Juan Carlos I, un ‘Señor de la Guerra’ en una España sumisa
Luis GS.- Casi todos fueron incompetentes, negligentes, incapaces, corruptos, sexualmente insaciables, retrógrados, traicioneros, cobardes y ladrones, aunque también los hubo trastornados, nudistas o cochinos. Hablo de los monarcas españoles de apellido Borbón. Un linaje que ha conseguido mantenerse en el trono de España desde hace más de tres siglos con alguna que otra interrupción, tras la cual siempre han conseguido retornar. Son, por así decirlo, una familia en constante reinvención.
Con este breve repaso biográfico familiar, que, a pesar de lo que pudiera parecer, más que acalorado debería considerarse prudente –los relatos tras los calificativos resultan bastante más ignominiosos, obscenos y extravagantes–, cualquiera tendería a pensar que resulta difícil que un monarca actual pudiera destacar. Pero ahí está Juan Carlos I, todo un campeón entre los Borbones que ha conseguido grandes logros con muy poco coste e inversión –llegó casi con lo puesto al trono–.
De Juan Carlos, el Campechano
Que Juan Carlos es un tipo campechano, puede ser, claro que sí, aunque lo dudo mucho, pero que fuera a pasar a la historia como el Campechano, a pesar de haber sido, quizás, el sobrenombre más utilizado durante sus casi cuarenta años de reinado –uno de los monarcas españoles más longevos– hace tiempo que parecía complicado. Sus actividades delictivas le han dejado poco margen para ello: traidor y golpista durante los años ochenta –y no hablo del golpe de Estado del 23F, sino de los meses anteriores–, comisionista, defraudador y, seguramente, mucho más.
Ante tanta voracidad delictiva en quien se esperaría servicio público, durante años existió un runrún alrededor de Juan Carlos que ahora se puede concretar en un breve, pero excesivo, listado de personas muy cercanas a su persona que estuvieron involucradas, y condenadas, en casos de corrupción, entre las que destaca Manuel Prado y Colón de Carvajal. El administrador privado del rey durante más de veinte años terminó entre rejas por tres condenas tras las que no pocos intuían la sombra de Juan Carlos –dos años de condenada por el caso Wardbase en 2004, un año por apropiación indebida en 2007 y tres meses por el Grand Tibidado en 2008–. No pocos, además, consideraron siempre que las condenas podrían haber sido mayores en número y tiempo y que el indulto concedido, por razones humanitarias, resultó más que cuestionable.
El caso del administrador del conocido como Rey de la Transición, de la sólida dictadura a la gaseosa democrática, no es único, pues el yerno y la hija del propio Juan Carlos, así como una hermana, varias primas, un primo o una amante se han visto salpicados por casos de corrupción, lo que unido a su más que injustificable fortuna acumulada, más de 1.800 millones de euros según medios internacionales, siempre generaron muchas dudas al respecto. Dudas, todo hay que decirlo, porque la gran mayoría de grandes medios de comunicación en España hicieron más bien poco por investigar la cuestión. Y eso que, en los últimos años, la vida de Juan Carlos parecía un concierto de una banda de rock en mitad del salón de casa en el que se escuchaban temas sobre las comisiones de entre uno y dos dólares por barril de petróleo comprado en Oriente Próximo, las amenazas a Corinna por el propio jefe de los servicios de inteligencia del país y hasta una cuenta compartida de cien millones de dólares entre padre e hijo, Juan Carlos I y Felipe VI. Un concierto de rock duro que habría despertado a cualquier país, pero que en España pasó como si tal cosa.
Pero de ahí, que no es poco, y de las investigaciones en Europa al respecto de las comisiones ilegales y demás delitos económicos, a lo que se acaba de publicar en España dista un abismo: Juan Carlos amasó su gran fortuna con el tráfico de armas. Una publicación demoledora que eleva a otro nivel la categoría delictiva de Juan Carlos I. Y no para bien. Pues dista un abismo entre pasar a la historia como un delincuente múltiple, algo inevitable hace tiempo para Juan Carlos, a quedar retratado como un Señor de la Guerra. El abismo, y la gravedad en este caso, es la muerte. Porque el todavía monarca español, de aquella manera pero monarca, no solo ha cometido una incontable cantidad de delitos económicos, de los que ya pocos dudan, sino que ellos se han producido con las armas de por medio. Y es que Juan Carlos, atendiendo a lo publicado, ha sido uno de los grandes traficantes de armas de España y del mundo.
España, ignorante y sumisa
Sin embargo, quizás uno de los aspectos más sorprendentes de este escándalo es, paradójicamente, que no es un escándalo. España, experta en la negación y curtida en la desvergüenza, ha sido capaz de callar ante una noticia de una gravedad extrema, pues han sido pocos los medios de comunicación, y en su mayoría menores, los que han replicado la noticia. De esta forma, con el acostumbrado silencio mediático general, la mayoría de los españoles no se ha enterado de este último episodio real, lo que constituye el paradigma perfecto de la actual censura moderna –la información existe, pero no se difunde–. Una revelación que, por su propia naturaleza, no solo debería hacer caer de una vez por todas a Juan Carlos I –que jamás ha sido juzgado gracias a una inviolabilidad jurídica más que cuestionable y casi medieval–, sino que debería haber provocado un seísmo de tales dimensiones que la continuidad de los Borbones se hubiera visto más que afectada. Llamadme exagerado, pero creo que un jefe de Estado traficante de armas debería estar en prisión.
Lamentablemente, la noticia ni siquiera es una bomba mediática desconocida, ya que la nueva y bochornosa actividad delictiva de Juan Carlos I ya se intuía por algún que otro escándalo –todavía se busca a un gran comisionista denominado el ‘King’ en el escándalo DEFEX– e incluso por la propia actividad pública del monarca, que llegó a intermediar públicamente en 2012 para vender a Arabia Saudí alrededor de 250 carros de combate Leopard en el año 2012, aunque aquello se ofreció a los españoles como si fuera una labor benéfica que ahora no lo parece tanto. Y es que, más que mediador circunstancial al servicio de los intereses del país, parece que Juan Carlos estaba trabajando. Trabajando muy duro.