¿Qué dirá la fiscal Verdugo? El provocador artista argentino León Ferrari se burla de los católicos mostrando a Cristo crucificado sobre un avión bombardero
María Orellana (R) A cien años de su nacimiento, el artista argentino León Ferrari ha vuelto a generar revuelo. En efecto, la religión constituye aún un componente significativo en la vida de buena parte de la población española e iberoamericana, y la retrospectiva del artista, recientemente inaugurada en el Museo Reina Sofía de Madrid, ha herido sensibilidades en la comunidad cristiana.
Ya en 2019 la familia del artista había donado a dicho Museo 15 obras, datadas entre 1962 y 2006, valuadas en 850.000 euros. Algunas de ellas forman parte de la muestra, titulada “La bondadosa crueldad”, que con sus 300 piezas exhibidas ha desatado la furia de los católicos españoles, al menos hasta el 12 de abril de 2021, fecha programada de cierre.
Si bien no se le ha lanzado una “fetua” que pueda terminar en su decapitación como sucedió con el infortunado profesor Samuel Paty por mostrar en clase una caricatura de Mahoma, (y ello básicamente porque León Ferrari falleció en el año 2013), sí se ha “pedido la cabeza” de Manuel Borja-Villuel, el director del museo, quien según los querellantes, ameritaría ser destituido e inhabilitado para ejercer cargos públicos en el futuro.
El perfil de León Ferrari
León Ferrari es una de las figuras más relevantes del panorama artístico latinoamericano. Creador multifacético y autodidacta, sus obras, realizadas con una gran variedad de técnicas, se centran primordialmente alrededor de un tema que lo obsesionaba: el de la religión y la violencia.
Sus obras no buscan ser bonitas. De hecho, el arte dejó de buscar eso hace ya más de un siglo. Al igual que abandonó la mímesis por la mímesis. Lo que buscan es hacer pensar. Podemos coincidir o discrepar en sus formas y planteos, pero indudablemente conmueven. Son inquietantes, conmocionan, “revuelven”.
Como expresa la historiadora Andrea Giunta, “León Ferrari dedicó su vida a denunciar con valentía, rigor y genio artístico los daños y las consecuencias de las que han sido siempre sus mayores preocupaciones: la religión, las dictaduras, la intolerancia y las guerras”.
Ya en referencia específica al tópico religioso señala Gabriela Baldoma, conservadora de la obra del artista: “Las sagradas escrituras constituyen para Ferrari el germen de la violencia en sus distintas formas”. Baste pensar en las guerras que la religión ha desatado entre todos los pueblos monoteístas, o “pueblos del libro”.
Provocando sin pausa desde 1992
León Ferrari tuvo su primer “salto a la fama” en 1992 cuando una de sus obras fue exhibida en la Biblioteca Nacional de la Ciudad de Buenos Aires. En plena crisis del SIDA, y mientras la Iglesia recomendaba abstinencia sexual y condenaba el uso del preservativo, Ferrari le hizo un “homenaje”.
En el año 2000, su muestra “Infiernos e Idolatrías” realizada en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, le valió una carta de repudio del entonces cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, condenándola como “blasfema” (de nuevo, lo mismo que piensan los musulmanes de las caricaturas de Mahoma que publica Charlie Hebdo). Algunos manifestantes católicos se congregaron entonces para denostar la exhibición en la puerta. Otros, un poco menos pacíficos, entraron a la exhibición para lanzar bombas de estruendo y mal olor. Salvando la interferencia con el legítimo deseo de los que habían asistido a la muestra de terminar de verla en paz, tampoco se generaron daños de gravedad.
Las reacciones más agudas se verificarán en la Argentina recién en 2004, con una retrospectiva en 70 obras montada en el Centro Cultural Recoleta. Hacer esa muestra en una antigua construcción de la orden franciscana (bien que reciclada desde 1980), y junto a una de las iglesias más antiguas de la ciudad, la colonial de Nuestra Señora del Pilar, exaltó particularmente los ánimos.
De nuevo, algunas personas cuya sensibilidad religiosa habría sido vulnerada por la exposición se limitaron a expresar sus agravios orquestando misas y rezos a las puertas del local, o bien dirigiéndose a los tribunales para presentar escritos pidiendo su clausura. Otras reaccionaron en cambio de modo exaltado y en esta ocasión sí se llegó a destruir algunas piezas en exhibición.
Respondió entonces el artista: “Mi exposición hablaba de la intolerancia y ellos la demostraron con los hechos”.
Pero más allá de la anécdota, tal vez lo más importante fue el intenso debate que se produjo entonces sobre la libertad de expresión o los límites del arte. Apasionados intercambios gozaron de una proyección mediática única dentro del mundo del arte local.
Ferrari y su trayectoria
Ferrari no es un mero provocador: es un artista internacionalmente reconocido. Algunas de sus obras forman parte de la colección del MOMA (Museum of Metropolitan Art) de New York y entre sus múltiples galardones internacionales se encuentra nada menos que el León de Oro al Mejor Artista de la Bienal de Venecia del año 2007, evento durante el cual exhibió una de sus esculturas emblemáticas, titulada “La civilización occidental y cristiana” de 1965, que presenta la figura de un Cristo crucificado sobre un cazabombardero de bandera estadounidense.
Al cumplirse este año el centenario del nacimiento del artista, habida cuenta de las restricciones debidas a la pandemia, el Museo Nacional de Buenos Aires exhibió la obra en el hall de acceso, habilitando al menos vislumbrarlo a distancia a través de las puertas vidriadas, cerradas.
Por lo demás, el itinerario posterior de la exhibición en el Museo Reina Sofía trasladará el debate al Van Abbemuseum de Eindhoven, en los Países Bajos, entre mayo y septiembre del 2021 y al Centro Pompidou de París entre abril y agosto de 2022. Y seguramente será también de interés atender a las reacciones que genere en el público en estos otros dos países. En Argentina, la retrospectiva homenaje por los 100 años el artista ha sido reprogramada también para 2022.
¿Tienen razón quienes se indignan?
Es evidente que la obra de Ferrari es provocativa, y, dependiendo de la sensibilidad religiosa del espectador, puede efectivamente ofenderlo. Por cierto, nadie obliga a nadie a asistir a una muestra, pero asumamos de momento que “la mera existencia de la exhibición” ya resulte ofensiva. Igual que la mera existencia de caricaturas de Mahoma en la tapa de Charlie Hebdo es potencialmente ofensiva para un creyente musulmán, compre o no la revista.
Pero ubicarnos en el lugar de “ofendidos”, de “víctimas”, no constituye un camino exento de peligros. Porque por ese sendero podemos llegar a construir una sociedad llena de “ofendidos” potenciales que asfixiaría cualquier expresión. En paralelo, por cierto, cancelar la muestra podría generar toda una cohorte de “ofendidos paralelos” por la restricción a su libertad de visitarla.
Así pues, salvo que se piense con tremebunda arbitrariedad que “algunos tienen más derecho a ofenderse que otros”, en esa sociedad de “potenciales ofendidos” lo “políticamente correcto” alcanzaría dimensiones épicas” y quedaríamos todos “condenados a la parálisis y a la mudez”.
En tren de ejemplificar, cualquiera podría afirmar que ver a alguien llevando un colgante con una imagen de Cristo crucificado (una de las formas más crueles y lentas de ejecución conocidas) “vulnera su sensibilidad” y pretender que se obligue a los católicos a despojarse de ellas en público. Estamos muy acostumbrados a la imagen. Sin embargo, en tren de buscar una analogía, la figura de Cristo en la cruz llevada a modo de joya no diferiría demasiado de, por ejemplo, un prendedor con forma de guillotina, un pequeño Luis XVI y su cabecita decapitada, lo cual podría constituir tremenda ofensa personal para un defensor de la monarquía.
Hay un argumento mejor, la libertad.
De hecho, entre tanta invocación religiosa y protesta navideña, (“hacen esto para insultar a Jesús”, “se burlan del Evangelio”, “justo en Navidad”) un argumento de otra naturaleza ha asomado entre los detractores de Ferrari, un argumento sólido y eficaz: “No tengo que financiar esta exposición con mis impuestos”. Y lo ampliamos: ni ésta ni ninguna, así sea de pesebres navideños.
Cuidado. Si afirmamos “León Ferrari no” pero “los pesebres sí” estaremos deslizándonos por otra pendiente: ya no la de la dictadura de lo políticamente correcto a la que aludimos antes, sino la del pensamiento único ejercida por quienes circunstancialmente detenten el poder.
Desde la perspectiva de una sociedad libre, no es función esencial del Estado financiar museos. Y por eso tienen razón los católicos en indignarse de que sus impuestos financien obras que los ofenden. Ya que venimos haciendo analogías, los católicos financiando muestras que les resultan repelentes están peor que los musulmanes que se escandalizan ante las caricaturas de Charlie Hebdo, pero cuyos diseños al menos no están pagando de su bolsillo.
Y, cambiado el eje del debate, el horizonte cambia por completo. Pues, rotas las ataduras fiscales, y puestas las instituciones en manos privadas, ya nada cabrá objetar sobre la “línea editorial” que adopten con sus muestras. Por cierto, libertad de expresión mediante, siempre podremos además denostarlas y boicotearlas. Pero no habrán sido financiadas, ni ellas ni los sueldos de sus directores, con dinero expoliado de nuestros bolsillos.
¿Que los museos dejarán de ser gratuitos? ¿Que ello incidirá negativamente sobre la cultura de la población? Tal vez. O no, ya que pueden surgir, como ya de hecho existen, particulares, fundaciones y empresas dispuestas a financiarlos, total o parcialmente. Y además, en todo caso, si los museos no son gratuitos, cierto es que tampoco son gratuitos los zapatos. En términos de supervivencia lucen más prioritarios y nadie se rasga las vestiduras por ello. Tal vez sea hora de empezar a mirar con nuevos ojos muchas de las cosas que “damos por supuestas”.
Corriendo el eje del debate
Para resumir. No se trata de sentirse ofendidos y ponerse en víctimas ante algo que disgusta. No se trata de reaccionar exaltadamente ni por vías materiales ni jurídicas, a modo de “temper tantrum”. Mucho menos se trata de deslizarse por la peligrosa pendiente de imponer autocráticamente los propios criterios a nuestros semejantes.
Si cambiamos los términos, el nuevo eje del debate pasará por redefinir las funciones del Estado y por respetar luego, a rajatabla, los derechos de propiedad y de expresión.
¿La meta? Una sociedad civilizada, libre, respetuosa y tolerante donde cualquier católico podrá decir tranquilamente a cualquier hipotético interlocutor: ¿Te gusta la muestra de Ferrari? Pues págate la entrada y disfrútala. Yo no voy. Y a otra cosa.
FERRARI NO ES AUTODIDACTA. Se ha identificado con la doctrina que nos imponen los líderes de la secta del NOM para publicitarles su nefasta ideología entre los goyim bienpensantes de izquierdas (y también de derechas) que lo apoyan, promueven y hacen triunfar en la surrealista moda del arte contemporáneo. Ferrari solo es un repugnante publicista bienpagá
Obsesionados con la religión y la violencia es la temática que les asegura dar a conocer esas deposiciones que denominan “obras de arte”, de otra forma se morirían de hambre.
Si algo bueno tienen los islámicos es que no perdonan a provocadores blasfemo y se hacen respetar igual que la iglesia católica con la inquisición donde por no ir a misa ya eras hereje y terminaba asesinado torturado quemado vivo troceado y ellos con todos tus bienes para alimentar su iglesia Romana nada nuevo bajo el solo dicen
Y esto lo permite Almeida y Ayuso en su museo???
Untale la mano con algún sobre lleno de billetitos de 500 y hasta Satanás puede hacer del infierno su exposición que esperas de políticos peperos de la Gurtel????