Jason Kidd, campeón a los 38 años con los Dallas Mavericks, abandona la lista de las estrellas sin un título de la NBA
Estaba condenado. Su nombre iba a figurar sin remedio en la lista de los más grandes, pero señalado con un asterisco, con la marca de aquellos que habían entrado entre los mejores de la historia pero que no habían logrado llevar a su equipo al título de la NBA. Y de haberse cumplido la trayectoria media habitual de la carrera de un jugador de baloncesto, hace ya algunos años que acompañaría a otras estrellas como Elgin Baylor, John Stockton, Karl Malone, Charles Barkley o Pat Ewing. Una retahíla de ilustres en la que ya estaba escrito a lápiz el nombre de Jason Kidd.
Pero, con 38 años cumplidos y 17 temporadas sobre sus anchos hombros, el base californiano se ha borrado definitivamente y quedará para los anales de la mejor liga del mundo como el segundo jugador más veterano en obtener el campeonato, por detrás del cuarentón Kareem Abdul Jabbar de 1988, y en el más viejo en colocar el primer anillo en su dedo. Al límite de la despedida, por edad y por la amenaza del cierre patronal, Kidd ha cumplido su sueño, uno más. Ya ganó dos oros olímpicos -Sydney y Pekín- con Estados Unidos. No todo se marca por el título de la NBA… O sí para una mentalidad tan egocéntrica como la estadounidense -campeones del mundo denominan a los ganadores-.
El director del juego de los Mavericks contaba con los suficientes méritos individuales y colectivos como para mirar su carrera y sentirse orgulloso. ‘All Star’ e integrante del cinco ideal de la liga en numerosas ocasiones, Rookie del año, es uno de los pocos bases puros que quedan en la NBA, junto a Steve Nash y los europeos -Calderón-, una especie en peligro de extinción. Pero su cualidad principal viene definida por su apodo: ‘Mister Triple Doble’. Kidd es con Oscar Robertson y Magic Johnson el ejemplo del hombre perfecto. Solo ellos tres han superado la centena de ‘triples dobles’ (alcanzar la decena en tres categorías estadísticas durante un partido) en su carrera.
Como pasador brillante. Como reboteador, oportuno. Como anotador, incisivo. Buen penetrador pero irregular tirador, Jason Kidd ya no es lo que era. Eso no admite discusión, pero tampoco él pretende discutirlo. Ahí ha radicado parte del éxito de Dallas. Mientras otros pretendieron seguir siendo Peter Pan -viene a la memoria Allen Iverson, siempre genial pero totalmente incapacitado para madurar-, el 2 de los Mavs comprendió desde el principio que en su segunda etapa en la franquicia tejana su labor fundamental era surtir de balones a Dirk Nowitzki. Y esa inteligencia para admitir la evolución de otros y la regresión propia le ha ayudado a él.
Desde detrás de la línea de tres puntos sus estadísticas mermaron para que crecieran las de sus muchachos. No hay actitud más generosa y a la vez más egoista. Ha manejado sus marionetas, ha repartido papeles y roles, y les ha dejado crecer. Les cedió su sitio para hacerlos grandes, pero era él el que se estaba haciendo enorme de verdad. A él ya no le interesaba una marca, una batalla, un titular. Kidd quería su anillo. Ya se ha quitado el asterisco.