Bandoleros e indignantes
La causa era excelente, algunas propuestas fantásticas. De hecho, muchos hemos apoyado diversas de las cosas que se expresaban, pero han fallado las formas y algunos tenemos la triste sensación de que el monstruo ha disipado a las ideas y que el parte médico anuncia una muerte con lenta agonía. Algunos ya advertimos que había demasiado romanticismo con este movimiento, que había un ambiente de euforia y de nostalgia revolucionaria creyendo que resurgía el espíritu de mayo del 68. Pero, ¿olvidamos que la nostalgia en no pocas ocasiones resulta ser una trampa inocente y peligrosa?
Los hechos así lo confirman. No sólo porque en nombre de esa libertad y de esa democracia real -a la que tanto invocan-, han quebrantado la libertad individual de los comerciantes de la Puerta del Sol, cuyas pérdidas millonarias son irreparables sin que parezca que a nadie le importe un ápice. Sino porque gracias a la permisividad de Rubalcaba -presidente de efecto que no electo-, permitiendo incluso las concentraciones en la jornada de reflexión, ha tenido como consecuencia, en mi opinión, la sensación de impunidad de los indignados y su consecuente chulería, campando a sus anchas sin orden ni concierto por las calles y plazas del país, paralizando el tráfico y los transportes públicos, acampando en el Congreso de los Diputados y atemorizando a comerciantes y ciudadanos.
Pero cómo no conseguían nada y la gymkhana kumbayá -envuelta en utopías asamblearias- se enmarcaba en la división, algunos asaltaron en directo la televisión autonómica murciana, la sede de la patronal o comportándose como auténticos bandoleros robando en un supermercado de una conocida empresa francesa so pena de dar de comer a los pobres. Y como aquí no pasaba nada, cercaron e insultaron a los alcaldes y concejales el día de la constitución de los Ayuntamientos y muchos de ellos tuvieron que salir escoltados. No les bastaba. La broma y el hippismo antisistema condujeron a las hordas indignadas a allanar el portal del domicilio particular de Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid, para reprenderle, mientras paseaba con su perro. Las coacciones ya llegaban hasta el lugar más íntimo de las personas.
Pero el delito resulta extremo cuando se trata de evitar que un Parlamento democrático, como el catalán, se reúna para cumplir con su obligación de representar a todos los catalanes, utilizando para ello la coacción y la violencia y obligando al presidente de la Generalitat y a varios consejeros y diputados a ir en helicóptero, mientras otros lo hacían hacinados en furgones policiales. Otros políticos fueron insultados y agredidos, incluido un diputado invidente al que quisieron robarle su perro lazarillo, en el colmo del delirio. Es surrealista. El mundo al revés, que diría un amigo mío, el poeta Ángel Padilla: los fanáticos violentos haciéndose dueños de la calle y los políticos en el furgón de la Policía. Una escena insólita en una democracia occidental pero que cada vez tiene más fuerza en Barcelona, parque temático y hábitat natural de los antisistema. Pero por si todo esto fuera poco, faltaba la abominable cruz pintada en la espalda de la diputada socialista Montserrat Tura. Lo cual no es baladí, puesto que esconde mucho más que un estallido descontrolado. Es un tic totalitario propio de la Alemania Nazi. Y así empezaron los totalitarismos, ya sean de izquierdas o de derechas, señalando al disidente o al enemigo.
Haciendo mía la idea de la escritora judía Hannah Arendt, aunque con mis propias palabras, el primer responsable del asalto al Parlament de Cataluña son los propios violentos, disfrazados esta vez de indignados. Pero no nos engañemos. La responsabilidad también radica en el buenismo congénito de la clase política, que ha minimizado lo que estaba sucediendo dentro del movimiento o que ha tratado de ganárselos electoralmente; del romanticismo ciudadano, que los veía como libertarios y de los medios de comunicación. Todo envuelto en un comportamiento paternalista que ha mimado hasta el tuétano la pseudorevolución y que incluso ha levantado la voz por la intervención de la policía cuando ha sido necesario. Y ya sabemos el miedo antropológico que produce en algunos el famoso mantra de que se levanten las porras. Eso sólo es patrimonio de gobiernos autoritarios.
Lo siento. Hoy el indignado soy yo. Porque, en contra de lo que se pueda pensar, la democracia no se decide en Facebook. La democracia real está en las urnas, en las organizaciones sociales, en la defensa de la libertad, en la participación ciudadana y en la libertad de expresión. Ahora desgraciadamente el flower power que ha seducido a las masas ha degenerado en una Kale Borroka que amenaza con anticipar la necrológica de un movimiento exagerado hasta el extremo. Y ahora en medio de un ambiente hipócrita todo el mundo se lleva las manos a la cabeza. Ya es tarde. Pero al tiempo. Lo ocurrido es el prefacio de lo que se avecina para las elecciones generales.