Carta de un padre primerizo con coronavirus: «Tras 60 días de enfermedad, 56 días desde que nació mi hijo y 600 euros en pruebas, sigo aislado»
José Javier Girau.- Mis primeros síntomas son del 13 de marzo, dolor muscular y febrícula (37,2). Enseguida saltan las alarmas: mi mujer tiene programado el parto para el 18. Tras llamar al ginecólogo activan el protocolo de coronavirus, que en realidad en esas fechas todavía no existe, con lo que probablemente éramos el primer parto con protocolo Covid-19 de España.
Todo es incertidumbre. ¿Se llevarán al bebé a aislamiento?,¿Podrá hacer piel con piel? ¿Podrá ser amamantado?. Inmediatamente me aíslo de mi mujer, uso mascarilla siempre que estoy fuera de mi habitación y seguimos todas las recomendaciones que encontramos. Quizá esto nos haya salvado de problemas mayores.
El 14 y el 15 despierto totalmente normal, sin ningún síntoma, aunque por las noches tengo muchísimos escalofríos. En la cabeza solo optimismo, “falsa alarma”, “nos hemos sugestionado”. El 16 de marzo me hacen la prueba PCR, así como prueba de Gripe A, analítica de sangre y placa de tórax. Es importante diagnosticarlo cuanto antes, pues el positivo implicaría un parto por cesárea, en paritorio aislado y con posterior aislamiento total. Ya no somos tan optimistas, pues empiezo a toser.
El 17 de marzo se confirma que cuando las cosas se tuercen, se tuercen de verdad. Mi mujer se pone de parto a primera hora de la mañana. Acudimos al hospital y empieza la pesadilla. Los resultados de mi PCR no han llegado y por tanto el protocolo tiene que ser el de positivo por coronavirus, lo que implica que ella se queda sola y aislada con médicos que parecen astronautas a su alrededor. Yo tengo que salir del hospital. Me toca esperar en el párking, con la esperanza de que lleguen los resultados a tiempo y sea negativo.
Mi mujer da a luz por cesárea y es posteriormente ingresada en una planta completamente aislada, por suerte permiten que un familiar esté con ella. Tiene que ser la prima de mi mujer, puesto que mis suegros y mis padres serían contactos de riesgo. Tras doce horas en el párking consigo verla a ella y a mi hijo por la ventana del hospital.
Los resultados no llegan y me tengo que ir a casa. Por suerte me quedo tranquilo, ellos están bien y van a poder estar juntos, empezar con la lactancia, etcétera. La única diferencia es que tienen que estar siempre con mascarilla y guantes, al menos hasta que lleguen los resultados de mi prueba y la que le hicieron a mi mujer durante el parto.
Debo agradecer al Hospital San Rafael de Madrid y en concreto al doctor Joaquín Grande por el trato y atención, y sobre todo por los medios dispuestos. Imaginen un equipo médico entero que tiene que atender partos diarios, que tiene familia esperando, expuesto a contagiarse o a extender este virus entre neonatos por cualquier fallo… imaginen la presión, los recursos que hay que movilizar para disponer de paritorios esterilizados, una planta entera de aislamiento y médicos realizando la atención de pediatría con equipos de protección.
El 18 de marzo se confirma la noticia: positivo. El miedo es lo peor. ¿Estará ella contagiada?¿Y el bebé? Si la angustia se pudiese medir, ese día se habría establecido el récord Guinness.
Por suerte mi mujer da negativo, se le levanta el aislamiento, se le hacen todas las pruebas al bebé, todo está bien. Una olla a presión revienta en mi cuerpo, toda la tensión se libera de golpe y no puedo parar de llorar. A partir de ahí ellos han estado siempre bien.
Mis síntomas, en cambio, se suceden, los tengo todos: diarrea (curiosamente solo por las mañanas), tos, presión en el pecho, ardor en la garganta, manchas en las axilas, urticaria en las piernas, pérdida de olfato y pérdida de gusto. Todos son leves, sin problemas para respirar ni neumonía. Da la sensación de que “el bicho” juega al escondite con mi organismo, puesto que los síntomas vienen y van y no se dan todos a la vez. Cuando crees que estás curado porque dejas de toser y tener diarrea, te empieza a doler el pecho. Cuando deja de doler el pecho, empieza a doler la garganta. Cuando recuperas el gusto, empieza la urticaria.
Otra odisea es cuándo y cómo podré conocer a mi hijo y estar con mi mujer, con la seguridad de que no les contagiaré nada, con la certeza de que no soy un peligro para ellos. A día de hoy aún no tengo la respuesta.
Según recomendaciones de los médicos y del Ministerio de Sanidad, tras 15 días de síntomas debía realizar PCR para ver si ya estaba curado. Al notar todavía síntomas decidí esperar más para hacer la nueva prueba. Finalmente el 8 de abril, tras tres días sin síntomas y 26 días después de los primeros, me hago pruebas por laboratorio privado y pagando 200 euros, pues no hay test para nadie en la seguridad social. El resultado del PCR es negativo, aparentemente estoy curado, pero la serología dice que no, asi que puede haber sido el otro un “falso negativo”.
El 13 de abril empiezo a toser de nuevo y me voy directo al laboratorio a realizar un nuevo PCR. El resultado es un mazazo: positivo. El 27 de abril repito PCR y serología, positivo el primero y negativa la segunda. En teoría estamos “al final de la infección”. Esto es mucho más largo de lo que se creía.
Actualmente, tras 60 días de enfermedad, 56 días desde que nació mi hijo y 600 euros en pruebas, sigo aislado. He estado solo con mi angustia, mis síntomas y mis pensamientos. El encierro no es lo peor, lo peor es la falta de contacto humano, no ver a nadie. Solo he salido para las pruebas PCR y una placa de tórax, momento que aproveché para “conocer” a mi hijo a través de un cristal.
Me indigna que no se estén haciendo pruebas a gente que sabe que ha estado contagiada. ¿Cómo puede ser que estén dejando pasear e ir a la compra a gente infectada tras solo 15 días de aislamiento y sin comprobar si siguen infectados?. Somos muchos ya los que llevamos dos meses infectados. El rebrote en estas condiciones está asegurado. Por favor, ya que no ha habido responsabilidad institucional, pido que sean los enfermos los responsables y se queden en casa, que esperen.
Desconozco los efectos psicológicos de todo esto. Personalmente las mañanas se me hacen muy duras, despierto en esta “nueva normalidad” y me repugna, solo tengo ganas de estar en la cama. La empresa y lo que supondrá todo esto económicamente darían para otro artículo. Como dicen en China, “stay safe”.
* José Javier Girau Merino vive en Alcalá de Henares.