Santiago Abascal, en una imagen de archivo

AR.- Días después de que Ortega Smith acusara a PP y Ciudadanos de “derechita cobarde” para no ser acusados de ultras, el presidente de Vox, Santiago Abascal, dijo sentir “una profunda repugnancia ver a cinco energúmenos golpeando a una persona en el suelo”. Se refería a los unionistas que respondieron a la violencia durante días de los CDR agrediendo a uno de sus miembros. No justificamos la acción, pero tampoco utilizaremos la misma doble vara de medir de la mafia mediática al sobredimensionar este tipo de agresiones dependiendo de la adscripción ideológica de los agresores. Las palabras de Abascal estaban más en la línea de lo que Ortega Smith reprochaba a los populares; es decir, evitar que a los de Vox les llamaran fachas. O ver la paja en el ojo ajeno…

Repugnancia es la sensación física de desagrado que produce el olor, sabor o visión de algo y que puede llegar a provocar vómito. Ateniéndonos a esa definición, lo que a nosotros nos provoca repugnancia es el oportunismo de un político que, en muy pocos años, habrá atesorado un patrimonio millonario sin que nos conste otra actividad laboral que vivir de la política y sus chiringuitos.

Nos provoca repugnancia que Vox apele al estado de excepción en Cataluña, cuando debería haber exigido explicaciones en el Congreso a los servicios de información del Estado por su manifiesta incompetencia al no prever los acontecimientos violentos que están teniendo lugar en las cuatro provincias catalanas. El problema de Cataluña no es solo un problema de orden público. El problema de Cataluña son los dossieres con los que Jordi Pujol lleva años chantajeando al Estado. ¿Por qué no reclama Vox que conozcamos el contenido de esos informes? Pues porque comprometerían sobre todo a la institución a la que Vox se siente tan unido y que es la causante de muchos de nuestros actuales dramas.

Nos provoca repugnancia que Vox pretenda sacar provecho electoral de la exhumación de Franco cuando la dirección nacional ha ordenado a sus dirigentes locales que no se pronuncien ni a favor ni en contra.

Nos provoca repugnancia que Vox extreme su discurso en periodos electorales para luego suavizar ese discurso y terminar concediendo al PP los gobiernos regionales de Madrid, Andalucía y Murcia.

Mos provoca repugnancia que Vox abogue por poner orden en Cataluña cuando es incapaz de hacer lo propio con su propia gente en Málaga, Jaén, Almería, Murcia, Alicante, Valencia, Zamora, León, Toledo, Albacete, Cáceres, La Coruña, Barcelona…

Nos provoca repugnancia que Vox forzara la renuncia de Fernando Paz como candidato al Congreso por Albacete, por sostener en uno de sus libros que, en los juicios de Nuremberg, constituidos para enjuiciar los abusos de la contienda mundial, sólo se juzgara a los alemanes.

Nos provoca repugnancia que hayan todavía patriotas que colaboren en la estrategia globalista de controlar la disidencia a través de un partido como Vox.

Nos provoca repugnancia el concepto tan etéreo del patriotismo que tiene Vox. O que los que a sí mismo se hacen llamar patriotas no defiendan la soberanía económica de España como nuestro principal activo nacional. Que mientras proclaman que Cataluña es España, no parezca importarles mucho que empresas españolas como Seat, Iberia, Agbar, Endesa, Tabacalera (Altadis), Cepsa, Santa Barbara, Gamesa, Quirón, Abertis y Medgaz, entre otras muchas, hayan dejado de serlo para acabar siendo empresas pertenecientes a Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Estados Unidos, Abu Dabhi y Argelia.

Nos provoca repugnancia que Vox haya dado la espalda a tantos miles de afiliados o que en muchas provincias haya dejado el control del partido en manos de auténticos trepas y oportunistas, sin más norte ideológico que un cargo remunerado.

Y sobre todo, nos provocan arcadas los lectores que aún nos reprochan que no le hagamos el juego a un partido que se declara constitucionalista y monárquico al mismo tiempo, que pacta con el PP de Aguirre en Madrid, que aboga en redes sociales por cosas que luego no impone a Juanma Moreno en Andalucía, que distingue entre inmigrantes buenos y malos dependiendo de su origen, que rechaza sentarse con Salvini en Bruselas para luego acudir a Roma a hacerse una foto con él, que tiene al moroso Julio Ariza como uno de sus principales factótum o que prohíbe manifestaciones favorables a Franco.

Mientras los autoproclamados patriotas ignoren que una España fuertemente identitaria es incompatible con las directrices hebraicas de los patrocinadores del invento, entonces es que no nos merecemos otra cosa mejor que Vox. Y eso también nos provoca mucha repugnancia.