10.000 católicos torturados y masacrados solamente por su fe, de los 8.500 fusilados en Paracuellos, de los 16.000 asesinados en las checas de Madrid ―según afirma César Vidal―, de los 8.000 que se ventiló el genocida masón Companys en Cataluña. Sumen ustedes, y ahí les saldrán más víctimas que las franquistas. Es lo de siempre: los rojos quieren tapar su horrendo genocidio acusando a Franco de genocida.

Los investigadores más serios, los que han hecho trabajos de campo, coinciden en afirmar que las víctimas del Terror Rojo fueron cerca de 80.000, mientras que las franquistas no llegaron a las 60.000.

Si se tiene en cuenta que la víctimas franquistas se produjeron en un tiempo mucho mayor, y en mayor territorio, se tiene otra dimensión del horror frentepopulista. Y si a todo esto le añadimos que, mientras que las víctimas rojas fueron juzgadas por delitos de sangre la mayoría, y que, por el contrario, el Terror Rojo se cebó con inocentes, a los que nunca juzgaba, pues la dimensión del horror frentepopulista entra en la categoría de puro y duro genocidio.

Pero, aparte de los datos numéricos, hay un hecho que demuestra a las claras que no hubo tal genocidio franquista: la enorme cantidad de rojos que hoy pululan por doquier en nuestra Patria, fenómeno ante el que no hay más remedio que preguntarse cómo es que hay tantos, si se supone que el furor franquista nacionalcatólico se los había cargado por centenares de miles: ahí los tenemos, tan cojoneros y tocapelotas como siempre, hinchados de odios atávicos, con los ojos inyectados en sangre, con la antorcha llameante con las que nos quieren quemar, enarbolando sus «¡No pasarán!», amenazando a los patriotas, a los franquistas, a los derechosos… Y es que, como decía aquel, «La vida sigue iguaaaal».

Ya no se lleva lo del miliciano sudoroso a lo Almudena Grandes, enfundado en su mono sindical, fusil en mano… pero ahí los tenemos, redivivos en tiorras perturbadas, en brujeriles femens , en comunatas enfundados en sus uniformes de guayabera y oro, con sus barbitas a lo Komplutense, o presumiendo de corbatas ―rojas, por supuesto―, enseñando dietes lobunos, con sus grotescos puños-en-alto, ahítos de sangre católica, con la color perdida por su afán de desenterrar cadáveres, de alancear las momias de los que les vencieron.

Ahí están, contoneándose en los periódicos, en las televisiones, en las tertulias, en las redes sociales, en los hemiciclos… Y vuelvo a preguntar: ¿Pero es que Franco no se los había cargado a todos, dadas las estratosféricas cifras de víctimas que escupen? Entonces, ¿cómo quedaron tantos? Chi lo sa. ¿Cómo fue posible que, excepto un penoso maquis organizado desde Francia que fracasó porque nadie le prestó apoyo dentro de España, nadie se levantara contra un genocidio tan atroz? ¿Por qué el pueblo español estuvo con Franco abrumadoramente? ¿Por qué ningún país democrático nos invadió para acabar con tanta supuesta violación de los derechos humanos?

Para más INRI, incluso una parte no desdeñable de los rojiprogres de hoy vienen de familias de abolengo franquista, con lo cual se puede afirmar que no solamente Franco no los exterminó, sino que ahora hay más que antes.

Desde luego, no me voy a creer el resultado de las elecciones puchereadas, pero al menos hay casi media España que vota a la izquierda, más o menos el mismo porcentaje de población que apoyaba al Frente Popular sanguinolento del 36. Es decir, que estamos igual… es decir, que de genocidio nada de nada: si lo hubiera habido, los rojos estarían hoy recluidos en reservas estilo comanche, cuando los que estamos en reservas ideológicas somos los patriotas.

Y es que la cantidad de indultos que promulgó Franco no ha tenido parangón en la historia, hasta el punto de que, frente al Himalaya de mentiras, puede hablarse de un «Himalaya de indultos»:

Los indultos concedidos por Franco fueron los siguientes:

– 1 de abril de 1941: para conmemorar la fecha del final de la guerra, se puso en libertad a 40.000 presos, que cumplían penas de hasta doce años.

-16 de octubre de 1941: se amplió el indulto a los sentenciados hasta catorce años, medida de la que se beneficiaron otros 20.000 reclusos.

– 30 de marzo de 1943: se concedió el indulto a los condenados hasta veinte años, por lo que pudieron salir de las cárceles 48.705 personas.

– 9 de octubre de 1945: se indultó a los condenados por rebelión militar que no hubieran cometido hechos repulsivos para toda conciencia honrada de cualquier ideología.

– 17 de julio de 1947: con motivo de la ratificación de la Ley de Sucesión.

– 9 de diciembre de 1949: con motivo del Año Santo.

– 1 de mayo de 1952: por el Congreso Eucarístico de Barcelona.

– 26 de julio de 1954: por el Año Mariano y Jubileo Jacobeo.

– 31 de octubre de 1958: coincidiendo con la coronación papal de Su Santidad Juan XXIII.

-11 de octubre de 1961: en el vigésimo quinto aniversario de la exaltación de Franco a la jefatura del Estado.

– 24 de junio de 1963: coincidiendo con la coronación papal de Pablo VI.

– 1 de abril de 1964: por el vigésimo quinto aniversario de la paz, se mandó borrar de los registros los antecedentes correspondientes a los delitos indultados.

– 22 de julio de 1968: con motivo del Año Santo Compostelano.

– 10 de noviembre de 1966: se aplicó el indulto a las responsabilidades políticas de cualquier clase.

– 31 de marzo de 1969: se declaran prescritos todos los delitos cometidos con anterioridad al término de la Guerra Civil.

-1 de octubre de 1971: En el trigésimo quinto aniversario de la exaltación de Franco a la Jefatura del Estado.

– 26 de noviembre de 1973: Con motivo de la proclamación de don Juan Carlos de Borbón como Rey de España. (Quedaban exceptuadas de él las penas por delitos de terrorismo y determinados delitos monetarios).

Con esta documentación, queda claro que Franco también ganaría su última batalla, la única que le queda por ganar, después de la del Ebro: la del Himalaya de las mentiras. Guerreros no faltan, pero las batallas de hoy tienen como campo de desarrollo los medios de comunicación, y ya sabemos qué bandera se jura en ellos, y quién es el Señor que está detrás de ellos.

Si quieren saber lo que fue un «Himalaya de genocidios», pasen y vean mi siguiente artículo, sobre el mayor genocida de la historia ―después de Mao―: con todos ustedes, Lenin, el demente exterminador.