Las anunciadas lluvias de azufre
Del gobierno que sea capaz de pergeñar Sánchez ya habrá momento de teorizar. De momento sabemos que ha querido descafeinar a Iglesias haciendo cuarta vicepresidenta a una responsable política como Teresa Ribera, la simple que propone como avance ecológico prohibir la caza y los toros. Ahí tienes, Pablo, el primero de los cariños que te esperan de ese al que tantas veces has abrazado en las últimas semanas. Muchas lágrimas el día de la investidura y, me imagino, algún que otro venablo ayer, pero la política del mayor embustero de la historia política de España es así: hoy te vilipendio, mañana te necesito y te alabo, al día siguiente te ignoro. Y esto solo ha hecho que empezar: vete preparando para vivir en tu castillo de azúcar y para salir en la foto en contadas ocasiones.
No obstante, la prudencia invita a que esperemos al BOE. Los vaivenes declarativos son una cosa y los decretos son otra. Sánchez ha pasado de decir que Torra es Le Pen a reunirse con él en Pedralbes, de ahí a no cogerle el teléfono cuando aún no tenía cargos en su contra y, finalmente, a mantener una conversación «llena de cordialidad» una vez ha sido inhabilitado, ayer mismo. Quiero decir que todo es muy volátil, muy líquido, muy cambiante, y más estando de por medio un sujeto sin escrúpulos como Míster Tetuán, capaz de replantear todo lo prometido una vez metido lo metido, sin descomponer su mandíbula de acero, falsa como un duro de madera.
Pero con todo, conviene no jugar a los apocalipsis preventivos. Todos los días no se puede anunciar el apocalipsis y el fin de las cosas sin que el diluvio haya llegado todavía. Se puede sospechar de los programas políticos y de los anuncios programáticos, de las intenciones anunciadas en declaraciones tan campanudas como falsas, teatreras y afectadas, pero cuando hay que elevar la voz es cuando eso llega al Boletín. El día que este Gobierno apalee fiscalmente a unos y otros, ahogue a las empresas mediante normas estrangulantes y se dedique a la ingeniería social de carácter sectario, entonces será el momento de poner el grito en el cielo. Las expectativas no son precisamente halagüeñas, pero no pocos casos ha habido en los que la realidad ha doblado el pulso incluso a los más hiperventilados. Acuérdense del Mitterrand de su primer año de gobierno en el 81, en el que nacionalizó la banca y los principales grupos industriales franceses, acuchilló a impuestos a las mayores rentas y decretó semanas de 55 horas laborales y jubilaciones a los 60 años. El invento, después de la inflación, la fuga de capitales, la devaluación del franco y el aumento del paro -no necesariamente por este orden-, concluyó a los dos años con la contrarreforma de todas las medidas de la que se encargó Fabius. Y con la posterior victoria de Chirac en las legislativas, por supuesto. O no vayamos tan lejos: hoy aquel vociferante extremista griego llamado Tsipras -¡«Aguanta, Alexis, que ya vamos!»- es un moderado socialdemócrata devoto seguidor de las normas bruselinas.
Quiero decir que esto, tal y como rezan los clásicos, es como acaba y no como empieza. Sánchez, un curioso caso de muñeco de goma elástica, se adaptará a los escenarios que le convengan y engañará a todos los que pueda, y si lo que le conviene es mantener la reforma laboral de Rajoy, las mantendrá pese a todo lo que haya anunciado o negociado con ese socio suyo al que le acaba de colar una vicepresidenta por la gatera.
El mundo está lleno de hombres y mujeres del tiempo político que han anunciado lluvias de azufre que al final no han llegado. Conviene tener a mano el paraguas pero no desplegarlo hasta la primeras gotas.