María Teresa Verdugo Moreno.

AR.- Es costumbre inveterada de los reos condenados a la máxima pena -la que pide usted para mi y para mis colaboradores- que escriban sus últimas voluntades en un pliego de papel y, con la venia de su ilustrísima, así me dispongo a hacerlo.

Es mi voluntad que mis conciudadanos conozcan que los delitos de odio que usted tan diligentemente persigue, son el instrumento puesto al servicio del sistema para reprimir cualquier discrepancia con el pensamiento único y oficial que establece el Estado en cada momento.

Es mi voluntad que mis conciudadanos conozcan que hace diez días fui arbitrariamente detenido por la policía, sin citación ni aviso previo; que pasé la noche en el calabozo y que, sin poder asearme convenientemente, fui presentado a primera hora de la mañana al juez de guardia que me interrogó por unas declaraciones del padre Jesús Calvo, publicadas en Alerta Digital y que, ante mis respuestas reclamando el derecho de hacer públicas las manifestaciones de mis colaboradores sin censura previa, fui puesto inmediatamente en libertad tras escasos minutos de interrogatorio.

Es mi voluntad que mis conciudadanos conozcan que, probablemente, fue usted, fiscal de odio, la encargada de presentar la denuncia contra mí, a cuenta de unos homosexuales ofendidos por las declaraciones del padre Calvo. La campaña que, desde Alerta Digital, hemos iniciado a fin de denunciar el desafuero que significa que puedan ser juzgados no los hechos materiales, sino las intenciones y el sentimiento del corazón de los acusados a través de los delitos de odio, parece haber desatado las iras de las más altas instancias de la Fiscalía de nuestro país.

Desde aquí reivindico ante todos mi derecho de pensar libremente y mi deber de guiarme, no por la moda ideológica del momento impuesta por el mismo Estado, sino por las más profundas convicciones cristianas que aprendí en mi niñez y que han ido madurando a lo largo de toda mi vida.

En mi corazón no albergo, señora fiscal Verdugo, ninguna animadversión contra usted ni contra aquellos que, tal vez, le dieron la orden de humillarme y encarcelarme. He hecho el propósito de no pensar lo más mínimo en ustedes. Por eso mismo no puedo amarlos ni odiarles. Con resignación cristiana soportaré los años que ustedes -siempre tan atareados- tarden en llevarme a juicio.

Cuando llegue el momento, manifestaré con el más firme convencimiento lo mismo que don Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, contestó a los enviados del rey que le pedían cuentas por haber ajusticiado al bellaco capitán Álvaro Ataide, culpable de secuestrar y ultrajar a la hija del edil: “Al rey, la hacienda y la vida hay que dar. Pero el honor -la fidelidad a la propia conciencia- es patrimonio del alma y el alma ¡sólo es de Dios!”

Sólo Él podrá juzgarme con una justicia infinitamente mejor que la de este caduco mundo, siempre mediatizada por un poder político cada vez más tiránico. Con la diferencia, eso sí, de que entonces el poder real falló a favor del buen alcalde… ¡Otros tiempos! ¡Otras costumbres! Ahora ya es otra cosa. ¿Verdad que sí, señora fiscal?

*Director de Alerta Digital