¿Todos los votantes son iguales?
Juan Manuel Aragüés.- Existe una expresión muy extendida en el acervo político popular hispano: “Todos los políticos son iguales”. Nuestra habitual contundencia suele cerrar con esta afirmación cualquier discusión sobre política. No merece perder el tiempo con ella pues, al fin y a la postre, todos los políticos van a lo mismo y da igual uno que otro.
Ciertamente, el análisis de la política en nuestra sociedad –también en las sociedades de nuestro entorno inmediato– justifica un menosprecio de los comportamientos de una amplia mayoría de nuestros representantes. Revisar el mapa de la corrupción en España pone los pelos de punta. Por ceñirnos al momento actual, a las causas que ahora son noticia, desde los escándalos de las Baleares del exministro de Aznar Jaume Matas, el de las escobillas de váter de 300 euros, pasando por los trajes de Camps, las múltiples obscenidades del castellonés Fabra, los escándalos de PSOE en Andalucía, o los molinos de La Muela, la corrupción se ha convertido en algo inherente a nuestra política, en algunas de sus formaciones. No en vano corre una iniciativa en la red para impedir que los partidos presenten en sus listas a personas imputadas, de las que, al parecer, hay decenas en las filas de los partidos mayoritarios.
Si a la corrupción unimos el sistemático incumplimiento de los programas electorales, la sensación de hastío se incrementa. Zapatero tiene el inmenso cuajo de decir que no ha erosionado el sistema de prestaciones sociales de nuestro país, y repite en campaña eso de “que viene la derecha”, que ve estupefacta que, cuando llegue al poder, el PSOE ya no le habrá dejado trabajo para hacer. Todo lo habrán hecho, por el bienestar de los trabajadores, sin duda, los chicos y chicas de Ferraz, en primer tiempo de saludo ante el FMI de otro socialista –en apuros– Strauss-Kahn. Pero no nos engañemos, PP y PSOE comparten receta –sumisión a los mercados– para encarar la crisis.
Y no cabe duda de que el gobierno lo ha hecho mal, sobre todo si se le mide con la propia vara que Zapatero estableció al inicio de su presidencia. El alejamiento de las políticas sociales es un hecho. Pero el PP, además de representar más de lo mismo en lo social, aparece en estas elecciones como la oposición más desleal, con el tema del terrorismo, torticera e impresentable de la historia de la democracia. Escuchar a diario a sus portavoces nos instala en el apocalipsis cotidiano, con una actitud que en nada beneficia al país y que, además, provoca vergüenza ajena. El “váyase señor González” de Aznar es una verdadera fórmula de cortesía al lado de los exabruptos y barbaridades de gente como Cospedal, Sáenz de Santamaría o Montoro.
Efectivamente, la política española, como escribí en otro artículo en estas mismas páginas, provoca hastío. Pero ¡hete aquí la sorpresa! Ese hastío, cuya expresión más acabada es la frase con la que comenzaba mi reflexión, “todos los políticos son iguales”, se manifiesta en un resultado electoral casi milimétrico de elecciones anteriores. En este país, desde la desaparición de la UCD, se ha convertido en una tradición que PP y PSOE se repartan ente el 70 y el 80% de los votos. La única diferencia será quién quede por delante, pero los porcentajes, entre el treinta y muchos y el cuarenta y poco, serán los de siempre. Incluso en lugares donde presuntos corruptos se presentan a las elecciones, éstos cuentan con un amplísimo respaldo popular.
¿Entonces? ¿No estamos tan cabreados con los políticos? ¿Cómo es posible que quien piense de ese modo luego vuelva a otorgar la confianza a los mismos que se la han defraudado en numerosas ocasiones? Porque te pueden tomar el pelo una vez, pero una tras otra, ya no es tomadura de pelo, es connivencia.
Todos los políticos no son iguales. No es cierto. Lo que se puede decir es que PP y PSOE, y PAR en Aragón, han demostrado constantemente que representan a esa política que provoca hastío, malagana, a esa ciénaga que todo lo enfanga. Pero hay otras opciones que muestran, en su trabajo cotidiano, honradez, compromiso. En Aragón, Chunta e Izquierda Unida, Izquierda Unida y Chunta, representan ese perfil. Y si esas opciones no gustan, por la razón que sea, queda el voto en blanco, o la abstención. Pero el voto a las opciones sistémicas es un voto de complicidad con la profunda erosión de la democracia que estas fuerzas políticas están produciendo.
Que no nos digan que todos los políticos son iguales. No es así. Y que no nos lo digan aquellos que, cuando su alcalde o sus concejales son detenidos por presunta corrupción, salen a la calle a jalearles y les vuelven a votar en las siguientes elecciones. Aquellos que cuando sus representantes han traicionado hasta la última letra de su programa electoral, continúan apoyándoles con entusiasmo y banderas. Ese es el cáncer de la democracia: no la corrupción de ciertos partidos, que podrían ser arrasados en los siguientes comicios, sino el apoyo de una ciudadanía, que, con sus votos, legitima la corrupción, la mala gestión, el desprecio a la democracia. Si más del 80% del electorado se sigue decantando por estas opciones, ¿no deberemos preguntarnos si todos –casi todos– los votantes son iguales? La indignación que algunos reclaman ante la respuesta a una crisis en la que coinciden PP-PSOE-PAR pasa, entre otras cosas, por la urnas.
*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza