La tumba de Franco
Jorge Fernández Díaz.- Nunca pensé cuando comenzaba mi actividad política como Gobernador civil de Asturias, con Suárez de Presidente, que casi 40 años después tendría que escribir sobre Franco. Como ya se ha dicho tanto acerca de que «la memoria selectiva, histórica, y democrática» le ha resucitado del imaginario colectivo, no voy a insistir sobre ello.
Tampoco comentaré que se le está aplicando la damnatio memorariae, tan conocida en el Imperio Romano. Para mí la cuestión es más grave, pues está en juego la libertad en sus diversas expresiones: de opinión, cátedra, propiedad, religiosa…
Con su tumba removida de la Basílica de la Sta. Cruz del Valle de los Caídos, ya nada se opone a la «resignificación» de esta como museo–memorial de los «horrores del franquismo», que es el propósito último de tanta obcecación por la exhumación. Después, será inevitable la salida de allí de la comunidad benedictina, quedando tan solo la Cruz, que bien podría dinamitarse como ya hicieran con el Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles. Sin requerir —tan siquiera— de la aquiescencia del Prior de la Abadía, que puede subsanar la Santa Sede.
De ocurrir esto, estaríamos ante una jugada magistral de sucesores de políticos causantes de nuestra Guerra Civil, que posibilitaría la desacralización de una Basílica pontificia donde yacen miles de muertos de los dos bandos, en el episodio de nuestra Historia que relata la mayor persecución religiosa contra la Iglesia en sus 2000 años de vida.