La muerte lenta de la nación española
Jorge Valdeón.- Igual que en elecciones anteriores, en estas los nacionalistas también deshojaron la margarita plebiscitaria. La cuestión última siempre pasó por cómo exhibir ante el mundo la teórica legitimidad del secesionismo. Cómo convencer al universo de la justicia de sus reivindicaciones y cómo lograr que, de una vez, Naciones Unidas, la UE, la OTAN, Rusia, la UEFA, China, Hollywood y Silicon Valley reconocieran la belleza y bondad de un movimiento y un programa que en cualquier otro país los observadores más atentos a denunciar el populismo calificarían sin excesivos problemas de chapapote supremacista y purria identitaria.
Para los jemeres nacionalistas tocaba aclararse si la mayoría, así fuera por un diputado, podía usarse como mandato para la vía unilateral o si en aras de destruir el orden democrático tocaba acumular más del 50% de las papeletas. Al 98% escrutado lograban el 50,85%. Permanecía el conmovedor empeño de escapar de una metrópolis a la que la colonia vampiriza los jugos desde los aranceles que favorecen la creación de un mercado cautivo para la industria textil y hasta llegar a las facilidades para acumular una mano de obra barata del resto de España y rematar en todas las prebendas, monopolios y chollos concedidos por los sucesivos gobiernos democráticos. Cataluña ha sido históricamente favorecida por la monarquía borbónica, por el franquismo y, por supuesto, por el Estado nacido del pacto del 78, que no dudó en rescatarla de su triste condición de bono basura, bono residuo o, directamente, bonomierda, ni dejó nunca de invertir a tope en las infraestructuras.
En estas nuevas elecciones los nacionalistas siguieron el manual de instrucciones desarrollado por Artur Mas, que nos visitaba en Nueva York, universidad de Columbia, para explicar que los comicios autonómicos no eran sino prolegómenos eróticos del kamasutra plebiscitario. Según el Pequeño Saltamontes, heredero del Gran Saltamontes del 3%, el pueblo elegido marchaba en la larga marcha para alcanzar el primero de varios clímax y a cuatro telediarios y dos o tres golpes de Estado de renacer como paraíso fiscal y campamento monolingüe. Para el hombre que inauguró la fase iliberal en Cataluña el pueblo era uno. Compacto. Completo. A lo sumo, puestos en la tesitura de reconocer la pluralidad y los intereses, inclinaciones y afectos diversos de los ciudadanos, cabía la eventualidad de distinguir dos pueblos. Disponemos de un pueblo legítimo. Legitimado por la tierra, la cuna, la lengua, las montañas, el mar y la sangre; a éste le correspondía decidir sobre el futuro de Cataluña en tanto que comunidad prepolítica de naturaleza mítica. Y luego otro, de fango o de aluvión. Mayormente chusma. Compuesto de muertos de hambre y seres poco articulados y habitantes de la ignorancia y la miseria mental, anárquicos y destruidos y tra tra. O sea, los “inmigrantes” reclutados para trabajar en las fábricas locales. Cuerpos extraños que contaminaban la pureza del ser catalan y al mismo tiempo, en gloriosa contorsión, opresores e imperialistas.
Quien dude de cuál de los dos cabeza lleva las riendas y cual vive sometido a una condición subalterna que consulte el informe elaborado por el Foro de Profesores: fijando el 1 de marzo de 2020 como la fecha de inicio de la pandemia, y llegando hasta el 31 de diciembre de ese mismo año, el 99,7% de los tuits de la Generalidad, el 95,4% del Ayuntamiento de Barcelona, el 99,1% de la consejería de Sanidad, el 94,7% de los Mossos y el 88,2% de los servicios de urgencias fueron escritos en catalán. Durante la peor crisis sanitaria desde la gripe del 18 el castellano, lengua materna mayoritaria de los ciudadanos de Cataluña, no existe en los mensajes de las instituciones.
La discriminación lingüística y el apartheid eran esto. La novedad catalana y española consiste en que los más activos en la defensa de los privilegios de nuestros afrikáner son quienes presumen de militar del lado de los parias.
Para todos ellos nada como metamorfosear los comicios comarcales en plebiscito que sirva de vacuna antibalas o chaleco preventivo para camuflar el ataque frontal, trumpiano, contra la maltrecha soberanía nacional, nuestros derechos políticos, la separación de poderes, los seguros contramayoritarios y la libertad de prensa, en los huesos desde que los principales medios de comunicación locales adoptaron la tradición, no sabemos si bolivariana o búlgara, desde luego obscena, de los editoriales norcoreanos.
Las elecciones de 2021 recuerdan que Albert Rivera destruyó el constitucionalismo posible en Cataluña al renunciar a la mitad del partido y que el PP, liado entre la vía posibilista, que finalmente logró imponerse, y un discurso radicalmente contrario al nacionalismo desde una perspectiva liberal, habría regalado el campo de juego a sus némesis. La única esperanza de los demócratas acuciados tras los muros de Fort Apache pasa porque el sanchismo no logre colar al ministro pandémico en el gobierno de la Generalidad. Por contraintuitivo que resulte, contra la ofensiva abiertamente iliberal sólo cabe la esperanza de que la vía blandiblú a la independencia y/o la confederación de naciones ibéricas no se consolide vía PSC. Pues como me explica un amigo, buen conocedor del paño, «un govern templadito es la muerte lenta pero con el mismo destino».
Sobre la palabra que aparece en el artículo, ” plebiscitaria “. ; adjetivo de “plebiscito, que tiene su origen en la palabra “” plebe…