Atrapado en El Camino
Los prados navarros, el cereal que olvidó su verdeo, han sido ya trabajados por la recolecta. Cuando se abandona Puente la Reina y se aventura uno a escalar el Alto de Mañeru, se atisban por igual los campos cosechados de la cebada y el trigo y los que están al acecho, como un recibo al cobro con espera. Camino hacia Santiago uno va viendo el lento progreso cerealista de una España que quiere pensar en otras cosas. Cirauqui y Lorca, la Navarra empinada, allá en su cima, dan paso a la Estella del Santo Sepulcro, del tránsito del Ega y del gintonic de La Moderna. Navarra que se transforma en vides tras el asombro de Santa María en Viana y deja paso a una Rioja de repechos y callejones, de vino y cántaros, de gallinas asadas y de palabras tintas. Burgos espera tras Atapuerca y los Montes de Oca, con esa quietud elegante de los fríos inesperados en verano, como en la presente semana, cuando el estío quiso marcharse por unos días a tomarse vasos en las salas de espera del tiempo. Los caminantes saben que tras los prados burgaleses siempre espera agazapado el ríspido y frío aliento de la tradición, y saben también que hay que guarecerse hasta que aparezcan los llanos que anuncian Tierra de Campos, donde el románico enloquece y donde el mismo cereal aún verdea, siempre después de que cada cual se desfonde subiendo Mostelares para, desde el páramo, ver cómo Castilla va anchándose a lomos del caballo de un soldado de Vivar.
España asiste al autoindulto de un gobernante mientras el peregrino se topa con San Martín de Frómista, la esmeralda pulida y tallada de Palencia, antes de buscar con ansia la descomunal brutalidad hermosa de Santa María la Blanca en Villasirga, donde Pablo Payo asaba corderos para todos los caminantes del mundo. Hoy sus hijos siguen llevando al horno las carnes breves de los hijos de las ovejas lugareñas y sirviendo vino a los buscadores de perlas sobrias y despojadas de adornos. La misma España que se pregunta qué habrá de pasar con la tierra y la historia heredada de sus mayores se echa a caminar por la dura senda desprovista de sombra que lleva a Sahagún, y después a León, y más tarde al Bierzo, desde el que se ve el surco de la historia en cada pliegue de sus montes y el recibidor que Compostela tiene en la cumbre del Cebreiro, la aldea gala en la que cambia el tiempo y la bruma, en la que Galicia se hace carne verde y expide salvoconductos a la gloria para aquellos que vinieron siguiendo la misteriosa voz interior que te empuja a caminar por todos los regatos, senderos, veredas que cruzan España de arriba a abajo.
Esperan horas inglesas del camino que va de Ferrol a Santiago. ¿Y España mientras tanto? Hacia no se sabe dónde, de la mano de un oportunista maniobrero sin remilgos ni conciencia. Vivo atrapado en El Camino. Es otro tiempo, afortunadamente.
CArlos Herrera lo ha clavado: ” Un oportunista maniobrero, sin remilgos ni conciencia.Por lo demás, bello relato de su personal Camino de Santiago.