El coronel Baños representa el ideal del militar de nuestro tiempo. Del valor del susodicho, sin embargo su pinta de mierdecilla, como en la antigua mili, debemos suponérselo, lo que es mucho suponer. Tanto que no daríamos un céntimo por él si tuviera que vérselas cuerpo a cuerpo con un soldado raso marroquí. Al coronel Baños lo que le gusta es salir en la tele y hablar mucho de esto y de aquello, siendo que esto y aquello pocas veces tienen que ver con las cosas de nuestra patria que deberían quitar el sueño a un coronel de lo que queda de nuestro Ejército.

Baños proyecta la imagen de un intelectual progre, que habla de la defensa de Europa con la autoridad de quien aparenta conoce todos los entresijos de la geopolítica internacional, pero que luego no tiene arrestos para denunciar la vulnerabilidad de las fronteras españolas. ¡Otro sinvergüenza y cobarde! Debe estar haciendo méritos para ganarse algún carguillo en el próximo gobierno del Frente Popular.

Recientemente, Pedro Baños dedicó su espacio televisivo en Cuatro al asunto de la inmigración y a  cómo revertir la falta de natalidad que registra nuestro país. Hubo coincidencia entre los intervinientes: la inmigración es algo natural que no requiere de soluciones. Pues qué bien.

La guinda al pastel la puso una tal Samanta Villar, quien defendió un futuro mestizo y producto de todas las mezclas. “Que nuestras hijas y los hijos de ellos vayan a las mismas fiestas, que se hagan parejas y que tengan hijos juntos”, dijo la elementa ante el gesto arrobado del coronel y la desvergonzada complacencia de Guillermo Rocafort, otro que tal.

Salvo escasísinas excepciones, por desgracia, lo que prevalece en España son funcionarios con uniforme. Lo más indecoroso que nos caía esperar del Ejército español (es un decir) es que ponga sus medios y sus efectivos al servicio de la estrategia globalista de Soros y de los intereses de las mafias que trafican con seres humanos. Mi amigo el teniente coronel Area Sacristán ha demostrado él solo más dignidad que todos los mandos castrenses.

Sentimos vergüenza de nuestros mandos militares. Sobre todo los que sentimos aún devoción y reconocimiento por aquellos soldados españoles que durante siglos y siglos fueron los reyes de las batallas y asombraron al mundo con su valor hasta el sacrificio, con su estoicismo ante las adversidades, con su alegría en los momentos más difíciles. Nos abochorna que estos funcionarios vistan el mismo uniforme de aquellos soldados que hicieron capitular al holandés en Breda, que lucharon contra lo imposible en Cuba y Filipinas, los que murieron en la interminable guerra de Marruecos, los que defendieron hasta la muerte el castillo de Simancas, los que resistieron en el Alcázar de Toledo, los que llenaron de valor y coraje la gelidez de la estepa rusa…

Los políticos de la democracia han logrado, sin embargo, que el estamento castrense español sea una más de esas instituciones florales e ineficaces que vegetan a la sombra de esta umbría corruptocracia. Pedro Baños es el mejor ejemplo.