El islamismo radical intenta recuperar el terreno perdido en el Magreb
Una de las mayores sorpresas de la operación contra Bin Laden en su residencia de Pakistán, ha sido encontrar una grabación, realizada solo unos días antes de su muerte, apoyando las protestas populares en los países árabes. Hasta ahora, se había interpretado que los objetivos de estos movimientos eran contrarios a los de Al Qaeda y eso explicaba su silencio ante estos históricos acontecimientos. Sin embargo, también es cierto que Bin Laden solo se refiere a Túnez y Egipto, pasando por alto lo que sucede, no solo en Marruecos y Argelia, sino, sobre todo, en Yemen, Bahrein, Libia o Siria.
Más que contradecir su apoyo a los pueblos árabes, este olvido podría ser intencionado ya que ha sido en Túnez y Egipto donde, precisamente y durante el pasado mes, se ha registrado un notorio resurgimiento de los grupos salafistas, generalmente próximos al islamismo radical de Al Qaeda. El hecho de que Bin Laden hubiera realizado la grabación a finales de abril confirmaría, en este sentido, que Al Qaeda solamente está dispuesta a apoyar aquellas “revoluciones” con verdadera presencia del salafismo, confirmando así su distanciamiento e incluso condena de los otros procesos de cambio por no ofrecer garantías suficientes para el establecimiento de estados puramente islámicos.
Por el contrario, en Túnez se vienen registrando desde comienzos de abril unas manifestaciones impulsadas por el grupo Etahrir (uno de los pocos partidos todavía prohibidos) que han sorprendido a toda la sociedad tunecina. Durante varias semanas y aprovechando el rezo de los viernes, cientos y a veces miles de seguidores han ocupado céntricas calles para lanzar consignas exigiendo la imposición de la ley islámica.
De acuerdo con la prensa local, algunas mujeres habrían sido agredidas por no llevar pañuelo y en la turística isla de Yebra habrían ocupado ilegalmente varias mezquitas, colocando al frente de ellas imames de orientación radical. Estas manifestaciones han obligado al partido moderado Enahda, liderado por Rashid Ganuchi, a distanciarse de estas protestas y a reafirmar su compromiso con la transición democrática.
Algo parecido está ocurriendo en Egipto, donde el Partido de la Libertad y la Justicia, plataforma de los Hermanos Musulmanes en las próximas elecciones parlamentarias, ha condenado el rebrote de violencia, también durante este mes de abril, contra la comunidad cristiana copta. En la zona de El Cairo, grupos salafistas, y en especial la Yemaa al Islamiya, han vuelto a utilizar la polémica sobre las mujeres cristianas convertidas al islam para reiniciar los violentos ataques contra los coptos, provocando mortales enfrentamientos callejeros y quemando varias iglesias.
Por su parte, en la provincia de Qena, situada en el Nilo Medio, estos grupos radicales han aprovechado el nombramiento del general cristiano Emad Mikael como gobernador provincial para desencadenar otra ola de violencia sectaria. Con el argumento de que este mando militar participó en la represión de la plaza de Tahrir, cortaron la autopista, la vía férrea y un puente sobre el río Nilo, aislando de esta forma a El Cairo de las zonas turísticas de Luxor y Asuan. Como en el caso de la iglesia de Embada, los salafistas se han hecho con el control de las protestas, recuperando así un terreno que habían perdido respecto a los Hermanos Musulmanes y a su nuevo Partido de la Libertad y la Justicia.
Tanto en el caso de Túnez como en el de Egipto, los grupos moderados se debaten ahora entre radicalizar sus posiciones para no perder terreno frente a los radicales o mantener sus promesas de defender un sistema democrático, laico y pluralista, tal y como han afirmado reiteradamente durante la Revolución del Jazmín.
En los demás casos, como Marruecos, Argelia o Siria, la ausencia de fuerzas salafistas en las calles ha llevado a los radicales a reanudar la lucha armada –atentados en Marraquech y la Kabilia argelina- o a condenar los movimientos democráticos, como han hecho los dirigentes salafistas Abdelmalek Ramdani (Argelia) y Muhamed Fizazi (Marruecos).
Especial significado tiene este último caso, ya que ha abierto un debate entre los salafistas al acusar de herejía a los jóvenes liberales e izquierdistas del Movimiento 20 de Febrero. Fizazi hizo estas declaraciones nada más quedar en libertad, paradójicamente debido a las exigencias del 20F para que el Gobierno liberara a todos los presos políticos. Mientras un sector está de acuerdo con sus palabras y considera ilícito apoyar un cambio democrático, otros comienzan a aceptar la convivencia con ideas contrarias al establecimiento de la charia.