Indulto para los corazones de la M-30
«Paradoja del valor: Nada es más útil que el agua; pero ésta no comprará gran cosa; nada de valor puede ser intercambiado por ella. Un diamante, por el contrario, tiene escaso valor de uso; pero gran cantidad de otros bienes pueden ser intercambiados por éste» (Adam Smith. La riqueza de las Naciones)
Para medir el valor de algo utilizamos la métrica. La métrica euclídea nos permitía hace más de un siglo, acercarnos con solvencia a la estimación de valores físicos. Hoy en día sabemos que una medición debe tener en cuenta la curvatura del espacio-tiempo, y para ello ya no nos sirve la geometría euclídea, pues el relativismo cuántico exige la métrica de Lorentz. Ya ven por tanto lo compleja que es la labor de los tasadores, o valoradores de algo… Por diversas circunstancias, yo formo parte actualmente de un jurado que trata de poner negro sobre blanco en el nivel de las magníficas obras que cientos de autores han enviado al VI Certamen Sierra de Francia de relato, poesía y fotografía. Es una dura y comprometida tarea que, ni con la métrica de Lorentz, permitiría medir con justicia ese arte.
El valor de algo se suele adaptar al poder de su comercialización, aunque siempre nos encontraremos con criterios dispares que se corresponden con alguna de las opciones de esta trilogía: Lo que vale para el que vende; para quien compra; y en general para el mercado. Y no les extrañará que esos valores puedan estar a menudo mediatizados, por diferentes circunstancias de cada cual, no necesariamente importantes para los demás. Así pues ¿con qué nos quedamos cuando valoramos el arte que llamamos urbano?
¿Cuándo un grafiti merecería el indulto y la protección pública?
¿Cómo valorar si un grafiti es merecedor del indulto o debe ser borrado de la faz de la urbe? En mi opinión, de los criterios de valoración antedichos, el de un grafiti no puede tener en cuenta ni a quién lo pintó, ni tampoco al destinatario de su inmediato mensaje. Soy consciente que si estuviera firmado por un Banksy, Oakoak, Spy o Bordallo, muy probablemente se le pondría un marco e incluso una protección de seguridad; pero no estamos tratando ahora el aspecto mercantil ni turístico, buscamos evaluar su impacto estético y emocional, algo muy importante para quienes lo van a contemplar, o sea los madrileños. Y, por supuesto, así ello debería conducir a conservarse o eliminarse en función de la demanda de ese colectivo. Claro que una decisión justa exigiría algo parecido a un referéndum y eso sería una estrategia poco afortunada, pues incluso la determinación del conjunto con derecho a opinar sería controvertida.
¿Quién debería entonces decidir?
Se supone, en efecto, que la estética urbana se delega en expertos a los que se atribuye ese cometido. El problema estriba, no obstante, en fijar criterios válidos para sintonizar con los argumentos que permitan una decisión adecuada a esos técnicos. ¿Cómo analizarán la voluntad de los ciudadanos si estos, aun siendo los principales interesados, no dejan sentir su opinión más que por los contados comentarios sobre el tema que recibimos a través de los periódicos?
¿Qué dice al respecto la normativa?
No hay un criterio claro. Uno de los atractivos turísticos de Berlín es un paseo por sus calles para disfrutar de la personalidad de las criaturas pintadas por Ürben, y les recomiendo que no dejen de ver la fascinación de las obras de Bordallo en Lisboa. ¿Son esas pinturas ilegales? Ya les he dicho que eso yo no lo sé, pero esas pinturas siguen ahí, como valioso patrimonio de sus ciudades, y dudo mucho que ningún gobernante municipal se atreva a borrarlas.
Ello explica que incluso algo tan controvertido como es la actividad del arte urbano quede atrapada en ese marasmo de leyes y normativas tan difíciles a veces de interpretar, e incluso de aceptar cuando la Ley no nos da la razón y ya no quedan recursos. Sirva como ejemplo la caótica situación legal de semi libertad, que tanto cuesta asimilar, en que se desenvuelven los golpistas catalanes.
¿Por qué solicito el indulto de los corazones de la M-30?
Pues bien, todo este largo preámbulo me ha parecido conveniente para expresar mi pesar por una noticia que he leído recientemente en un medio nacional. En ella nos advierte el periodista sobre el proyecto que tiene el Ayuntamiento de Madrid para limpiar todos los grafitis de la M-30, sin excluir por supuesto a los ya famosos corazones que alegran el espíritu de los conductores, tan a menudo, atrapados sin remedio en tediosos e interminables atascos.
Yo, al proponer ese indulto que titula mi artículo, soy sin duda alguna parcial, pero creo reflejar con esta propuesta la opinión de otros muchos que han sentido al verlos, interés, simpatía y admiración.
No obstante, quien se imagine que está leyendo una apología del grafiti se equivoca, el llamado injustamente «arte urbano», liderado por autores en su mayoría sin otro ánimo que dejar su impronta personal en forma de firma, garabato o mancha informe, me recuerda habitualmente a aquel refrán castellano que conservo en el recuerdo de mi infancia, y que decía: «en mil sitios donde estés, podrás ver el nombre de los más tontos escritos en la pared». Pues sí, desgraciadamente hay personas que no respetan el arte que ofrece un bello paisaje natural, un espacio urbano protegido, o una propiedad particular. No hace tanto leía con indignación cómo unos indeseables habían grabado con una navaja, un corazón y unas iniciales en un lugar que podría ser pronto Patrimonio de la Humanidad, el Roque Bentayga de Gran Canaria. Hechos así son, evidentemente, merecedores del mayor desprecio y castigo.
Pero igual que no condenamos a los restauradores por la chapuza que alguien hizo una vez con un Ecce Homo, tampoco la vara de medir se puede aplicar del mismo modo con quienes destruyen que con los que traen un mensaje de ilusión, ironía, sentimiento y belleza. Se tarda poco en distinguir a quien destruye de quien embellece. Y éstos, los que crean arte, merecen nuestro agradecimiento y apoyo. Por eso, uno mi petición para proteger esos dibujos que están a punto de ser desterrados de una vía tan simbólica para Madrid como es la M-30. Sus corazones de colores, que inspiran una sonrisa y alegran el espíritu, son sin duda el contrapunto de esas otras pintadas destructoras y absurdas que nos asfixian.
Siempre será un enigma el motivo de por qué un ser humano se aventura a crear belleza para los demás con riesgo evidente de sufrir una sanción por incumplir las leyes. Esta tarea un tanto épica -aunque parezca una incoherencia- a él sólo le sirve para lo que le sirve y no para lo que muchos de nosotros proyectamos en nuestra mente al ver sus obras. Aplicando este criterio de interés para el ciudadano, cabe ante todo solicitar que la proyectada limpieza del entorno preserve, sino todos, al menos algunos de esos símbolos que son ya arte y patrimonio de nuestra ciudad. Su conservación será también un bálsamo ideal para que el gobierno municipal del PP demuestre su sensibilidad por la cultura.
El autor de los corazones de la M-30, nos envía con sus coloridas obras un mensaje perdurable, envuelto con el misterio de su motivación. Un secreto que no resta un ápice a un mensaje limpio, claro y positivo.
Sólo en el Bien hay Verdad, hay Belleza . Por eso, se podría considerar que es una injusticia ( un mal) emborronar cualquier lugar sin respetarlo impidiendo ver lo que la naturaleza nos muestra con inimitable maestría en todos esas tonalidades que pintan de azul del cielo, y de mil colores los jardines y los campos, iluminados por la luz del sol. Esa es la obra de Dios que “vestida la dejó de Su hermosura”
Entonces“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo buenio,,” (Lc,6.45)
Y lo pinta…
Muy interesante el artículo. Me hace reflexionar sobre la educación del hombre. En el caso del garabato en el Roque Bentayga de Gran Canaria. Lo hicieron por falta de educación. Pero que educación? La que da nuestro sistema educativo no ya español, sino occidental? De donde salen universitarios con conocimientos pero que podrían perfectamente haber hecho el garabato pero sin educacion? Creo que da para una reflexión interesante.