La escopeta nacional
Hace ya más de cuarenta años, coincidiendo precisamente con el año de nuestra tan vilipendiada Constitución de 1978, Luis García Berlanga nos deleitó a los españoles con “La escopeta nacional”, película disparatada donde las hubiere, pero que reflejaba con sorna y comicidad histriónica a la clase empresarial y política que por aquellos años del franquismo, disfrutaba de las mieles privilegiadas del poder.
Hoy, sin esos aires de comicidad pero si aproximándose cada día más al burlesco disparate berlanguiano, estamos asistiendo al rodaje de lo que pudiera ser la película más premiada de los glamurosos premios Goya que deberían celebrarse en el Palau de la Generalitat, ansiada sede del Estado de la república cervantina que fue profetizada precisamente en los “Disparates” catalanes de Goya que se conservan en la Masía d´en Cabanyes, situada en la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltrú.
Es difícil adivinar cuál de los dos actores, Quim Torra o Pedro Sánchez, se hace más merecedor de la estatuilla. Estoy convencido de que en un futuro más o menos lejano y con el objeto de llevarlas a la pantalla algún director imaginativo e ingenioso habrá retenido en su mente las melodramáticas escenas, no exentas de comicidad, del encuentro celebrado en Barcelona entre los dos personajes más trileros de la vida política española.
La primera de las tomas daría paso a lo que puede ser el inicio de una comedia burlesca que como se sabe es una especie de teatro de segundo nivel que se mueve entre la parodia carnavalesca y el disparate. Se abre el telón con una caravana presidencial repleta de escoltas y asesores que arropan al “Rey Sol” Sánchez, recibido pomposamente por el inhabilitado e iluminado Torra bajo el palio de una pancarta amarillenta y reivindicativa a favor de sus encarcelados y fugados.
La segunda es más patética que divertida. La guardia pretoriana del cesar Quim o Joaquín, los espera con atuendo al más puro estilo monegasco, incluida las esparteñas de los mossos; con andares pausados y teatreros proceden descompasadamente a pasar una revista pseudocastrense que resulta inédita en la España de hoy. Afortunadamente es el gobierno quien se ridiculiza y no el Estado que aun sigue conservando la prestancia y la dignidad en SM El Rey que encarna su representación.
Pero la tercera escena hay que reconocer que manifiesta la exaltación de toda la cómica parafernalia que ha rodeado la visita. El gran gurú Iván Redondo, elevado a la máxima potencia de su representación en el poder gubernamental, inclina la cabeza hasta la barbilla para saludar a un Torra que seguro se desconcierta ante la ceremoniosa y babosa actitud palaciega de quien ya despierta todo tipo de resquemores y cuchicheos en los cortesanos monclovitas que rodean al adorado Sánchez: es la reencarnación en toda regla de un nuevo Rasputín.
Cuarta toma: el encuentro, acción. Dos banderas, la española violada y ultrajada reiteradamente en aquel palacio y la autonómica catalana presiden y engalanan la entrevista de los dos mandatarios menos fiables y más controvertidos de la sociedad española. Lo más inaudito e insultante es el regalo envenenado con el que Torra demuestra su desprecio hacia el gobierno español y su lengua oficial: dos libros en inglés y catalán sobre derechos humanos y la libertad.
Naturalmente Pedro Sánchez no solo no hace ningún gesto sorpresivo o de rechazo sino que los acepta complacido en virtud del imposible diálogo entre quien dice representar el orden constitucional y la ejecución del Estado de Derecho y quien lo viola sin recato y que además ha sido condenado e inhabilitado para representar al pueblo catalán en su Parlamento.
La quinta y última escena se cierra con la traca final que anuncia Pedro Sánchez en su comparecencia donde una vez más reconoce un conflicto y contrapone la ley y diálogo en una pirueta absurda y contradictoria: “No hay otra vía para resolver este conflicto que el diálogo dentro de la ley, la ley por sí misma no basta” (sic) Reconocer el “conflicto” es aceptar la perversión del lenguaje a la que con tanto ardor nos opusimos desde el Estado para combatir el terrorismo etarra y al nacionalismo vasco que en muchas ocasiones “comprendía” el conflicto por el que asesinaban.
Pero el guion más burlesco lo escribe Sánchez cuando se refiere a superar el cumplimiento de la ley con el manido diálogo; si la ley no basta y la independencia no está prevista en la ley y si la Constitución es la ley suprema y lo que quieren es violentarla ¿cómo van a dialogar dentro o por encima de la ley? ¿no se asemeja este trabalenguas a una burda mentira?
Decía Dostoievski que “el hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él y por tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás “ ¿es que acaso los españoles no no merecemos ser respetados por nuestros gobernantes? Respétenos y respétese Sr.Sánchez.
Una astracanada en toda regla pero que no tiene ninguna gracia.