Talibanes en Estados Unidos
ED.- La muerte del ciudadano negro George Floyd y la indignación que provocó en amplios sectores de Estados Unidos no permiten explicar el odio extendido a los símbolos que recuerdan el pasado español de este país. Hace tiempo que una parte de la clase política y, sobre todo, universitaria estadounidense se ha instalado en una demencia revisionista disfrazada de reivindicación indigenista y de puritanismo ideológico. Las estatuas de Cristóbal Colón y de otros conquistadores españoles llevan años sufriendo el vandalismo de quienes ahora quieren reivindicar a las poblaciones indígenas, sin recordar el coste que estas pagaron para la creación de Estados Unidos después de su independencia de Gran Bretaña. Eso sí que fue una política de exterminio. La distorsión intelectual e histórica de estas reacciones contra lo español revela profundos complejos de identidad, alimentados por un progresismo de salón que ha hecho de la defensa de las minorías la excusa para cuestionar incluso el sistema constitucional de EE.UU. Ese culto desproporcionado a las minorías provocó la derrota de Hillary Clinton y el acceso de Trump a la Casa Blanca. Si la izquierda americana sigue por estos derroteros volverá a dar otra victoria al candidato republicano.
Lo cierto es que esta suerte de «memoria histórica» a la americana incurre en esa doble moral que tanto gusta a la izquierda europea, particularmente la española, que se rasga las vestiduras por la conquista de América, pero sigue viendo con ternura la historia del comunismo y sus cien millones de muertos. Ayer unos vándalos derribaron una estatua de fray Junípero Serra, defensor de los indios y protagonista del nacimiento de California y, por extensión, de la nación estadounidense.
Ningún reproche de esclavista podrá dirigirse contra este santo español, caracterizado por defender a los pueblos indígenas sin abandonar su labor evangelizadora, como correspondía a la mentalidad descubridora de la época. La mezcla de ignorancia, racismo antihispano y cristianofobia es la causa de esta ola de exasperación sectaria contra el legado español, que incluso alcanzó a una estatua de Cervantes. Tampoco es mera coincidencia el paralelismo de estos movimientos violentos y sectarios y la intransigencia progre que inunda los campus universitarios del mundo anglosajón, custodiados por estos nuevos talibanes de Occidente, que aplican la «sharía» de la corrección política, siempre que esta sea izquierdista. La indolencia del Gobierno español frente a estos actos de ofensa contra nuestra presencia en Estados Unidos es injustificable. La misma energía que pone en rechazar las presiones de Trump contra la tasa Google debería emplear para exigir respeto a quienes, con sus luces y sombras, gestas y miserias, contribuyeron decisivamente a integrar el Nuevo Mundo en la cultura occidental.