Hace 4 años definía al entonces flamante presidente de Estados Unidos, Donald Trump como un psicópata. Afirmaba que su personalidad, carente de empatía, cargo de conciencia o sentimiento de culpabilidad, lo llevaba a cometer actos irresponsables, a utilizar a personas como si fueran cosas y a manipular, distorsionar o reconvertir la realidad según sus propios intereses. Resultaba ser, en suma, un gran antisocial a pesar de aparentar lo contrario.

Leo aquel artículo, publicado en un medio digital, y me centro en los comentarios de los lectores que, casi todos en contra, expresaron entonces:

“Que tenga rasgos psicopáticos o no los tenga me da lo mismo puesto que mucha gente de éxito los tiene, …antes que a un político prefiero al mismo diablo”.

“El redactor se este artículo está loco”.

“No dice cosas distintas, pero no las adorna con sus salidas de tono… la charlatanería del resto no nos sorprende porque es la habitual”.

“Trump sí que es un seductor nato. Es normal que lo sea cuando parte de su trabajo se basa en la seducción”.

“A medida que leía el artículo no dejaba de reírme”.

“Todo político pseudemócrata, es por necesidad farsante, mitómano y psicópata”.

“Te guste o no votaron por él abrumadoramente, eso no se lo esperaban Uds., los izquierdistas”.

“¿Fallará? El tiempo dirá”.

Es interesante la controversia que aquel artículo sobre Donald Trump generó. Ahora, finalizando su mandato, todo lo dicho cobra sentido.

Lo más notorio, actualmente, es que el presidente se resistía a creer que ha perdido las elecciones y en un acto de victimismo, típico en él, acusa de fraude electoral sin pruebas demostrables que lo avalen. En un último canto de cisne arengó a las masas sugiriendo (nunca lo diría abiertamente) atacar el Congreso de los Estados Unidos como único culpable de ser echado “injustamente” de la Casa Blanca.

Una gran parte de los manifestantes lo tomaron como un permiso tácito para hacerlo, y vaya si lo hicieron.

Mirando atrás, me pregunto cómo es posible que una gran parte de la población americana haya votado y, aún más, se declare seguidor incondicional de semejante individuo, una persona claramente narcisista, destructiva y sin ningún sentimiento por los demás.

La clave está en su naturaleza: Donald Trump es claramente un psicópata. Personas como él, en base a una enorme inteligencia observadora, son capaces de mimetizar emociones que no sienten para seducir al más incauto y hacerle creer que vela por él cuando en realidad se cuida de sí mismo, única y exclusivamente.

Nos venden sus hermosas ideas y muestran generosos las grandes obras que van a realizar, pero es puro humo. Cuando ya han conseguido su propósito tiran a la basura (literalmente) a todos aquellos a los que han usado como si fueran muebles viejos y ya están buscando a nuevas víctimas a quienes captar para su nueva conquista. El problema es que descubrimos la traición cuando ya es demasiado tarde.

Y no se le ocurra a uno decirle la verdad a la cara de lo que piensa sobre ellos o lo que está haciendo porque inmediatamente será negado, reprendido y denostado como ha sucedido, en este caso con la prensa. En el caso de Trump, todo periodista acusado de ser un “Fake News” era al que realmente había que escuchar.

Si tiene algún sentido analizar a esta persona es para advertir a todo el que quiera oír, para que otros como él no puedan volver a alzarse con el poder porque son muy peligrosos.

Recordemos algunas de sus frases más famosas:

“¿Qué tal lo estoy haciendo, bien? Si soy el presidente ¿no? Soy el presidente ¿os lo podéis creer?”

“Mantengamos a EEUU en la gloria, signo de exclamación”

“¿Deberíamos volver a los dieciséis años? ¿Deberíamos hacerlo congresistas? ¿Podemos extender eso?” (sobre prorrogar el mandato actualmente de 4 años)

“La última vez que bromeé con eso (16 años) los periódicos empezaron a decir ‘tiene tendencias despóticas’ pero yo no pretendo hacer eso… a menos que vosotros queráis, claro”.

“Es obvio que es un fiasco, está muerto” (sobre el ObamaCare)

“Nos retiraremos” (de los tratados climáticos de acuerdo climático de París)

“Nos retiraremos” (el acuerdo nuclear con Irán)

“La cancelo” (la reconciliación con Cuba)

“Queremos que quede perfecto” (el muro con México)

“¿Los musulmanes son un problema mundial? Por su puesto. El cristianismo está sufriendo un tremendo asedio. Es una muerte lenta y dolorosa. Cada vez somos menos poderosos en términos de religión y de fuerza”.Ç

“Gente ruin…” (sobre los periodistas) “medios corruptos. Los medios han sido increíblemente deshonestos. Son el grupo de gente más deshonesto que he visto nunca pero no los mataría. Los odio, pero no los mataría. Yo nunca haría eso. Eee…bueno… no, no lo haría”
“No me hagáis preguntas como esa” (en rueda de prensa). “No eres un buen reportero si haces eso. ¿Vas a hacerme ahora una pregunta de verdad?”

“¡Siéntese! ¡Siéntese! ¡Siéntese!” (a un reportero que ante la insistencia en preguntar fue desalojado de la sala de prensa de la Casa Blanca)

“Yo soy el presidente y ellos no”.

“Básicamente somos es único país que tiene jueces”

“Lo que veis y leéis no es lo que está pasando”

“¿Hacemos el juramento?” (en un mitin previo a las eleciones) “Levantad la mano derecha ¿Juráis que el martes iréis a votar por Donald Trump? “Levantad la mano. ¡Os quiero, os quiero!”

“Dije que el sistema está amañado (después de las elecciones), pero ya no lo digo porque gané. Es verdad. Eso ya me da igual, me da igual”.

Un ejemplo de cómo es capaz de torcer la realidad según su autocentrado punto de vista son las declaraciones sobre el coronavirus cuando, en el momento más álgido de la pandemia, sugirió que tomando lejía se podría curar: “Veo que el desinfectante lo elimina en un minuto ¿hay una forma en que podamos hacer algo? ¿inyectarlo como si fuera una limpieza? Se mete en los pulmones y lo haría muy bien. Estaría bien comprobarlo, podríamos usar a los doctores, parece interesante”

También propuso que se irradiara a los pacientes con luz ultravioleta: “Suponiendo que golpeemos el cuerpo con una luz tremenda, ya sea ultravioleta o simplemente muy poderosa”, dijo mirando a una atónita doctora Deborah Birx, coordinadora de la estrategia sobre el coronavirus de la Casa Blanca, “creo que usted dijo que eso no ha sido probado, pero iba a ser probado”. La comunidad médica tuvo que salir al paso negando la mayor.

En su traca final, no acepta el resultado de las elecciones acusando de fraude a los únicos estados de la Unión donde ha perdido ¡Qué casualidad! A pesar de que algunos estados contaron los votos hasta tres veces y los jueces han tumbado 60 demandas de la campaña de Trump y de su entorno, el día 6 de enero pronuncia un discurso delante de sus seguidores donde promueve, sin decirlo expresamente, el asalto al Capitolio, la sede del Congreso.

“Nosotros nunca nos rendiremos”, dijo Trump delante de la Casa Blanca poco antes del ataque; “nunca concederemos, no va a ocurrir, no lo admitiremos cuando existe un robo… Y después de esto vamos a marchar hasta el Capitolio y yo estaré allí con vosotros… Vamos a marchar hasta el Capitolio y vamos a aclamar a los senadores y congresistas valientes y, probablemente, a otros no los vamos a aclamar porque nunca vais a recuperar nuestro país siendo débiles. Tenéis que exhibir fuerza y tenéis que ser fuertes”.

Pero luego, Trump no los acompañó, dejó la mecha encendida, se quedó en la Casa Blanca, y todo se desmadró. La policía fue desbordada por la turba. El ayuntamiento explica que habían rechazado su ofrecimiento de enviar refuerzos. Es el vicepresidente, Mike Pence y no Trump, el que finalmente da la orden de desplegar a la Guardia Nacional.

En plena refriega, el congresista republicano por Wisconsin, Mike Gallagher dijo algo con lo que estoy plenamente de acuerdo: “esto parece una república bananera” y agregó, “señor presidente, tiene que parar esto”, pero tardó aún un largo rato en reaccionar.

El presidente electo, Joe Biden, pide al presidente Trump que acuda a los medios y “cumpla con su juramento de defender la Constitución y exija el fin de este asedio… no es una protesta, es una insurrección”

Ahora sí, en su Twitter, Trump afirma, sin dar el brazo a torcer, que “estas elecciones fueron fraudulentas, pero no podemos prestarnos al juego de esta gente. Tenemos que tener paz, así que iros a casa. Os queremos, sois muy especiales. Habéis visto lo que pasa. Habéis visto como tratan a otros que son tan malvados. Se cómo os sentís, pero iros a casa en paz”

Luego del día nefasto muchos se dan cuenta de quién es en verdad el presidente que tienen y el Congreso está decido a aplicar la enmienda 25 para incapacitar a Trump (necesita el apoyo del vicepresidente) o abrir un nuevo proceso de destitución (conocido como Impeachment, necesita el apoyo de senadores republicanos). Si bien van contra el calendario para destituirlo, al menos serviría para inhabilitarlo. El cierre de sus cuentas en redes sociales ha sido, también, otra consecuencia esperada.

Desdeñoso por que sí, peleón por gusto, seductor de masas, mentiroso compulsivo, ególatra narcisista y megalómano, el presidente psicópata Donald Trump deja al país devastado, al menos moralmente. Todavía puede dar sorpresas antes y después de la entrega del poder a Joe Biden, quien tiene una dura tarea para recomponer moral, económica y socialmente a un país dividido.

Ha manejado a sus seguidores como si fueran una secta diciéndoles que él está en posesión de la verdad (nadie lo está siempre), que los demás mienten para perjudicarle (cuando es él mismo quien lo hace constantemente) y apelando al patriotismo de un modo abstracto (somos los mejores). Utiliza los tópicos clásicos: somos una gran nación (o una gran familia, como la mafia); están conmigo o contra mí (los que estén en contra serán atacados, denigrados o expulsados); los culpables de lo que pasa son siempre los otros (no hemos perdido, nos han robado las elecciones); etc.

Si de algo puede servir esta experiencia es para poder identificar y desenmascarar a los psicópatas como Donald Trump, y evitar que lleguen o apartarlos de los puestos de poder, antes de que lo fastidien todo, es decir, antes de que sea demasiado tarde.

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