Los aplausos eran para él
Qué gran suerte hemos tenido los españoles. La fortuna del destino ha querido que la peor de las crisis posibles nos haya asaltado con un hombre firme y de carácter templado al mando. Un hombre que ha salvado vidas. Que ha salvado haciendas. Que ha sembrado esperanza. Y que ha sabido unir en lugar de separar a todos aquellos que tenían algún tipo de responsabilidad, fuera pública o particular. Un escalofrío me recorre la espalda pensado lo que podía haber sido de nosotros de no haber estado Pedro Sánchez -escoltado y ayudado por Pablo Iglesias- en el puente de mando de España: imagino al gobierno del irresponsable Rajoy al frente de la lucha contra la pandemia y me aventuro a asegurar, sin miedo a equivocarme, que ni la calle habría estado desierta, ni la gente pacientemente en su casa, ni la inmensa mayoría viva y feliz como está ahora.
Nuestro Pedro ha conseguido salvar cerca de medio millón de vidas, que no sé cómo lo ha calculado, pero basta que lo diga para que todos le creamos y recemos entre dientes por su bendición. Me sorprende que no haya sido capaz de contar los muertos, que es una cosa sobre la que hay evidencia documental, y sí contar a los vivos que podrían ser cadáveres, pero si esas proyecciones están realizadas con el mismo rigor documental que las encuestas del CIS, no me cabe duda de que aciertan de pleno. ¡Sé que nos envidian tanto por ahí afuera!: qué más hubiera querido cualquier país que gozar de un gestor sereno, que no ha alardeado en interminables peroratas de la bondad de sus actos, que no ha abusado del poder acumulado imprescindible para la consecución de las cosas, que ha gestionado cada infraestructura y cada compra de material con un aplomo y una sangre fría que serán estudiadas en el futuro, que ha estado con las víctimas, con las familias de los muertos, que no ha evitado la crudeza de las imágenes, que no ha consentido debates estériles sobre asuntos capitales, que ha buscado el acuerdo incluso con aquellos que irresponsablemente se oponían a su gestión, que no ha pretendido purgar a colectivo alguno o que desde el primer minuto se mostró inflexible en la toma de decisiones capitales, aunque fueran impopulares: cerró fronteras, prohibió manifestaciones y concentraciones, garantizó el abastecimiento de material sanitario y sólo cuando no hubo más remedio nos confinó en nuestras casas.
España ha sabido agradecérselo. Hoy es un país en dinámica recuperación gracias a las ideas de reconstrucción que ha elaborado la Comisión Parlamentaria que diseñó -colocando al frente a otro hombre enérgico de probada eficacia histórica- después de debates francos en los que cada cual ha podido dar lo mejor de sí mismo. Europa tiene todas las garantías de que el dinero que llegue a España tendrá un uso racional, sin que vaya a ser gastado en clientelismos absurdos ni efectismos electoralistas. Ha sabido transmitir a la población la necesidad de sacrificio, alertando de la dificultad que espera, pero insuflando optimismo: así estamos, que salimos a la calle a dar bocaos por nuestro futuro. Y, por demás, ha tratado a todos por igual, sin favoritismos territoriales por cuestiones relacionadas con pactos menores o mayores. No ha habido distingos entre españoles. Ha puesto a los mejores al frente de cada responsabilidad y si alguien no ha demostrado altura o eficacia, lo ha sustituido sin complejos.
De haber estado Rajoy o cualquier otro, las manifestaciones callejeras desde el primer día habrían sido incendiarias. Ríete tú de lo de EE.UU. con la muerte del pobre hombre de Minneapolis. Aquí hemos gozado de paz y solo los aplausos han roto el silencio de las tardes. Aplausos que, en el fondo, todos le brindábamos a él.
En mi pueblo que tenemos un san Isidro que lo sacamos para que llueva, hemos encargado un Pedro Sanchez de madera para sacarlo en las pandemias