La opinión de un «hombre de derechas, católico y heterosexual» sobre los Goya
Javier Vigil de Quiñones Parra.- Me gusta el cine, me encanta, de hecho, no recuerdo haber visto una película que no haya podido acabar, porque todas, por fútiles que puedan parecer, siempre dejan un poso en el corazón, un consejo, advertencia, recuerdo o reflexión.
Sin embargo, además de cinéfilo, soy un hombre de derechas, católico, heterosexual, clásico –según dice mi novia– y ferviente seguidor del Real Madrid, ya puestos a decir verdades. Y pese a todos estos atributos, no soy de esos «algunos que creen que el cine no es cultura», ni defiendo el fascismo, ni persigo a los gays con un palo, ni creo que «el paleolítico es el futuro», ni niego el derecho a dar digna sepultura a cuantos tengan muertos en cunetas, ni creo que Mariano sea peor o mejor nombre que Pedro o Pablo y, pese a todo, no puedo sino sentirme señalado como votante no afín por estas y otras muchas alusiones y chanzas, indubitadamente políticas, que se profieren, cada año, desde el plató de la gala de los Goya.
Los premiados, casi como obligado guiño al gremio que no les haga parecer sospechosos. Los organizadores, estos más culpables porque lo rumian y preparan durante meses, como acicate y lisonja a la mano que les da de comer.
Me gusta el cine, de hecho, me encanta, pero no recuerdo una gala de los Goya sin propaganda, porque, por festiva que parezca, y aunque así se merezca, siempre deja mucho sermón, mucho puño en alto y mano en el corazón, que enardece a la camaradería y anima a la afición, pero que al «resto» solo nos deja un poso de tristeza y exclusión.