¿Un gobierno o un sainete?
El récord al que está a punto de llegar Sánchez, o que ya habría rebasado según otras cuentas, es el de haber confeccionado un gobierno y acumular, al cabo de un par de semanas, un número inalcanzable de sobresaltos. No hay día sin su afán, sin su contradicción, sin su embuste, sin su rebelión sectorial, sin su zona de incendio provocado. Es difícil que un gobierno europeo cumpla apenas un par de Consejos de Ministros y tenga fuegos repartidos por doquier: un ministro pillado in fraganti compartiendo enredo con una dirigente prohibida en Europa (me da a mi la impresión de que Ábalos es el pagano de un sainete que ni le iba ni le venía), un código penal a punto de ser revisado para excarcelar a un delincuente, una ministra metomentodo que logra la dimisión de un gestor del cariz de Jordi Sevilla, otra que asegura que los niños no son de sus padres, otra que pasa de ser una sectaria ministra de Justicia, directamente, a ser fiscal general del Estado, un sector como el agrícola levantado contra su delicada situación y apaleado con mucha más saña que cualquier manifestante catalán en días de agitación… y una relación inexplicable, en función de sus pervertidos acuerdos de gobierno, con los gobernantes independentistas catalanes. Me dejo cosas, pero es que se me acaba el artículo antes de que entre en el meollo. Vamos con el asunto.
Explicar lo que ocurre en Cataluña resulta casi imposible. Una clase política inexplicablemente aupada al rango de representantes de la ciudadanía de una comunidad que en su día demostró tener algo más que dos dedos de frente, es incapaz de decidir qué es lo que quiere y cómo quiere lograrlo. Nadie sabe cuál es el plan ni cuál es aparentemente la ruta de unos individuos que solo se muestran duchos en el postureo de aparentar que un proceso como el extinguido sigue vivo. Entre ellos se aborrecen, pero disimulan estar juntos para no perecer en el más absurdo de los ridículos. Y con esa gentuza tan inútil como tóxica es con la que Sánchez ha planeado una ruta de acuerdos que llevan a no se sabe dónde. Con gente que se desprecia y traiciona o que resulta capaz de desafiar un Estado al que, por unos pactos bastardos, el Gobierno de la Nación está dispuesto a desarmar en su «desjudicialización».
Torra, el inexplicable presidente de la Generalitat, anunció anteayer que iba a convocar elecciones en cualquier momento, después de que se aprobaran unos presupuestos que, en cualquier caso, no sabría quién iba a aplicar. Como las asambleas de facultad: votar para ver si se votaba. La maniobra destinada a ganar tiempo ha servido a los socialistas para renunciar a mantener la estupefaciente mesa de diálogo que el Gobierno español estaba dispuesto a convocar para dialogar con el Gobierno catalán de tú a tú. La ERC del convicto Junqueras, socio de legislatura de Sánchez e Iglesias, los gemelos del insomnio, se encuentra ahora en la tesitura endemoniada en la que le coloca Torra: si aprueba los presupuestos de Sánchez en plena precampaña catalana será inmediatamente señalada como botiflera y traidora, pavorosa acusación en la absurda Cataluña de hogaño.
Tras la voladura controlada de la legislatura catalana, el Gobierno español se enfrenta a otro incendio, por si no tuviera poco con los que su propia estulticia ha ido abriendo: los junqueristas están que trinan por lo que consideran una afrenta inasumible y amenazan con todo tipo de tormentas. Que probablemente no lleven a nada, añado. Nadie se engañe: la tensiones se evidenciaran en declaraciones altisonantes, pero ERC y el Gobierno de Sánchez se necesitan el uno al otro. ¿Dónde van a encontrar los de Esquerra otro mirlo como quien encabeza este gobierno en permanente sobresalto? Queda espectáculo para rato.
Un “entremés”, y va que chuta.