¿Qué coño es eso de la escritura?
Manuel I. Cabezas González*. La lectura y la escritura. Después de haber respondido a la pregunta “¿Qué coño es eso de la lectura?”, hoy vamos a responder a una pregunta complementaria: “¿Qué coño es eso de la escritura?”. Entre estas dos actividades existe una interacción dialéctica muy estrecha, como lo aseveramos los didáctólogos y ratifican los profesionales de la escritura.
En efecto, para los didactólogos, la lectura y la escritura pueden ser consideradas la misma cosa o dos aspectos de la misma cosa. No se puede concebir la una sin la otra. Así, es imposible imaginar a un escritor que no haya sido y sea un “gourmand” y un “gourmet” de la lectura. Además, la lectura es el único procedimiento para llegar al lugar donde un aprendiz de escritor puede encontrar reunidos todos los conocimientos necesarios para poder redactar textos. Por eso, la lectura es la única forma eficaz de aprender a escribir. Quintiliano, en “De Institutione oratorie”, ya afirmaba que, para llegar a ser un buen escribidor, era necesario leer mucho. Finalmente, esta relación dialéctica y coadyuvante entre lectura y escritura quedó recogida en el aforismo latino, que reza así: “qui escribit bis legit” (quien escribe lee dos veces, lee mejor).
Por su lado, los profesionales de la escritura (i.e. aquellos escribidores que viven de la pluma) son unánimes y tienen la misma opinión: “La única forma de aprender a escribir es leer” (Esther Tusquets); “Los mejores maestros se encuentran, sin ninguna duda, en la estantería. No se puede aprender a escribir si no se lee” (Elvira Lindo)”; “Forzado a dar consejo a quien quiere escribir, sugiero seis cosas: 1. Leer. 2. Leer. 2. Leer. 3. Leer. 4. Leer. 5. Leer. 6. Leer” (Alberto Mangel); “El trabajo, la dedicación y las lecturas son el camino más directo para tener éxito en la escritura” (Pérez-Reverte). Ellos, los escribidores, lo tuvieron y lo tienen claro.
Por lo que respecta a la escritura, como he constatado y constato cada vez con más frecuencia en mi actividad docente en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), los bachilleres que llegan a la misma tampoco poseen una competencia escritural adecuada. Ésta, como la competencia lectora, tiene también más lagunas o agujeros que un queso gruyer. Por eso, vamos a bordar tres cuestiones en relación con ella: ¿En qué consiste la competencia escritural? ¿Qué hay que hacer para redactar un texto? Y ¿cómo se puede adquirir dicha competencia?
Competencia escritural. Podemos describir la competencia escritural o textual como la capacidad que permite al ser humano actuar lingüísticamente, en situaciones de comunicación que exigen el uso de la lengua escrita para redactar textos. Ahora bien, como en el caso de la lectura, producir textos es una actividad compleja y, por lo tanto, difícil. De ahí que la Comisión Europea y los Gobiernos de Francia y Quebec hayan preparado documentos para subsanar las lagunas en la competencia textual de los funcionarios de todos los niveles de las Administraciones.
Y si nos remontamos al pasado, podemos citar también a Aristóteles, que redactó su Retórica (arte de hablar de forma elegante y con corrección) para explicar precisamente cómo había que proceder para preparar tres tipos de textos (políticos, jurídicos y epidícticos), que debían ser verbalizados en tres situaciones concretas de comunicación oral (el ágora, ante los tribunales de justicia y en las festividades oficiales). Además, desde Aristóteles y a lo largo de la historia (excepto durante el Romanticismo y en la actualidad), la enseñanza de la retórica fue siempre una de las enseñanzas fundamentales y obligatorias.
Metodología o proceso de producción de un texto. ¿Cómo proceder para redactar verdaderos textos que sean, además, legibles y cooperadores? Para responder a esta pregunta, podemos establecer una analogía entre lo que implica “producir un texto” y “elaborar un plato” (por ejemplo, un estofado de ternera). En ambos casos se deben realizar cronológicamente una serie de acciones equivalentes. En la preparación del estofado de ternera, en primer lugar, hay que buscar y preparar todos los ingredientes; luego, hay que verificar que no nos falta nada; sólo después podemos, respetando un orden, empezar a combinar los ingredientes para elaborar el plato; en cuarto lugar, debemos verificar que el plato es comible o rectificarlo, si es necesario (añadir sal, pimienta, etc.); finalmente, debemos emplatarlo y servirlo en la mesa.
El proceso a seguir para redactar un texto es similar y no es algo nuevo. Hace más de 2.000 años, Aristóteles, en su Retórica, ya explicó, desde un punto de vista analítico y pedagógico, el camino y las etapas que hay que recorrer. En primer lugar, hay que transitar por la etapa de la “euresis”: búsqueda, reunión y preparación de todas las informaciones necesarias para elaborar el texto. Es lógico que, antes de empezar a escribir o a hablar, sepamos de qué vamos a hablar y qué vamos a decir. En efecto, “el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice” (Aristóteles) y se debe procurar que “la palabra dicha o escrita no se adelante al pensamiento” (Pítaco de Mitilene). Hecho esto, hay que recorrer la etapa de la “taxis”: organización o estructuración de las informaciones reunidas y preparadas; i.e. hay que dotar al texto en gestación de una estructura. Preparadas y estructuradas las informaciones, es pertinente hacer una parada (“verificación I”) en el proceso de producción del texto para evaluar lo que se ha hecho en las dos primeras etapas. Se trata de un control de calidad para que el producto final sea aceptable tanto desde el punto de vista del contenido como de la estructuración. Estas tres primeras etapas constituyen la “pre-escritura” o preparación o planificación del texto a producir, que exige 2/3 del tiempo dedicado a la escritura del texto.
Sólo después de esto, se puede pasar a la “lexis”: redacción de la primera versión del texto. Esta primera redacción del texto es una labor complicada, compleja y difícil. Un síntoma de esto son las pausas y las relecturas, que hacemos a lo largo de la redacción, para no perder el hilo de nuestro texto. La quinta etapa (“verificación II”) debe ser dedicada a la revisión-evaluación de las sucesivas versiones del futuro texto, revisión que implica relecturas sucesivas del mismo para detectar incorrecciones de todo tipo (contenido y forma) y proceder a subsanarlas. En fin, la etapa final es la “hipocrisis”: la “mise en page” (distribución del texto en la página de papel, en una situación de comunicación escrita) o la “mise en voix” (verbalización del texto, en una situación de comunicación oral).
El bálsamo de Fierabrás. ¿Cómo se adquiere la competencia escritural y cómo se pueden subsanar las deficiencias y lagunas que tienen los estudiantes universitarios y, en general, la ciudadanía española? La escritura, como la lectura, es también algo que se enseña y se debe aprender para que alguien se convierta en alfabeto. Ahora bien, ante las lagunas en esta competencia, tanto en los jóvenes universitarios como en el público en general, debemos concluir que o bien no se ha enseñado o bien se ha enseñado mal y, por lo tanto, no se ha adquirido. El único bálsamo de Fierabrás, la única poción mágica capaz de curar las dolencias lingüísticas escriturales es inyectando en vena el “coronavirus de la lectura”.
En efecto, el lugar donde están las únicas enseñanzas necesarias y eficaces para ello son los buenos textos, redactados por escribidores competentes. Sin buenas lecturas y sin la práctica constante de la lectura, es imposible adquirir una competencia escritural funcional, operativa y ortodoxa. Ahora bien, para conseguirlo, el papel de la familia, de la escuela y de los medios de comunicación es fundamental. Como dice un refrán francés, « c’est en forgeant qu’on devient forgeron »: sólo con el “libro, ese amigo fiel” y la práctica de la lectura se podrá conseguir que los estudiantes universitarios y la ciudadanía, en general, seamos cada vez más alfabetos y menos analfabetos.
*Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas. Profesor titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada. Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)