MANE, TECEL, FARES
Este Baltasar de bolsillo, rey de caldeos caldentes, este prevaricador de libro, este plagiador irredento que en tanto se tiene, rodeado de adulantes, adláteres y achichinques que pagamos los demás, en pleno festejo por la ausencia de gatos sin guantes, cualquier atardecer podrá contemplar entre las nubes rojizas del “rubén de cena” una mano trazadora del mensaje fatal que escribirá -para él en exclusiva- lo de Mane, Tecel y Fares (contado, pesado y dividido, nada menos) y no tendrá un Daniel de traductor.
Tendrá que interpretarlo el Redondo, o el Pepu, según la hora en que le pille, que puede ser incluso expuesto a la ocurrencia del Simón mago y mocoso, porque de esto, como de tanto, ni lo huele.
La clepsidra se llena, rebosa… Lo que se acaba, se acaba, cuando procede, ni antes, ni después y le va a costar al andoba encontrar refugio libre de abucheos, aguas servidas, cantazos y otras cositas feas, que no se recata el desesperado, no suele hacerlo y que está resultando instruido y avisado, como no cabía suponer pasados tantos años. Se ha ilustrado gracias a tanta memoria histórico-democrática, ha ido a los libros tan numerosos y comienza a advertir connotaciones con otrora y el manipulado que se ha pretendido imprudente y temerariamente y comienza a preguntarse incluso por el oro de Moscú –cinco barcos cargados de oro, que es mucho oro- que no termina de aparecer en Meirás, por más que ayude la magistratura. ¿Ande andará?
¿Cómo se puede ser tan torpes y tan tocapelotas, amén de tuercebotas, desgarramantas, inopes y pisaverdes? ¿Se nos ve tan adocenados como para eso? ¿Estamos tontos?
Transición se tradujo por tránsito, por paso al frente, a una nueva dimensión rosada en tonos pastel, sin mirar a los lados, ni a atrás, ni levantar la vista tan siquiera a los luceros… mira qué listos, y resulta que venía de transigir, de dejar pasar la bola, de tragar sapos, sin más recuentos, como pedía el guapo de Alcalá de Henares. Aquí no ha pasado nada y tan amigos… Bonito de cara le diría la Carmen caprese. Paz, piedad, perdón pedía en Barcelona el impenitente consentidor que tanto admira el sabio de José María Aznar –anda que no da buenos consejos el angelito kalikatreño- a la desesperada, en julio del 38, cuando ya estaba decantada la cosa, y la barruntaba tal cual a ocho meses del fin de la hecatombe a la que llevaron a España…
El olvido ya se ha visto que no era la mejor receta, ni a corto plazo siquiera. Cabra sería cruelmente bombardeada aún en noviembre del 38, -sin paz, piedad ni perdón- a los cuatro meses de este “llamado” tan bonito, tan atractivo y de cara al tendido de sombra… y a la vista ya de los cuatro meses de la desbandada final, por este olvidadizo tan piadoso, tan de la paz y tan del perdón, que abandonaba el barco antes de zozobrar.
¡Como para darles la espalda!