¡Santiago y cierra España!: General, oh, mi general
Ante el terremoto frentepopulista y secesionista que sacude hoy los cimientos de la patria mía, hacía tiempo que deseaba escribir un artículo con este título, que vi por primera vez en las entrañables aventuras del «Capitán Trueno», el ídolo de mi infancia y adolescencia. Como diría el poeta Walt Whitman, refiriéndose a Lincoln: «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!». Aunque en el caso español lo más adecuado sería decir: «Oh, general, mi general!
Pero los tiempos han cambiado, pues los supermanes, batmanes, spidermanes, y otros engendros yankees le pusieron un americanísimo pararrayos al tronante capitán de mi infancia, le arrancaron el antifaz al intrépido guerrero que lo llevaba, convirtieron al «Jabato» en un corderito lechal, y demolieron el Alcázar de Roberto y Pedrín. «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
Ya no nos quedan truenos, ni tormentas como las de antes, aunque ahora estemos en mitad de una «tormenta perfecta», descuajeringada desde los inframundos y las cavernas luciferinas del frentepopulismo miliciano. Por no quedar, tampoco nos quedan capitanes, ni paladines, ni héroes, ya que todos somos simples chusqueros «nasíospaobedeserycallar», para dejarnos lavar el cerebro ante los nauseabundos programas de la progresía mediática que han encumbrado al generalato al siniestro Pedrito, hijo predilecto de Soros, incubado en las logias de Bilderberg. «¡Oh, General! ¡Mi General!».
Será nuestro karma nacional, pero, en vez de un «Capitán Trueno» que nos salve de las torres incendiadas de la Patria mía, de las malévolas fauces de la plutocracia mundial que juega con nosotros a un siniestro «monopoly» donde nos dan crisis como panes, de los cosacos morados que quieren bailar sobre las tumbas de nuestros caídos, nos ha venido desde los tugurios de Leninlandia un presidente largocaballeresco, prieto de treintaycuatros y tresitaiséis, repleto de kryptonita roja para privarnos de nuestra vitalidad y nuestra identidad, que escupe sus lecciones populistas desde la Sierra Maestra de los púlpitos mediáticos, y desde las logias donde el Gran ojo de Horus ejerce de Gran Camarada, cabildeando todo su programa de destrucción de la Patria y de la fe católica. «¡Oh, General ¡Mi General!».
Nos vieron débiles, con las defensas bajas, y enviaron sobre nosotros un virus rojo demoledor, un ébola desespañolizador fabricado en las siniestras retortas del nacionalismo y el guerracivilismo, que succiona nuestra esencia vital con aberris y diadas, con estelurriñas, con kabalgatas arcoirisadas y profanaciones de tumbas, con femens asaltacapillas, con comités orwellianos que ejercerán de chekas para todo aquel que no les baile la konga de la memoria histórica totalitaria, con un impresentable comandante al frente que conforma la apoteosis de los Bellidos Dolfos que en España han sido, consumado golpista, paradigma de la ineptitud y una megalomanía de psiquiatra de guardia: ¡Oh, mi General!».
Nos vieron adormilados en nuestra eterna siesta, y butronearon nuestro terruño invadiéndonos de multiculturalidad, que pretende destruir nuestra identidad para que España se vaya por el sumidero de la Historia hacia el Nuevo Orden Mundial. Somos el segundo país con más paro de Europa, y durante muchos años el que tenía la mayor tasa de inmigración del mundo. Mano de obra barata que ha llevado a la baja los salarios y los derechos laborales de nuestros compatriotas: 8 millones de inmigrantes, ¡y sólo cotizan 1.600.000! «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
Nos vieron dormidos, y nos robaron las corbatas, la bandera y el himno. Con antifaces tipo Colau, con máscaras «Ghostface» y «Anonymous», «El Zorro coletudo» entró en nuestro gallinero y proclamó al alba una revolución televisada, un cambio cibersepuede, un rayo diabólico que colapsará nuestro país y lo mandará a la órbita donde Venezuela y Nicaragua giran insomnes y empobrecidas. «¡Oh, General! ¡Mi General!».
Nos vieron cobardes, y se envalentonaron, y sacaron a las calles y a las palestras mediáticas a sus gorilas escracheadores, a sus tribus de tuiteros, a sus agresivos comanches, a sus feminazis pirómanas, a sus descorbatados zarrapastrosos, a sus rastafaris hippientos, a sus perroflautas sin futuro, sus indepes amarillos amasados en el odio y la mentira… «¡Oh, General! ¡Mi General!».
Nos vieron escépticos, y escamotearon belenes con la excusa de que no todos los ciudadanos creen en la Navidad; nos vieron apóstatas, y así quitan símbolos católicos de tanatorios y cementerios, retiraronn cuadros religiosos de algunos ayuntamientos, ningunean las fiestas patronales, montan solsticios en vez de navidades, asaltan capillas…
Dan la bienvenida a los refugiados musulmanes, mientras algunos radikales amenazan con quemar católicos como en el 36, como queriendo hacer el trabajo a los yihadistas, en un detalle de buen anfitrión. «¡Oh, General! ¡Mi General!».
Nos vieron callados, y entraron en la patria mía como los cuatreros en un poblado del Oeste: disparando su palabrería vana, asustando a los derechosos, a los que quieren echar del pueblo como sea. Ante nuestro silencio cobarde, desgañitaron sus amenazas, sus insultos, sus despiadadas consignas patibularias, sus infames mensajes de venganza por lo del 36, arrollando el nombre de muchos españoles ilustres que removieron del callejero. «¡Oh, General! ¡Mi General!».
Nos ven como un rebaño acobardado y tembloroso, y por eso caen sobre nosotros sus manadas lobunas de colmillo afilado. No nos ven como españoles valerosos que defienden su historia, sus territorios, sus valores, su patrimonio y su tradición.
Nos vieron cobardes, y ahora quieren entrar hasta nuestra santabárbara, hasta nuestro sancta-sanctórum, hasta la tumba donde reposa nuestro General, aquel que desencadenó sobre ellos el trueno devastador que siempre recordarán los anales de la Historia.
España, patria traicionada, casa desolada, solares profanados por los cascos de funestos jinetes del Averno. España, puesta una vez más almoneda, en una Transición desarrollada siguiendo las consignas del golpista Manuel Azaña, cuya intención –expresando el único programa republicano– tenía como lema las palabras «demolición», «destrucción creadora»: «Concibo la función de la inteligencia en el orden político –decía– como empresa demoledora. En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Igual que hay gente que hereda la sífilis, así España ha heredado su Historia». España estaba enferma de su historia, y Azaña se proponía acabar con ella, «extirparla como un tumor».
Y así, bajo esta colosal carga de caballería apocalítica de los enemigos de España, el pueblo español ha sido traicionado y vendido, inconsciente de que íncubos y súcubos desencadenados desde los santuarios del NOM le han robado el alma española, su corazón católico, su inveterada gallardía, su historia, su dignidad y su honor.
¿Dónde está el «Capitán España» que nuestro país necesita en esta invasión de las fuerzas de las tinieblas? ¿Hasta cuándo dormiremos, mientras esta horda luciferina nos arranca nuestros valores, desguaza nuestra identidad, despedaza nuestros territorios, mancilla nuestro honor, escupe sobre nuestra dignidad de españoles, degrada nuestra Historia?
¿Acabaremos, entonces, despeñados en las barrancas y quebradas de la historia? ¿Resistiremos una vez más, protagonizando otra Reconquista heroica? ¿Seremos capaces de defender con uñas y dientes nuestra Patria de todo ataque a nuestra fe, a nuestra historia, a nuestros valores e ideales, a nuestros símbolos patrios, a nuestras tradiciones? ¿Contaremos también en esta ocasión con la ayuda de los caballos blancos de Santiago, cuando nuestra Patria ha sufrido un sobrecogedor vaciamiento de su fe católica?
Porque aquí está nuestro apocalipsis ya: el caballo blanco de Santiago contra la negritud del caballo de Troya que cabalgan los traidores a nuestra Patria.
Porque, si nos vieran como españoles, si fuéramos españoles, mientras ellos quieren asaltar nuestros cielos, nosotros arrasaríamos sus infiernos, acampando sin miedo ante sus mismas puertas, escracheando sin piedad a sus demonios rojos y morados; bailando nuestras jotas y pasodobles en la Plaza de san Jaime, y bajo el árbol de Guernica; haríamos belenes vivientes en los ayuntamientos podemitas; mandaríamos a las mazmorras a sus tuiteros naziprogres, a sus feminazis blasfemadoras; izaríamos nuestra bandera en las plazas donde los Kichis las han arriado; zapearíamos implacablemente sus abominables tertulias manipuladoras prorradikales; llenaríamos de grafitis las calles de nuestras ciudades con los nombres de aquellos españoles de derechas que ellos quieren borrar de nuestra memoria; cerraríamos España a la avalancha multicultural que llena de ilegales nuestras tierras, pasto de empresarios antipatriotas y esclavistas; echaríamos sobre las tiendas de campaña del real con que nos asedian una estampida de toros sanferminescos que les arrollara sin misericordia; usaríamos higiénicamente sus leyes, sus memorias históricas, sus propuestas laicistas y constituciones antiespañolas; cantaríamos nuestra marsellesa a pleno pulmón, en plazas y estadios; cruzaríamos arrolladores los Estrechos, pasaríamos todos sus Rubicones rojos, rendiríamos sus Bredas, acudiríamos en masa al nuevo Ebro que nos diera de nuevo el triunfo definitivo sobre los golpistas luciferinos.
Y gritaríamos multitudinariamente que «El Valle no se toca», rodeándolo de ángeles conjurados, de huestes celestiales con sus espadas flamígeras desenfundadas que rechazaran para siempre del Valle a las hordas del Averno que quieren poner en él sus manos impías.
Es hora de ponerse en pie, y pasear a pecho descubierto; es el momento de despertar, de sacudirnos la pereza y la cobardía, de arrojarles al mar, de dar batalla a urna abierta, a campo abierto, a corazón abierto, a Valle abierto, a todo aquello que pretenda destruir nuestros valores como pueblo, nuestra historia, nuestros territorios y nuestra fe… a todo aquel que pretenda mancillar y profanar a nuestros héroes: es hora de marchar contra ellos, prietas las filas, al grito de combate que enardeció mi infancia proclamado por mi «Capitán, ¡oh, mi Capitán Trueno!», que arengó a nuestros soldados en tantas memorables batallas de nuestra Historia: «¡Santiago, y cierra España!».
Sí, Santiago: «¡Oh, General! ¡Mi General!».